terminante: "No me gustan los directores que creen que lo saben
todo y uno tiene que acceder en tres meses a su sabiduría".
"Me gustan los que me llamaron porque cuentan con mi imaginación, que no quieren que lo haga como ellos lo imaginaron en el living -agregó-. Porque cuando se recibe la mirada de otro actor que no estaba en el living, se derrumba toda teoría y uno se enfrenta a algo que no había imaginado".
Alcón, acostumbrado a los grandes clásicos del teatro universal, reconoció hoy el riesgo de quedar apegado al personaje al punto de confundir ficción y realidad.
"Los actores que se transforman y creen que son ’Otelo’ y matan a la mujer -ejemplificó el actor- me hacer pensar que desde antes ya tendrían ganas de matarla. Eso no tiene nada que ver con el arte, es enfermedad".
No obstante es cierto que el actor es su propia materia prima y trabaja con sus emociones pero cuando está actuando, aún en el momento de climax, hay una parte de él mismo que está manejando la situación, que lo está conduciendo.
"Es como el pintor que elige dónde pone el azul y dónde pone el verde, siempre hay razones más o menos precisas aunque no se puedan enunciar claramente", sostuvo.
La conjunción que se produce en cada función entre el público y los actores hace que no se pueda hablar de repetición como muchos sostienen.
"Cada función es distinta -aseguró el actor-, nunca se repite, porque el público no es el mismo y uno tampoco, auque digas el mismo texto. Gracias a Dios que es así porque sino seríamos sólidos y uno es líquido que fluye y una palabra o una mirada nos modifica".
"Cada maestrito con su librito", dice el refrán y el modo de Alcón de abordar cada obra resulta siempre interesante.
"Yo leo continuamente el texto -sostuvo-; todos los días antes de la función vuelvo a leer la obra porque es la partitura de donde salen los colores que a lo mejor esa noche aparecen en la función, es un alimento para mí".
"Además -acotó-, para estudiar la letra la escribo para descubrir con claridad la arquitectura con la que el autor escribió su pensamiento".
Fue precisamente un diálogo inesperado con Berta Singerman lo que le abrió nuevas posibilidades para abordar un texto.
Singerman, quien llenaba estadios para escucharla decir poesía se ofreció para contarle algunos de sus secretos. "Si le sirven los usa, si no le sirven puede romperlo como a una carta de amor", le dijo la última de las grandes divas.
"Cuando tenga un poema -sugirió la Singerman- léalo sin poner voz de actor, ni de recitador, sin ninguna emoción previa. Vea la construcción: si usted respeta dónde va la coma, cómo es de larga la frase, usted va a obtener una respiración y al tener la respiración tiene el estado, el sentimiento del que se puede partir".
"Cuando el actor tiene la respiración de una escena tiene la escena hecha, ya está resuelta -afirmó-. Cada estado tiene una respiración. En los ensayos uso el texto como desencadenador de los estados, después los compañeros y el director te van alimentando".
Con respecto a la dirección de actores fue también preciso y terminante: "No me gustan los directores que creen que lo saben todo y uno tiene que acceder en tres meses a su sabiduría".
"Me gustan los que me llamaron porque cuentan con mi imaginación, que no quieren que lo haga como ellos lo imaginaron en el living -declaró finalmente-. Porque cuando se recibe la mirada de otro actor que no estaba en el living, se derrumba toda teoría y uno se enfrenta a algo que no había imaginado".
Fuente: Télam