Catamarca
Martes 16 de Abril de 2024
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Boris Vian en el rincón de Mohammad Ali, héroe musulmán del pacifismo

"Portuario de El Havre, en la trinchera de enfrente hay un portuario de Bremen. ¡Mátalo!", escribió Paul Eluard en admirable síntesis de lo que terminaba siendo una guerra en el siglo XX, la condena al enfrentamiento entre miembros de las clases sociales más bajas.
La técnica se perfeccionó y en Hiroshima y Nagasaki, cuando el hombre a hombre no había llegado, siquiera, al fútbol, bastaron un par de aviones para hacer efectiva la muerte de 300.000 japoneses indefensos. Ya no cesarían los descubrimientos de las más sofisticadas armas, desde el napalm a los drones.

Conmueve el hoy candoroso y además parejo duelo propuesto por Eluard, tan irreal que sólo podría darse en una película -Daniel Auteuil y Klaus Kinski serían nuestros portuarios- o ya como simple hecho policial, en una curva del pasaje Butteler. Aún en ficciones, no es habitual que un texto literario sea utilizado para estimular a un campeón del deporte a defender su ideología política, su condición humana. Mucho menos si se trata del consumo de poesía por parte de un boxeador. El fenómeno se dio hace poco más de 44 años, precisamente el 8 de diciembre de 1970.

Después de su rechazo a ser incorporado al ejército de Estados Unidos para combatir en Vietnam, el extraordinario Cassius Clay (1942) -convertido en Mohammad Alí, a partir de abrazar el credo de los musulmanes negros- fue descalificado por la mafia de dirigentes que conducían el boxeo en todo el mundo. No le perdonaron el desafío al Pentágono y las más poderosas corporaciones. "¿Por qué este gobierno pide que me ponga un uniforme y viaje 10.000 millas a descargar bombas y balas a los amarillos de Vietnam, mientras los negros de acá somos tratados como perros? Sí que yo fuera a la guerra le diese igualdad de derechos y libertad a millones de negros de mi pueblo, iría mañana mismo.

Mantengo mis principios, no tengo nada que perder. Los negros hemos vivido encarcelados por 400 años", planteó Ali. En la segunda pelea de retorno a la actividad tendría por rival a Oscar Bonavena (1942-1976). Criado en las calles de Boedo, "Ringo" había armado una imagen que resultaba pintoresca y divertida.

Por un lado era un atorrante que integraba la hinchada que iba a la "perrera" de las tribunas del club Huracán. Como pugilista, tras una serie de éxitos locales -y haberle mordido una tetilla a Leo Carr en los Panamericanos de San Pablo- debutó en el Madison Square Garden ganando por nocáut en el primer round. De inmediato, y gracias a su veta histriónica de raíz eminentemente popular se transformó en un curioso showman. Por televisión, desde su físico exuberante y con voz delgadita y bastante desafinada, se permitía cantar temas de simpleza casi infantil como aquel "Pío, pío". También fue eje de un programa que se presentaba los domingos al mediodía: su madre, Doña Dominga, amasaba ravioles y "Ringo" invitaba a la mesa de su casa a famosas figuras del momento.


Fuente: Télam

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