Catamarca
Jueves 25 de Abril de 2024
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Ante tanta palabrería, el silencio es una tentación

En Mis documentos, el escritor chileno Alejandro Zambra ensaya una escritura menos distanciada que en sus libros anteriores, muchas veces llegando a la intimidad, deformados por el procedimiento pero que nunca dejan de intentar ganar cierto lugar, cierta pertenencia en un mundo saturado de información y palabras que muchas veces invita al silencio.
El libro, publicado por la editorial Anagrama, tiene algunos momentos inolvidables: Larga distancia y Yo fumaba muy bien son dos ejemplos de esa extimidad, ajena e íntima capaz de volver a un libro un objeto necesario.

Zambra nació en Santiago de Chile en 1975. Es profesor en la Universidad Diego Portales y publicó los libros Bonsái, La vida privada de los árboles, Formas de volver a casa y No leer, en la editorial argentina Excursiones.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam desde su país.

T : ¿Cómo se trabaja literariamente con una materia que casi se descuenta es autobiográfica? ¿Existe alguna literatura que no lo sea?
Z : No lo creo. Lo que hay son máscaras, desde el antifaz al pasamontañas y a la borradura. Pienso que la ausencia de máscara es imposible, o posible sólo como deseo. Supongo que muchos de los libros que más me han impresionado fueron escritos a partir de ese deseo. Por lo demás, no tengo para nada claro el límite entre ficción y no ficción, quizás por influencia de la poesía. Hay una poesía ficcional, como los monólogos a la Robert Browning, pero no hay algo así como una poesía de no ficción.

T : Si Formas de volver a casa representaba más esa vertiente que Bonsái había disgregado, ¿cómo pensar estos cuentos?
Z : Para mí este es un libro distinto, más heterogéneo y, por así decirlo, narrativo. Las novelas yo las leo como una gradación de distancias. La distancia del narrador en Bonsái es grande, quizás porque sólo podía contar esa historia distanciándome, burlándome un poco de mí mismo. En La vida privada de los árboles la distancia disminuye, es como una primera persona disimulada en la tercera. Y en Formas de volver a casa trabajé por primera vez la primera persona, aunque son dos primeras personas, al menos, pienso. Creo que en Mis documentos hay aspectos de todos esos libros, potenciados de otra manera, revisitados, tergiversados, profundizados. Son todos relatos, de algún modo, sobre el deseo de pertenecer, aunque los personajes no siempre saben bien a qué quieren pertenecer.

T : La impresión personal es que el universo de discurso que recorrés está más cerca de Gonzalo Contreras que de todo el sociologismo a la page que pretendió romper con el boom y con la impronta poética de tu país. ¿Cuál es tu opinión?
Z : La verdad es que fui un lector tardío de la narrativa chilena, me formé como poeta, leíamos pura poesía, sobre todo chilena. De la narrativa me gustaban Juan Emar, Manuel Rojas, María Luisa Bombal, José Santos González Vera, pero leí a los narradores de los 90 como con diez años de desfase. Me impresionaron sobre todo algunos que aparecían en ese lote un poco por casualidad, como Adolfo Couve o Germán Marín, que eran de otras generaciones. También me gustó Invierno en la torre, el primero de Rafael Gumucio, que era un libro muy imperfecto pero yo lo entendía, me convocaba. Me gustó La ciudad anterior, de Gonzalo Contreras, claro que sí. También Natalia, de Pablo Azócar, o La patrulla de Stalingrado, de Radomiro Sportorno. Y poco después En voz baja, de Alejandra Costamagna. Todo eso sucedía mientras leía a Borges y lo odiaba y lo amaba, y a Macedonio (y lo amaba y lo odiaba) y a Felisberto Herández (y lo amaba y lo amaba y lo amo). Pero mis lecturas principales eran la poesía chilena. Mi ídolo literario era Enrique Lihn. Por eso pienso que muchos congeniamos de inmediato con Bolaño, que era un lector brillante de Parra y de Lihn (y de Macedonio, pero eso es otro cuento. Bueno: de Parra, que era y es un lector brillante de Macedonio).

T : ¿La literatura nace de cierto desencanto? Si es así, ¿por qué situar ese desencanto en la anodina (supuestamente) democracia chilena?
Z : La pregunta sería por qué no. No sé, he vivido poco fuera, me siento profundamente santiaguino (sea lo que sea lo que eso signifique) y me resulta natural ingadar en este paisaje y en estos problemas. Por otra parte (que es la misma), sigo pensando en los 90 como un tiempo extraño y casi siempre desolador. Toda esa farsa de hacer como que Pinochet no estaba en el poder, que no era el comandante en jefe, que no era senador vitalicio. La dictadura recién empezó a terminar el año 98, cuando lo tomaron preso, pero convivimos toda la juventud con la ficción,instalada e inculcada de múltiples formas,de que Chile había dejado atrás las heridas del pasado.

T : El cruce entre ficción y ensayo, ¿no pensás que habría que bautizarlo otra vez?
Z : Mejor no ponerle ningún nombre. Disfruto, como lector, esa clase de incertidumbres, la sensación de no saber bien qué estás leyendo. Para mí ese libro de Clarice Lispector que sacó Adriana Hidalgo, Revelación de un mundo, fue la revelación de un mundo.

T : Las lecturas que aparecen en este libro son cosmopolitas, por decirlo de una manera trivial. ¿Cómo creés que será la literatura o mejor, qué elementos creés que incorporará una hipotética literatura futura, que no estén ya en Borges, Beckett, Joyce o Joao Gilberto Noll?
Z : Como dice un poema de Jean Tardieu: No lo sé, no lo sé, no lo sé. Pero mi idea de la literatura se ha vuelto, con el tiempo, cada vez menos canónica, a cada rato descubro autores perdidos, que no aparecían en ninguna lista de imprescindibles y que se volvieron, para mí, imprescindibles. Hace diez años no había leído a Emmanuel Bove, a Anna Blandiana, a Jeannette Winterson, a Mario Levrero, a Luis Hernández, a Julio Ramón Ribeyro, qué sé yo, ni siquiera había leído bien a Clarice Lispector o a Elias Canneti, que eran autores más visibles. Para mí el silencio fue siempre una tentación. Era, de algún modo, lo que nos correspondía. Cuando estudiaba literatura, a mediados de los 90, en la Universidad de Chile, se nos decía que estaba todo escrito, que era ingenuo escribir, o querer escribir, y creo que esa conciencia contribuía a la parálisis de esos años. Pero algo buscábamos, algo que no sabíamos qué era, y había que escribir para encontrarlo, o para recuperar el aroma o el sentido de la búsqueda. El silencio sigue siendo una tentación, sobre todo ante tanta palabrería, pero no siento la angustia de las influencias, en parte porque a cada rato, como te digo, descubro autores perdidos que me impresionan y que no suelen formar parte de ninguna lista de lecturas obligatorias.

Fuente: Télam

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