Es que Argentina es la segunda en el ranking mundial, sólo por detrás de Holanada, y eso genera una obligación: no perder ante seleccionados de menor jerarquía.
Entonces, Las Leonas, una vez que conquistaron su cuarto título en la Copa Panamericana -en igual de cantidad de presentaciones-, dieron rienda suelta a la celebración.
Primero en el estadio Malvinas Argentinas, ubicado en el Parque General San Martín, de Mendoza, frente a casi dos mil personas (con juego artificiales incluídos) y luego en el hotel Sheraton, el búnker del seleccionado dirigido por Emanuel Roggero, post cena.
Las chicas, la mayoría acostumbradas a las mieles del éxito, festejaron -como niñas- frente al delirio de la gente que las acompañó durante las cinco frías jornadas mendocinas.
La copa en alto, en el podio, con el himno argentino a flor de piel, con la capitana Luciana Aymar a la cabeza, fue el fiel reflejo de un festejo contenido, pero genuino.
Y ya en la intimidad, en el Sheraton, la alegría creció -tal vez- en la misma proporción que el nivel de juego de las dirigidas por Roggero a lo largo del certamen.
Atrás quedó el apoyo de los simpatizantes nacionales, identificados con banderas de San Juan, Buenos Aires, Corrientes, Neuquén y Chaco, entre otros, y con sus rostros pintados con el celeste y blanco patrios, en la gélida noche mendocina.
Ya en el hotel -más allá de tener el pasaporte a la Copa del Mundo de La Haya 2014 (se jugará del 2 al 15 de junio en Holanda) de antemano por haberlo conseguido en la tercera fase de la Liga Mundial que se jugó hace unos meses en Londres-, todo fue más sentido.
Fue el momento de relajarse, con el objetivo cumplido con cinco victorias, sobre Trinidad y Tobago por 12 a 0, Canadá por 6 a 0, Guyana por 22 a 0, Chile por 5 a 0 y Estados Unidos por 1 a 0, con 46 goles a favor y ninguno en contra a largo del torneo, y con la certeza de haber dejado todo en la cancha, algo que distingue a Las Leonas, lo que las hace grandes, lo que genera un amor incondicional con la gente.
Fuente: Télam