Catamarca
Martes 23 de Abril de 2024
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Conmovedor recorrido por "La isla de la infancia"

La isla de la infancia, tercer libro de la serie autobiográfica "Mi lucha" del escritor noruego Karl Ove Knausgard exprime al máximo los recuerdos de una etapa fundacional, donde entran en juego todos los sentidos para traer al presente -como la magdalena de Proust- instantes primigenios e imborrables.
La historia comienza en "un templado y nublado día del mes de agosto de 1969", cuando un autobús deja a una familia -padre, madre, un niño y un bebé de ocho meses- en el extremo de una isla de la costa sur de Noruega, "entre jardines y peñascos, prados y bosquecillos, subiendo y bajando pequeñas cuestas, doblando cerradas curvas, unas veces con árboles a ambos lados, como en un túnel, y otras pegado al mar".

Una descripción detallada que se reitera a lo largo del libro para abarcar una infancia que parece transcurrir ahí, mientras la lectura nos hace participar de lo que el autor cuenta, aunque de esa primera etapa sólo quedan fotos de ese bebé.

"Resulta tan difícil que casi parece incorrecto emplear la palabra 'yo' para hablar de aquello" (...) ¿Esa criatura es la misma que la que está sentada en Malmö, escribiendo esto" (...) "¿No sería más natural operar con distintos nombres, ya que la identidad y el concepto de uno mismo varían tantísimo?" se pregunta Knausgard.

Claro, de esa época no recuerda nada, sólo lo que le cuentan sus padres y las fotos. Esas fotos que no encierran ninguna memoria ni secretos: "Están completamente vacías, el único significado que se puede extraer de ellas es el que les ha proporcionado el tiempo", aunque para él y para todos formen parte de su historia, de su identidad.

Pero aunque casi no recuerde nada de sus primeros seis años, "existen otra clase de recuerdos", advierte para luego nombrar a aquellos que aparecen sin ser convocados por el conjuro de un determinado olor, sabor o sonido. Y otros relacionados con el cuerpo, los sentimientos o el paisaje, un escenario enclavado en el fondo de esa primera etapa de su vida.

Y allí aparece la casa, el bosque, los vecinos, el mar, los chicos, el comienzo del colegio, todo se despliega con la misma intensidad del aquí y ahora. Nada es superficial, todo tiene textura, consistencia: el padre duro, la madre blanda, los abuelos cálidos, al igual que ese hermano mayor volátil, se acerca y se distancia.

Esa experiencia infantil se nutre cada día en que todo es nuevo, diferente, increíble, hostil, frustrante, especial, todo se llena de adjetivos que se entrelazan, mutan de golpe, dejan al pequeño sin respuestas, con miedo, con deseos.

"El tiempo nunca corre tan deprisa como en la infancia, una hora nunca es tan corta como entonces. Todo está abierto, vas corriendo de un sitio a otro, en un momento hacés una cosa, al siguiente otra, y de repente se ha puesto el sol y te encuentras en la penumbra (...) Pero tampoco el tiempo transcurre nunca tan despacio como en la infancia, y tampoco una hora es jamás tan larga como entonces", escribe el sueco.

Entremedio de la vida misma, deja caer esos pensamientos que nos apartan por un momento de ese enjambre de sensaciones que aparecen con el correr de los días.

Tal vez la percepción de la tristeza: "(...) una tarde que estábamos sentados en su cuarto me preguntó qué me pasaba. - Nada en especial -respondí. -¡Pues estás muy callado! -dijo. -Ah, bueno -dije-. Es que estoy muy triste. -¿Por qué? -No lo sé. No hay ninguna razón en especial. Sólo que estoy triste...
O lo que sentía Ove en la casa de sus abuelos: "Si alguno de nosotros tiraba sin querer un vaso de leche no era una catástrofe, los abuelos entendían que esas cosas podían pasar, allí incluso podíamos poner los pies en la mesa, si mi padre no estaba presente, claro, y hundirnos todo lo que quisiéramos, incluso tumbarnos, en el sofá, marrón con rayas naranja y beige".

Tampoco está ausente en la narración la figura intimidante de su padre. "Su ira llegaba como una ola y atravesaba la habitación, golpeándome una y otra vez, para luego retirarse", escribe al pasar, para luego olvidarse desde la mirada indulgente de todo niño para quien la distancia entre lo bueno y lo malo "era mucho más corta de lo que es para un adulto"

La infancia de Karl Ove Kanusgard observada hasta en los más nimios detalles surge espontánea, sin registro temporal, en este libro recién publicado por Anagrama en su versión al castellano.

Karl Ove Knausgárd (1968) comenzó en 2009 su obra Mi Lucha, integrado por seis novelas, la última publicada en 2011.

Ha obtenido numerosos galardones y la serie se ha traducido a varios idiomas, en castellano se publicaron también el primer libro, La muerte del padre y el segundo, Un hombre enamorado.

Fuente: Télam

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