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Bendición de colectivos en el tributo del ámbito del Transporte a la Virgen

(DIARIOC, 10/04/2013) En la noche del martes 9 de abril, se llevó a cabo el tributo de los representantes del ámbito del Transporte y Comunicaciones estatal y privado, empresa de Correos, camioneros y colectiveros, transportes escolares, servicios de reparto, delivery, taxis y remises.

La Santa Misa estuvo presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por el Vicario General de la Diócesis, Pbro. Julio Quiroga del Pino; el Rector del Santuario y Catedral Basílica, Pbro. José Antonio Díaz; y el Pbro. Francisco Urbanc, sacerdote de la Arquidiócesis de Tucumán.

Participaron el director de Aeronáutica de la provincia, Guillermo Dré, y representantes de las empresas de transporte de pasajeros, entre otras autoridades del sector.

La homilía de Mons. Urbanc estuvo centrada en el tema propuesto para la jornada “La fe se manifiesta mediante nuestro testimonio de vida nueva”. ‘Nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto’”.

Refiriéndose al texto del libro de los Hechos de los Apóstoles dijo que “nos ha descrito en sus rasgos más importantes la vida de los primeros cristianos en relación a Dios, a las demás personas y a los bienes terrenos. Se destaca que los que habían creído en la predicación apostólica, tenían un solo corazón y todo lo ponían al servicio de todos”, subrayando que “la novedad cristiana se expresa sobre todo en la fraternidad: a través de comunidades fraternas, a través de una Iglesia fraterna, a través de una mentalidad fraternal que busca por encima de todo crear relaciones fraternas, como signo de la venida del Reino de Dios”. Luego se preguntó: “¿Qué lugar ocupa la fraternidad en mis preocupaciones? ¿Qué importancia le doy a la fraternidad en mi vida espiritual? ¿No estaré cultivando una espiritualidad individualista, en la que no caben los demás?”.

“Nuestra fe consiste en recibir a Jesús, conocerlo

y a reconocerlo como enviado del Padre”

Sobre el texto del Evangelio dijo que “Juan presenta al fariseo Nicodemo, que muy bien podría ser la descripción de cada uno de nosotros; su nombre es de origen griego: ‘pueblo que vence’. Era maestro, magistrado, príncipe de los judíos y formaba parte del Sanedrín. El Evangelio lo menciona dos veces más, defiende a Jesús como miembro del Sanedrín y luego en el embalsamamiento y sepultura de Jesús. De este encuentro nocturno de Nicodemo con Jesús podemos aprender mucho”. Y agregó: “En lo álgido de la conversación Jesús, le dice a Nicodemo: ‘Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio’. Repetidamente nos dice Jesús, y lo hace con mucha claridad, que él no habla por su cuenta, dice lo que ha visto junto al Padre, transmite las palabras y las enseñanzas del Padre, Él es la misma palabra del Padre. La palabra de Jesús, es la palabra de Padre, y Él nos pide creer en ella, permanecer y atesorarla, esto es guardarla con fidelidad, así seremos auténticos discípulos suyos. Jesús es testigo de la verdad porque da testimonio de Dios, su Padre; nosotros, en la medida que amamos, aceptamos y conocemos a Jesús, amamos, aceptamos y conocemos al Padre Dios”.

“Por tanto, nuestra fe consiste en recibir a Jesús, conocerlo y a reconocerlo como enviado del Padre, para que todos los que creen en Él tengan vida eterna”, enfatizó el Obispo.

En el momento de las ofrendas, los alumbrantes llevaron ofrendas particulares que depositaron en el altar junto con el pan y el vino.

Culminada la celebración eucarística, en el Paseo de la Fe, Mons. Urbanc procedió a la bendición de unidades de transporte de pasajeros de las empresas del medio, y saludo a quienes participaron del homenaje a la Morena Virgen del Valle en sus fiestas patronales.

TEXTO COMPLETO DE LA HOMILIA

Para esta tercera jornada se nos propuso meditar sobre la fe que se manifiesta cuando damos testimonio de una nueva vida, la que nace de la muerte y resurrección de Jesucristo.

El texto del libro de los Hechos de los Apóstoles, 4,32-37, nos ha descrito en sus rasgos más importantes la vida de los primeros cristianos en relación a Dios, a las demás personas y a los bienes terrenos. Se destaca que los que habían creído en la predicación apostólica, tenían un solo corazón y todo lo ponían al servicio de todos.

Esta perícopa subraya la ilusión y la nostalgia de una Iglesia fraterna. En un momento en el que están en crisis otras perspectivas de vida social, en la vivencia del amor como lo testimonió Jesús se ve la posibilidad de rehacer los vínculos a partir de la fraternidad, la fuente inagotable del estilo de vida cristiano. La novedad cristiana se expresa sobre todo en la fraternidad: a través de comunidades fraternas, a través de una Iglesia fraterna, a través de una mentalidad fraternal que busca por encima de todo crear relaciones fraternas, como signo de la venida del Reino de Dios.

Por tanto nos podemos preguntar: ¿Qué lugar ocupa la fraternidad en mis preocupaciones? ¿Qué importancia le doy a la fraternidad en mi vida espiritual? ¿No estaré cultivando una espiritualidad individualista, en la que no caben los demás?

El texto del evangelio de Juan 3,7-15 presenta al fariseo Nicodemo, que muy bien podría ser la descripción de cada uno de nosotros; su nombre es de origen griego: ‘pueblo que vence’. Era maestro, magistrado, príncipe de los judíos y formaba parte del Sanedrín. El Evangelio lo menciona dos veces más, defiende a Jesús como miembro del Sanedrín y luego en el embalsamamiento y sepultura de Jesús. De este encuentro nocturno de Nicodemo con Jesús podemos aprender mucho.

