¿Cuánto hay de ficción y cuánto hay de realidad en esta historia? "Todo es real, puede haber algo de deducción, pero yo conocí a muchos de ellos, los traté y cuando empecé a escribir es como si me hubieran dictado lo que sucedía. Apareció la psicología de los personajes de una manera clara, rotunda", dijo Beldi a Télam.
El periodista resaltó el trabajo de investigación del libro, recién publicado por Ediciones B, "que llevó un tiempo considerable porque hubo que vencer muchos recelos".
"Jorge ’Pelela’ Pedraza fue el líder, una mente superior igual que la de Hugo ’La Garza’ Sosa (pidió irse antes de que estallara el motín), tipos que si se hubiesen dedicado a otra cosa les hubiera ido bien", arriesgó.
"Por intermedio del capellán evangelista Daniel Visciglia me contacté con Ariel Acuña y después otros tomaron confianza y de forma descarnada contaron lo ocurrido. Muchas veces tuve la sensación que era socio de la muerte -confesó- pero sabía que no me iba a pasar nada: había entrado a una especie de club, donde algunos me mostraron la verdadera historia".
El primero y el último capítulo están escritos en primera persona "para traerlo al lector a la realidad: el que escribe estuvo con muchos de los protagonistas de este hecho sangriento. No quería que perdieran esa perspectiva", destacó Beldi.
El hecho muestra una serie de torpezas cometidas desde el primer momento en que comienza el operativo de fuga. "Eran tipos que se querían escapar, se daban manija entre ellos, pero todo estaba atado con hilos".
La reconstrucción de los hechos comienza con un dato clave: el arma escondida por La Garza Sosa (introducida al penal por su abogada y amante) quedó bajo el cemento de su celda cuando el delincuente se marchó y no fue usada en el motín.
"Surge la certeza de que alguien del servicio penitenciario dejó otra arma, utilizada en la revuelta, y esto se lo cuentan al prefecto Juan Orlando Martínez Gómez (jefe de los guardias) cuando estaba de rehén", precisa el periodista.
Más allá de la historia en sí, el libro muestra el funcionamiento del servicio penitenciario, de la policía y también del rol jugado por la Justicia y los políticos frente a un hecho que rompió con todos los códigos existentes.
Las cárceles hoy están "más cuidadas", en esos días "había un grupo de tareas conocido como los arruina-guachos integrado por presidiarios que durante el motín fueron matados y descuartizados por sus pares. Ellos eran parte de un sistema ideado por un hombre de una inteligencia brillante, Guillermo Mc Loughlin, que era el director del Servicio de Seguridad del Servicio Penitenciario".
Para Beldi, "ese sistema funcionó por un tiempo y después se acabó. Generó odio, ya que los integrantes del grupo tuvieron vía libre en distintas cárceles para hacer lo que querían, someter y violar a otros presos o a sus familiares".
"En el motín se dio una combinación de mentes totalmente opuestas. Un tipo frío como Pedraza y el paraguayo Miguel Angel Ruiz Dávalos que querían fugarse, otro torpe como Popó Brandan que quería matar y vengarse de Agapito ’Gapo’ Lencinas (líder de los arruina-guachos) y una serie de damnificados que se juntaron ahí y tuvieron enfrente al grupo de Gapo", sintetizó.
"Matarlos fue matar una época -consideró Beldi- y también se vino abajo una concepción de lo que era la seguridad en las cárceles y el rol de los que estaban al frente de éstas".
De los 1200 presos albergados en el penal en ese momento "había un montón de chicos violados con la vida arruinada. Querían venganza ya. Y los apóstoles le dieron piedra libre. ’Esperen al lunes que estén drogados, dados vuelta, para que no tengan una gran resistencia’, les dijeron", apuntó el periodista.
A su juicio, "lo que pasó en Sierra Chica esa Semana Santa cambió las reglas carcelarias. Un sistema llegaba a su fin y muchas leyes comenzaron a ablandarse. El número de presos llega hoy a 24.000 en toda la provincia de Buenos Aires y es una cifra estancada desde hace cuatro años".
"El Estado -sostuvo el periodista- tiene planes para regenerar al preso y algunos lo logran. Otros querrían no volver a delinquir pero salen y la sociedad le sigue aplicando su propia condena". Las cárceles, señaló Beldi- están mejor. Cuando volví con el gitano a Sierra Chica no lo podía creer ... la vio pintada, limpita, hablaba con los presos".
"Descubrí que los tipos que me habían pintado como bestias tienen su costado humano. Yo escribí que ellos encogen la condición humana a la mínima expresión para poder sobrevivir. Y alguno florece afuera, como el gitano Ariel. No quise hacer un juicio en el libro, quise contar lo que ocurrió", concluyó.
Por Mora Cordeu.(Telam)