Catamarca
Sabado 20 de Abril de 2024
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Banderas en mi corazón

Papeles en el viento, de Eduardo Sacheri y editada por Alfaguara en 2011, me hizo revolcar en ese barro estancado de mi memoria donde la vida me hizo hundir los recuerdos de la adolescencia y la infancia. Me hizo volver al barrio de Villa Primera en Mar del Plata, a la calle San Juan, a la plaza Pueyrredón, a los amigos con los que vimos cambiar el mundo, creciendo, definiéndonos como personas.
"De chicos todo era más homogéneo, más previsible. Se habían criado en esa clase media suburbana que poblaba el Castelar de los años setenta. Y todos, más o menos, se movían en la misma medianía. Padres oficinistas. Comerciantes, talleristas, madres amas de casa casi todas. La historia de ellos cuatro y de todos los demás. Y sin embargo ahora, treinta años después, se movían en realidades que no tenían nada que ver una con otra".

Conocí la obra de Sacheri a principios de siglo, cuando leí ese libro que determinaría luego gran parte de su literatura: Esperándolo a Tito, donde ya el fútbol fue una excusa para hablar de la amistad, del amor, de la traición, de los fracasos disfrazados de renunciamientos; en resumen: para hablar de nosotros.

Luego vinieron los libros de cuentos Te conozco Mendizábal, Lo raro empezó después, Un viejo se pone de pie, los relatos juveniles de Los dueños del mundo y las novelas La pregunta de sus ojos, Aráoz y la verdad y la ya nombrada Papeles en el viento.

"Papeles en el viento" narra cómo, tras la muerte de Alejandro, alias el Mono, su hermano Fernando, Daniel y ese tipo al que uno termina queriendo aunque esté hecho de palabras, el Ruso, intentan recuperar el dinero de su única inversión en vida: el jugador del Presidente Mitre de Santiago del Estero, ex seleccionado Sub-17, Mario Juan Bautista Pittilanga, para dejarle ese capital a Guadalupe, la hija del Mono. El problema es que Pittilanga había costado una fortuna, deambulaba por las canchas del Torneo Argentino y era, en la jerga de los futboleros, un soberano tronco.

Y es así cómo los tres, tras la desaparición del amigo, urden mil estratagemas no sólo para poder vender a Pittilanga, sino también para revalorizarlo: se hacen editar unos videos trucados en los que se lo ve mejor que a Messi, le pagan una fortuna a un famoso periodista deportivo para que hable de un supuesto interés de un equipo grande de Primera por él, crean una base de datos de jugadores en la que incluyen a "la inversión", inventándole datos que lo hacen quedar como a un fenómeno.

La novela comienza en el cementerio y va avanzando en dos historias paralelas: lo que pasa desde la muerte del Mono y lo que sucedió desde la infancia hasta aquella nefasta circunstancia.

El resto está en el libro: es ficción, ficción bien contada.

Pero en la novela hay un detalle, un detalle importante, ya que, como dice el autor, "es un homenaje a mi Independiente, pero más un homenaje al afecto que sentimos por nuestros equipos aun en la derrota. En ese sentido me permití que fueran de Independiente. Es raro que mis textos futboleros hablen de Independiente, hay como un pudor, un deseo de no imponerle mis propios afectos al lector. Esta vez lo hice porque está tratado desde la ironía, desde el reírme de nuestras propias glorias".

Sacheri hace de la decadencia de Independiente pura literatura. Quiero aclarar que el lector que simpatice por cualquier equipo que alguna vez haya pasado por lo que hoy vive el Rojo (situación que me destroza los nervios, debo confesar), disfrutará y sufrirá (definición simple del masoquismo), de esta novela.

En el 2006 viajé desde Mar del Plata a Avellaneda en los micros de la Peña Roja para despedir al mítico estadio de "La Doble Visera". Sabía, no sé cómo, pero lo sabía, que en ese momento se estaba rompiendo algo, que también, de alguna manera, dejábamos de ser aquellos reyes de copas para convertirnos en otra cosa: no comprendía qué, pero en algo diferente, sin dudas.

No es lo que está pasando aquello que yo esperaba. Tampoco sé si ese cáncer que Sacheri le inocula al Mono sea una metáfora de lo que le pasa a Independiente. Pero sí en la novela están estas palabras que, quizá, den la esperanza de que esta situación sea sólo algo pasajero: "¿Viste cuando te perdés? ¿Cuándo vas a algún lado y te perdés? Vos no te das cuenta en el momento. No es que girás en una esquina y decís: "acá, justo acá, me estoy perdiendo". Si no, no te perderías. No funciona así. Vos te perdés pero no te das cuenta de que te perdés. Avanzás, avanzás, creyéndote que la tenés más o menos clara, hasta que llega un punto que te parás y decís: "me perdí, no tengo la más puta idea de donde estoy metido". Bueno. Yo estoy así".

Corrijo: nosotros estamos así. Pero quizá encontremos otra vez las migas de pan que nos saquen del bosque, las marcas de tizas en las paredes y en los árboles; la puta huella, Sacheri.

Fuente: Télam

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