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Jueves 28 de Marzo de 2024
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HISTORIAS REALES

Un jubilado con oro olímpico

Otra mirada para las acciones diarias. Porque no todo es lo que parece. Un pequeño pero efectivo baño de realidad. Entrá y leé.
(DIARIOC, 08/04/2011)Era 2 de enero de 2008 y un solitario ciclista recorría sus doscientos kilómetros diarios, por una tórrida ruta de San Luis. Estaba lejos de su mujer, de sus 4 hijos, de su tierra, de sus afectos. Pensaba en las más de tres décadas que llevaba con esta pasión sobre dos ruedas.

Estaba haciendo lo correcto; recorrer cuatro veces la distancia de lo que sería la prueba, en un clima muy similar al que tendría el día decisivo. Y estaba contento por eso. Hacer lo que amaba. Y tratar de hacerlo cada día un poco mejor.

Poco importaban que esa noche dormiría en un lugar incómodo. Desde que el sponsor que lo había acompañado durante veinte años quebró, todo fue aún más difícil. Con una mínima beca en euros (o en bicicletas que cuestan euros) vino sobreviviendo el último año. Pero eso no era importante. Mañana, 3 de enero, lo esperaban otros doscientos kilómetros. Y el 4 de enero también. Recién cuando el clima en San Luis empezara a refrescar, habría que ir al Chaco para seguir haciendo los 200 kilómetros diarios en un clima que para otros sería insoportable, pero para él era sólo ilusión. O alegría.

No había ni importaban los domingos o feriados. Todos los días eran iguales. O únicos. Así fueron pasando los meses. De la misma forma que habían venido pasando por más de 35 años. Era la única pero mejor forma que él conocía de vivir.

Viajó a los Juegos Olímpicos perdido entre la delegación; ya era un “viejo” de 43 años, con seis juegos encima. Él no era noticia. Ni mucho menos “esperanza olímpica”. No le importaba. Siempre fue feliz haciendo lo que le gustaba: andar en bicicleta. Esa era su recompensa.

El día de la prueba se sentía bien. Tan bien como en varios de los anteriores Juegos Olímpicos en los que sólo había cosechado decepción y fracaso.

Corrió la carrera como aquél 2 de enero en las solitarias rutas de San Luis. O las de Chaco. O la de infinitos lugares, con diferentes climas durante inacabables horas. En el estadio había multitudes, pero en realidad, no había nadie. Sólo estaba consigo mismo. Como siempre.

De repente, sonaba el himno nacional argentino, y tenía que recibir la medalla de oro. Pensó en su mujer, que silenciosamente y a la distancia, siempre lo acompañó en su pasión. En sus amados cuatro hijos, a quienes ni siquiera pudo ver nacer.

En el dueño del supermercado Toledo que lo bancó toda su carrera, sabiendo que era una causa perdida. Recordó especialmente el dolor de este gran hombre, mecenas y amigo cuando no tuvo más remedio que contarle que no podía auspiciarlo más a causa del fin de su empresa.

Se acordó también que en los Juegos Panamericanos del ´95 que se hacían justo en su ciudad natal -Mar del Plata-, el gran Marcelo Alexandre (mejor ciclista de la historia argentina hasta recién, y entrenador de la selección nacional de aquel entonces), lo excluyó porque con 30 años, "estaba viejo para competencias de alto nivel..."

Las lágrimas prácticamente no lo dejaban ver, justo cuando él no quería perderse ni un segundo. Deseaba detener el tiempo, y que este momento durara para siempre. No pudo. Ya nadie le podría quitar su medalla de oro a Juan Curuchet. Pero era historia. La mejor, pero se conjugaba en pasado.

Parado en la cima del podio, comprendió que el clímax de su carrera no era esa medalla; era cada metro recorrido en aquella solitaria y tórrida ruta de San Luis un dos de enero.

Fuente: minutouno.com.ar

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