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Crecer con más de una familia

El amor es el eje fundamental de un sistema que busca atender las necesidades de niños en riesgo ubicándolos en hogares temporales de refugio para evitarles la institucionalización. Testimonios en primera persona
(DIARIOC, 30/06/2012) No hay otra palabra que el amor para definir verdaderamente esta casi secreta tarea, que miles de almas sensibles realizan en todo el mundo. En Argentina, cientos de familias decidieron proteger y contener a menores que, por diferentes factores, no pueden estar con sus parientes.

Una familia de acogida es aquella que cuida de un niño –en situación de riesgo– mientras éste lo necesite –generalmente en forma temporal– y colabora en varios aspectos para que ese menor pueda volver con su familia biológica, excepto en los casos en que se sabe de antemano que el niño será adoptado.

Esta tarea es realizada por familias voluntarias que responden a la normativa vigente según lo establecido por la Convención de los Derechos del Niño. En las acogidas se privilegia contenerlos en hogares antes que encerrarlos en institutos, y brindarles todo lo necesario para que se desarrollen, crezcan y se eduquen.

Todo nace de la necesidad de brindar amor

Las madres que brindan acogida a los niños en riesgo se caracterizan por ser mujeres amorosas que, generalmente sensibilizadas por la realidad que las rodea, deciden no quedarse sólo en lamentos. Es el caso de dos madres que dialogaron con Infobae.com.

Claudia Bernazza inició su experiencia en 1985, cuando era maestra, y junto a su esposo Enrique "Quique" Spinetta decidió acoger a chicos, los cuales al día de hoy suman 30 menores de entre 8 y 15 años: "En muchos casos, sus padres biológicos fueron padres jóvenes, adolescentes, que en tiempos del neoliberalismo estaban excluidos del sistema. Muchas familias nunca llegaron a constituirse. La década del noventa dejó estas secuelas. Luego de pasar por nuestra casa, nuestros chicos, la mayoría de las veces, regresan a sus casas de origen. Pasan con nosotros el tiempo que ellos necesitan", aseguró.

"Uno lo que hace es acompañar a las familias en situación de riesgo, ayudarlas. Este sistema hace que las familias se amplíen y nos solidaricemos. No me gusta la palabra sustituta porque no sustituimos a nadie sino que fortalecemos lazos de origen y ofrecemos nuevos vínculos cuando los derechos del niño están en riesgo".

Los chicos en situación de riesgo (ver puntos importantes) pueden reconstruir sus vidas "a partir de relaciones que pueden reparar. Por eso, cuando esto es posible, los ayudamos a retomar el vínculo con sus padres, hermanos y familiares, y también los ayudamos a comprender qué sucedió, a comprender por qué sus padres no los pudieran criar. Todos debemos saber que fuimos deseados y bienvenidos, que sus padres vivieron situaciones de injusticia más allá de su voluntad", señaló Bernazza.

También destacó que, a veces, el abandono se produce por una situación gravísima, pero que cuando esa reconstrucción es acompañada con amor "no les cuesta superarla". Tampoco les cuesta a esos niños pensar que tienen una familia "ampliada": "Los chicos pueden construir la nueva constelación de relaciones y pueden darles nombre a los nuevos vínculos", ellos se hermanan con los hijos de los padres que los contienen.

"Los chicos necesitan generar lazos con su propia familia. En ningún caso una familia sustituye a otra", reiteró Bernazza.

Desde hace poco más de un año, Gabriela Portale junto a su familia acoge a una beba de 1 año que llegó a sus brazos porque la madre biológica padece problemas de adicción y aún no se decidió si la niña será adoptada o volverá a su origen.

"En ese ´mientras tanto´ está este servicio, que no es para resolver nada sino para abrigarla y darle calor de familia. El día de mañana, inconscientemente, ella va a buscar eso", señaló la madre de dos niños que, felices, desean que esta hermanita del corazón tenga una vida de amor, igual que ellos.

