Ayer, Jorge Rial en “Intrusos” hacía referencia a una palabra en la carta de Ricky Martín que le llamó la atención, el párrafo en que decía “acepto mi homosexualidad”. Surge por analogía que posiblemente no se sintiera aceptado en su elección sexual, que alguien le hizo sentirse avergonzado por ello, como si ser homosexual fuese un pecado o moralmente condenable.
Me pongo a pensar el dolor que debe sentir cualquier persona de no poder vivir su sexualidad plenamente por condicionamientos casi bárbaros. Que mientras decimos públicamente defender los derechos homosexuales, de alguna manera contribuimos a la discriminación.
Que un talentoso artista, o cualquier hombre deba condicionar su sexualidad, por el que dirán los otros en este siglo, me remontan a las épocas a que Oscar Wilde “fue condenado a dos años de trabajos forzados tras un famoso juicio en el que fue acusado de "indecencia grave" por una comisión inquisitoria de actos homosexuales” en 1895. O cuando Federico García Lorca fue fusilado por su simpatía con el Frente popular y por ser homosexual, en la España del Generalísimo Franco.
Históricamente a los homosexuales se los cazaba o casaba, como represalia a una conducta que algunos hombres consideraban inmoral, desde la venda de una profunda hipocresía.
Pienso entonces, ¿qué cambió en nosotros como sociedad, que todavía nos llama la atención la sexualidad de alguien? ¿Cómo actuamos como sociedad, que algunos tienen que aceptar su condición sexual como si fuesen a ser salvados o expiados por ello?, ¿Cómo hacemos vivir todos los días al que tiene una elección sexual que es, bajo no se qué parámetros, “diferente” de la heterosexualidad.?, Que poco hemos aprendido, que poco hemos evolucionado.
"Estoy convencido de que en un principio Dios hizo un mundo distinto para cada hombre, y que es en ese mundo, que está dentro de nosotros mismos, donde deberíamos intentar vivir". Oscar Wilde.
Fuente: Primicias Ya