Kuroda, quien anunció el plan durante su acto de asunción, reveló que por encargo del primer ministro, Shinzo Abe, buscará revolucionar la economía mediante un impulso de la inflación a una tasa del 2% anual y una desvalorización del yen para alentar exportaciones.
En concreto, el BoJ dijo que la base monetaria de Japón pasará de 135 billones de yenes (unos 1,43 billones de dólares) a 270 billones de yenes (2,86 millones de dólares), un ritmo de expansión muy superior al que tuvo lugar en Estados Unidos por parte de la Reserva Federal.
Mientras el programa monetario estadounidense a partir de 2008 implicó un incremento del balance de la Reserva del 0,54% mensual del PBI, el plan japonés supondrá un aumento mensual del 1% en 2013 y del 1,1% en 2014, informó Kuroda.
La noticia fue recibida con beneplácito por la Bolsa de Tokio que cerró con una suba del 2,2% el mismo jueves, al tiempo que el yen respondió de manera previsible al descender a su valor mínimo de las últimas dos semanas frente al dólar, a 95,20 unidades por billete verde.
Con este paso trascendente de su política monetaria y económica, Japón dio un giro de 180 grados a la orientación seguida en las dos décadas anteriores, en lo que constituye una muestra de honda preocupación por el estancamiento y la deflación en la que cayó el país en 1990.
Lo que está ocurriendo en Japón, además, se enmarca en la profunda modificación de las políticas monetarias en el mundo a partir del inicio de la crisis mundial en 2007-2008, cuando Estados Unidos, Australia, Gran Bretaña y otros países desarrollados y emergentes bajar casi al 0% sus tasas de interés bancarias.
La Eurozona, que fue cediendo gradualmente su rígida política antiinflacionaria aunque sin flexibilizar la austeridad fiscal, también mantiene en el 0,75% la tasa indicativa del Banco Central Europeo (BCE) para sostener su economía en recesión.
De esta manera, la extraordinaria política de tasas bajas, compra de títulos públicos e hipotecarios por parte de los bancos centrales (Reserva Federal, BCE, Banco de Inglaterra y ahora el BoJ) y aumento de la base monetaria, se ha establecido como una orientación duradera en lugar de circunstancial.
Ciertamente, la política monetaria laxa ha logrado frenar lo que en 2007 y 2008 se perfilaba con una segunda Gran Depresión, ayudada por una política fiscal expansiva en esa primera parte de la crisis internacional.
Una tendencia que Europa clausuró hace dos años y que en Estados Unidos comienza a transformarse en su contrario debido a los recortes presupuestarios a todo nivel que los republicanos han logrado imponer al presidente Barack Obama en el Congreso norteamericano.
Japón espera lograr reactivar la economía, acrecentar sus exportaciones merced a una política de yen barato y dinamizar, por esta vía de dinero y crédito a baja tasa, toda su economía, algo que parcialmente ha logrado Estados Unidos en los dos últimos años.
Claro que esta visión no es compartida por todos los economistas.
Mientras los heterodoxos y los menos dogmáticos entre los ortodoxos han saludado que Japón se integre en el barco de la moneda barata, los partidarios del monetarismo a ultranza consideran muy peligroso el viraje de Tokio.
Los primeros apuntan al ejemplo estadounidense y piden a los europeos que sigan el camino de Japón.
Creen que aquí puede ocurrir lo mismo que en EEUU, donde se verifica un potente repunte no sólo del mercado de acciones, sino del precio de la vivienda, del crédito al consumo y a la compra de automóviles.
Pero los críticos no ven nada claro la conveniencia de mantener ´per se´ la política expansiva (QE3) de la moneda que practica el titular de la Reserva, Ben Bernanke, pues opinan que la respuesta de la economía y el empleo al estímulo monetario es muy débil.
Por el contrario, los ortodoxos estiman la política de tasas de interés bajas o nulas alimentan nuevas burbujas, como la que observan en el mercado bursátil y, sobre todo, el alto riesgo de que tarde o temprano se desate un proceso inflacionario.
En este sentido, las fuertes subas de las Bolsas mundiales en los últimos dos años, a pesar de sus altibajos, sumado al incremento del Nikkei japonés en un 40% desde noviembre pasado, cuando el premier Abe anunció la puesta en marcha de estímulos monetarios, parecen darle razón a esta tesis.
En cualquier caso, el ejemplo de los dubitativos europeos, que temen flexibilizar la política monetaria mientras insisten en la rigidez fiscal, no ofrece una alternativa mejor a la de los partidarios de la laxitud de la moneda y el crédito.
A la espera de lo que le depare a Japón su nuevo rumbo, la única certeza es que la economía mundial apenas ha sorteado el escollo de una depresión y, desde este punto de vista, la política de dinero barato no podrá ser revertida hasta que haya signos de recuperación sostenida o hasta que un conato inflacionario obligue a desmontarla rápidamente.
Fuente: Télam