La primera expriencia para Gabriela fue el año pasado, cuando acogió a un bebé que esperaba ser adoptado. Con emoción, recordó cómo fue el día en que entregó al pequeño a la nueva familia: "La mamá adoptiva no paraba de llorar y fue hermoso porque, además, la chica había sido compañera mía de colegio. Fue hermoso porque en ese momento te sentís el obstetra. Ese momento es todo. Es muy gratificante".

Cuando un grupo de especialistas y profesionales determina que el niño volverá a su familia de origen, quienes lo contienen se ocupan de fortalecer los lazos con su origen. Para ello se establecen encuentros de revinculación entre la madre biológica y el niño, pero no siempre los padres facilitan esas citas: "Muchas veces no van", se lamentó.

Lo más sorprendente siempre son las respuestas de los otros niños. En su caso, Gabriela es mamá de dos nenes de 5 y 8 años quienes entienden de qué se trata el acogimiento y saben cómo actuar: "Cuando el primer bebé vino, mi miedo mayor era la reacción de los míos cuando se fuera. Sabíamos que iba a adopción y, por eso, entre todos haciamos una cadena de oración para que apareciera una familia. Hubo mucha alegría cuando apareció esa familia. Eso también es educación. Mis hijos ahora piden por la mejoría de la mamá de la gorda".

"Dentro de todo este conflicto, lo que estamos haciendo sirve de mucho. El día de mañana ella va a buscar lo que vivió", concluyó Gabriela.

Este concepto no es errado. La psicología admite que el cuerpo tiene memoria sensorial de situaciones que quizás la mente no recuerda: "Los niños más pequeños tienen memoria de reconocimiento, comienzan a recordar los olores, caricias, sonidos e imágenes. Es así como desde tan chiquitos reconocen a la mamá. Más tarde siguen desarrollándose y van a ir reconociendo rutinas, caras, lugares, y cada vez más la memoria va tomando mayor complejidad. Hay recuerdo en imágenes", sostiene la licenciada Ofelia Salgueiro (MN 33700), integrante del equipo profesional del Instituto de Psicología Argentino.

El testimonio de un hijo acogido: "Yo valoro lo que mis padres hicieron por mí"

Juancho tiene 29 años, y a los dos llegó a la casa de una joven pareja de recién casados que, atentos a las necesidades sociales, no dudaron en albergar a niños que necesitaran contención y ayudar a sus familias. Él fue el primero de los 30 niños acogidos por Claudia y Quique.

En diálogo con Infobae.com, el hombre de La Plata contó cómo es hoy su vida: "Es muy lindo vivir con ellos, es una familia muy agradable, se pasan buenos ratos juntos. Desde chico me enseñaron que, y era como una ley, una persona tiene que sentirse bien al lado de otra. Ese es el camino derecho en esta casa".

A los dos años de vida, Juancho –como le dice su familia– llegó al hogar de los recién casados porque su familia sanguínea no podía cuidarlo, pero, desde luego, nunca perdió contacto con ellos, puesto que es esa la principal virtud que las familias de acogimiento tienen. Pese a ello, a los 13 años decidió que quería vivir con quienes lo estaban criando.

Él mismo explicó el motivo de esa elección: "Los admiro como a nadie, son especiales. Me saco el sombrero por los dos, porque hay mucha gente buena pero no todos hacen lo que hacen ellos", dijo, y recordó: "En un momento pregunté qué hubiese sido de mí si ellos no hubiesen aparecido... Seguramente no la pasaría tan bien como ahora. Hubiese estado en un instituto de menores, seguramente. Yo valoro lo hicieron por mí".

Juancho creció con dos familias y nunca negó que las tuviera. Sus compañeros de escuela también lo acompañaron durante ese proceso de vivir los días de semana con Claudia y Quique, y los fines de semana con su familia biológica. Le preguntaban si era adoptado, pero les explicaba: "Yo no siento que sea una adopción, es una familia, es algo especial".

Eso especial es seguramente el amor que lo une a sus dos familias: a sus cuatro padres y a sus hermanos de sangre y a los, como él dice, "hermanos de liganza". Después de todo, ¿quién no tiene una familia regalada por la vida?

Fuente: infobae.com

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