En lo álgido de la conversación Jesús, le dice a Nicodemo: ‘Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio’ (Jn 3,11). Repetidamente nos dice Jesús, y lo hace con mucha claridad, que él no habla por su cuenta, dice lo que ha visto junto al Padre, transmite las palabras y las enseñanzas del Padre, Él es la misma palabra del Padre. La palabra de Jesús, es la palabra de Padre, y Él nos pide creer en ella, permanecer y atesorarla, esto es guardarla con fidelidad, así seremos auténticos discípulos suyos. Jesús es testigo de la verdad porque da testimonio de Dios, su Padre; nosotros, en la medida que amamos, aceptamos y conocemos a Jesús, amamos, aceptamos y conocemos al Padre Dios.

Por tanto, nuestra fe, consiste en recibir a Jesús, conocerlo y a reconocerlo como enviado del Padre, para que todos los que creen en Él tengan vida eterna (cf. Jn 3,15).

Durante la conversación le dirá: ‘Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo?’ (Jn 3,12).

Es bueno saber que ya el autor del libro de la Sabiduría, aunque en un orden inferior de conocimiento, había hecho esta comparación: “Pues si apenas adivinamos lo que en la tierra sucede y con dificultad hablamos de lo que tenemos entre nuestras manos, ¿quién rastreará lo que sucede en el cielo?” (Sab 9,16).

La frase de Jesús se refiere a los misterios profundos de la fe. No se trata del modo de expresar estas verdades, que se expresan al modo de los hombres, sino del mismo contenido real de las mismas.

Unas, pueden ser “terrenas,” no porque no sean verdades de revelación y contenido sobrenatural, y, por tanto, objeto de fe, sino porque esos misterios se realizan o están en la tierra. Pero otras son realidades totalmente inaccesibles y celestiales. Son los misterios de la vida íntima de Dios, el misterio trinitario, etc. Pero aquí, sobre todo, el misterio que está en situación es el misterio del origen divino del Hijo del hombre y la gloria que por ello le corresponde” (cf. Jn 6,62; 8,23).

Lo que a Nicodemo no le cerraba es: ¿cómo podía conocer Jesús estas verdades? Si bien lo consideraba, al menos, como un profeta (Jn 3,2), ¿podría un profeta sondear los mismos misterios de Dios?

Sin embargo, Jesús reivindica tener un conocimiento único y excepcional: “Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo”. El Hijo del hombre, que “subió” al cielo en la “ascensión” y que “bajó” del cielo en la “encarnación,” no por eso dejó jamás de estar “en el cielo”.

Jesús le está diciendo a Nicodemo que su morada es el cielo, por lo que Él penetra los misterios más profundos y “celestiales.” Jesús no manifiesta esta revelación al estilo del oficio de los ángeles, puesto que vincula su conocimiento a pertenecer a una esfera totalmente trascendental. La divinidad de Jesús se está manifestando aquí a través de procedimientos convincentes.

Aquí también es valioso un pasaje del profeta Baruc que ambienta hasta con exactitud literaria este pasaje. Se lee, entre otras cosas, lo siguiente: “¿Quien subió al cielo y se apoderó de la Sabiduría y la hizo descender de las nubes? (Bar 3,29). No hay nadie que conozca sus caminos ni que tenga noticia de sus senderos; pero el que sabe todas las cosas la conoce, y con su inteligencia la descubre. (Bar 3,31). Este es nuestro Dios, ninguno otro cuenta a su lado para nada” (Bar 3,36).

En esta perspectiva se entiende la alusión a la cruz: “De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto” (Jn 3,14). Jesús no sólo se presenta como objeto de fe, sino también como la Vida misma. Por eso, el evangelista delinea la necesidad de “ver” a Jesús “elevado,” para “verle” como Hijo de Dios. Él mismo dijo: “Cuando levanten al Hijo del hombre (en la cruz), entonces conocerán que soy yo” (Jn 8,28), por la gloria de su resurrección, el Mesías-Hijo de Dios. Es decir, por la “elevación” de Él a la cruz conoceremos la “elevación” de Él hacia donde estaba antes “de la creación del mundo” (Jn 17,24), que es de donde “bajó” (Jn 3,13), del “seno del Padre” (Jn 1,18).

Así podemos concluir que para comprender los designios de Dios, ‘tenemos que renacer de lo alto, es decir del Espíritu Santo’ (cf. Jn 3,7-8).

Y termino con esta oración, que ustedes la pueden seguir en silencio: “Señor, muéstrate bondadoso conmigo, que, de hecho, considero poco importante la fraternidad. Estoy preocupado de que las cosas “funcionen” y, así, encuentro el pretexto para olvidarme de que los otros son mis hermanos, cuando no los convierto en meros instrumentos. Estoy preocupado por mi salud y, así, me olvido de que los otros también tienen sus problemas, quizás mucho más graves que los míos. Estoy preocupado por el bien que debo hacer y, con frecuencia, no me pregunto si lo hago de una forma fraterna, si lo hago de hermano a hermanos. Estoy preocupado por llevarte a los alejados y me olvido de los que tengo cerca.

Señor, concédeme unos ojos y un corazón fraternos. ¡Qué alejado ando de todo esto!... Estoy alejado, y la mayoría de las veces ni siquiera me doy cuenta, porque no me tomo en serio la fraternidad: resulta demasiado poco gratificante, no me hace lucir, no enciende mi fantasía, no hace que me sienta un héroe.

¡Señor, ilumíname con tu palabra y tu Espíritu, como hiciste en los comienzos de tu Iglesia, para que quiera ser de verdad hermano o hermana de mi prójimo!

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