(DIARIOC, 10/07/2010) Ubicar la quinta de Diego Maradona es una tarea sencilla: en la puerta hay dos pasacalles que funcionan como el universal you are here para los turistas. Uno de los carteles dice “Diego, querido, Las Toscas está contigo”, y el otro, “Como en el ‘86, ‘90 y ‘94. Hoy volvimos a sentir la Selección. La magia continúa”. Es acá, entonces, no hay dudas: esta quinta de ochenta metros de frente sobre esta calle tranquila del barrio El Trébol, en Ezeiza, es el lugar que Maradona eligió para reponerse del golpe que sufrió hace una semana, cuando la Selección fue humillada por Alemania y quedó fuera del Mundial de Sudáfrica.
La paz de este barrio residencial, con casas quintas que sólo se llenan de gente los fines de semana, apenas se alteró con la presencia de Diego. Es que el DT de la Selección casi ni se asoma al portón de entrada. Desde que se instaló, el lunes, después de haber sido recibido en Ezeiza por una multitud, Maradona sólo pisó la calle el martes a la noche. Salió en un auto y volvió rápido. Después de esa escapada fugaz, la terapia de encierro incluyó visitas de la familia de su novia, algún picado informal con una Jabulani oficial y partidos de tenis en la cancha que Diego hizo construir durante su estadía en Sudáfrica como regalo para su novia, Verónica Ojeda.
La casa de los Maradona tiene dos plantas. En el piso superior está el dormitorio de Diego. En esa habitación se suele quedar hasta las 2 de la tarde. Pero como el feriado de ayer fue día de visitas, se levantó media hora antes para recibir a la madre y a dos hermanos de Verónica. La quinta, además, se llenó de pibes: a media tarde, unos ocho chicos de entre 6 y 12 años armaron un picadito con la Jabulani en el césped de la quinta, en una canchita apenas más grande que una de papi fútbol. Ahí es donde después del almuerzo Diego se puso a juguetear con la pelota.
Se lo vio de buen humor. Se mezcló con los pibes y fue uno más. Hizo jueguito y desafió: “¡Al que se le cae la pelota es chancho al agua!”. Ninguno quiso ganarse el chapuzón en la pileta climatizada. Diego se revolcó, atajó pelotazos de los más chicos, se rió, pegó algunos gritos roncos y siguió de malabares con la Jabulani. No es una primicia ni nada que se le parezca, pero cuando Maradona está con una pelota es feliz. Lo revela en cada gesto, en cada movimiento de un cuerpo que a pesar de los kilos de más sigue siendo elástico. El encuentro de Diego con la pelota marca ese momento sublime que disimula los golpes, que esconde las marcas de una mala semana, que oculta la presión que lo acorrala por una decisión que no está seguro de tomar. Y siempre, como en una postal que se repite, aparece ese sello que marcó sus grandes momentos: la lengua afuera.
Además de la casa principal y de las canchas de tenis y fútbol, en el terrero de casi una manzana hay dos viviendas más chicas, palmeras, pinos y un mástil. ¿Un mástil? Es cierto, puede sorprender, pero cuando se trata de Diego la historia cierra. Porque esta construcción escolar que desentona con el espíritu verde de la quinta, refleja, sin duda, el estado de ánimo del dueño de casa: tiene una bandera argentina a media asta.
Fuente: Diario Perfil