Ahí pone Vargas Llosa, justamente, el ojo: en "la metamorfosis que ha experimentado lo que se entendía aún por cultura cuando mi generación entró a la escuela o a la universidad y la abigarrada materia que la ha sustituido, una adulteración que parece haberse realizado con facilidad, en la aquiescencia general". No faltan motivos para reconocer que eso ocurre, y que no sólo en la literatura y el arte se hace sentir sino también en la educación, la política, el periodismo y hasta las religiones, como advierte Vargas, aunque habría que ver qué tiene de objetable una "abigarrada materia", como no sea para el puritanismo de una mentalidad elitista. Ese adjetivo, "elitista", es precisamente el que predominó entre quienes comentaron La civilización del espectáculo, y mal no le viene a un libro que "parece añorar los buenos tiempos en que una elite -justa e ilustrada- conducía nuestras elecciones", como en El País de Madrid escribió Jorge Volpi, ni tendría derecho a quejarse Vargas de que lo consideren elitista cuando atribuye a "la democratización de la cultura" el "indeseado efecto de la trivialización y el adocenamiento de la vida cultural".
Fuente: Télam