Catamarca
Viernes 19 de Abril de 2024
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Estaba seguro que un día iba a encontrar ese avión

"Nosotros vamos a encontrar ese avión en la cordillera", les decía siempre a mis hijos. No sé por qué, pero lo presentía", confesó Catalán durante una extensa entrevista con Télam en el humilde pueblo de San Fernando, en cuyas montañas linderas cayó el Fairchild Hiller 227 de la Fuerza Aérea Uruguaya el 13 de octubre de 1972.

Catalán, hoy con 88 años y una vida dedicada a la cría de ovejas, reconoce sin embargo en su hijo Juan, "Cucho para todos los que lo conocen", al verdadero "héroe" de aquel suceso, porque fue quien se quedó acompañando y cuidando de Fernando Parrado y Roberto Canessa, los dos enviados por el grupo de sobrevivientes en busca de ayuda, mientras él se trasladó "unos 80 kilómetros a caballo, hasta el puesto de carabineros más cercano, para avisar que fueran a rescatarlos".

San Fernando es un poblado cordillerano situado a 150 kilómetros de Santiago de Chile hasta el que se trasladó Télam para encontrarse con los protagonistas esenciales de aquella historia, sin cuya participación nunca se hubiesen encontrado con vida a los 16 componentes de aquella delegación de ex alumnos del colegio Stella Maris, de Montevideo, y el equipo de rugby Old Christian, que viajaban hacia la capital chilena para asistir a un encuentro deportivo, pero nunca llegaron.

El avión que los transportaba cayó en la cordillera a raíz de un error de aeronavegación que los introdujo en una tormenta y afectó a la máquina y sus instrumentos de control de vuelo.

"Por ese entonces yo tenía 15 años y habíamos ido con mi papá y mi hermano menor, Sergio, que tenía 9, a llevar las ovejas a pastar y beber junto al río al que llamamos "El Barroso", que tiene mucho caudal de agua. Ya estaba anocheciendo cuando vimos que en la otra orilla había dos hombres a los que se los notaba en muy malas condiciones físicos", le empezó a contar "Cucho" a Télam.

"Mi padre trató de comunicarse con ellos a los gritos, pero el ruido del agua era tan fuerte que no los escuchábamos. Además, ya casi no tenían fuerzas ni para hablar. Pero como la fuerza de la corriente y el ancho del ruido nos impedían cruzar, mi viejo decidió tirarles una botella con una hoja y papel dentro, para que pudieron escribirnos quienes eran", precisó.




Fuente: Télam

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