Por medio de la ficción La piel problematiza gran parte del sostén ideológico de nuestra sociedad de consumo donde incluso el sexo se ha convertido en una mercancía más. Estoy pensando en el narrador y su relación con las mujeres.
Bueno, el sexo es una mercancía desde siempre, "el oficio más antiguo del mundo", etcétera. ¿No? En otros de mis libros sondeé el cruce entre sexo y política, que me resulta una especie de agudización, o sobreexposición, del tema vida privada y política. Me llama mucho el morbo esa encrucijada en la cual el acto en sí se hace social, o para decirlo de una manera más pulcra, donde aquello que pensamos como lo más satisfactorio (o insatisfactorio) de lo privado revela las marcas, las hilachas del mundo abierto. Un ejemplo. Hace poco estuve en el Chaco y conocí a un adicto recuperado que trabajaba en una imprenta. Me contó que una vez le había robado un reloj pulsera a un cliente y se había ido a ver a una mujer pública. Durante el acto miraba el reloj antes que el cuerpo de la mujer y se excitaba. Me dijo: "el tiempo pasaba rápido y lento." Al otro día, sin que el cliente se diera cuenta de nada, devolvió el bien sustraído. Le pregunté si lo volvería a hacer, robar, copular, excitarse de esa manera, y me dijo que no, que el reloj ahora le daba asco. Le creí a medias.
¿La piel puede ser considerada una novela pornográfica?
Sí, por supuesto. En los decorados hay un poco de prosa ensayística o especulativa, pero en el centro están las escenas de sexo. Sebastián Robles, que hace poco publicó Las redes invisibles, siempre habla muy mal del "realismo" en defensa, entiendo, de la ciencia ficción y la libertad de crear e imaginar, y atacando a un grupo de escritores argentinos que hoy podríamos considerar como herederos más o menos mixturados de la "novela seria realista". En este sentido me interesa la pornografía, esa deformación, ese artificio, que jaquea y ensucia la posible seriedad de colegas generacionales que, si bien no considero para nada malos escritores, me aburren como Selva Almada o Hernán Ronsino. Si pudiera escribiría siempre novelas pornográficas. Creo que es lo que voy a hacer de ahora en más.
Pareciera que la vejez no tuviera ningún valor en nuestra sociedad actual; y si la tiene siempre está en relación a su posibilidad de conservar algún grado de juventud.
Eso me interesa particularmente porque me siento un viejo choto desde que tengo trece años. Y al mismo tiempo odio a las viejas. No tanto a los viejos. Creo que la vejez siempre es, sobre todo, reverenciada por los mismos viejos. Supongo que en las sociedades primitivas, aunque carecían de fuerza, tenían el conocimiento y la experiencia. Hoy ya no hay motivo para que un viejo exista. Cada vez son más parasitarios y todos lo sabemos. Y no solo desde un punto de vista económico o productivo sino moral o científico. En eso se parecen mucho a los artistas.
Fuente: Télam