Catamarca
Jueves 25 de Abril de 2024
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Crónica de una impostura que desnuda complicidades y fantasmas de escritor

Podría haber contado sólo la historia de Enric Marco, un hombre que durante 30 años se hizo pasar por sobreviviente de un campo de exterminio nazi, pero el español Javier Cercas tuvo otras ambiciones para El impostor, un texto poliédrico que recorre sus contradiciones frente al ejercicio de la mentira que supone toda ficción y al mismo tiempo expone la complicidad de una sociedad seducida por la idea de una memoria complaciente, despojada de autocrítica.
"No se puede salir indemne de una historia así. Si sales indemne es porque estás haciendo trampa. No se puede describir a un impostor sin revelar qué tienes tú de impostura -sostiene Cercas a Télam-. No quiero que el lector vea en el libro una historia asombrosa sin más, que piense 'este tipo es un monstruo, no tiene nada que ver conmigo'. No deseo tranquilizarlo sino todo lo contrario, porque Marco es un espejo deformante de lo que somos".

Quería pero al mismo tiempo se resistía el autor de Anatomía de un instante a escribir una novela sobre esta impostura que paseó a Marco por el mundo como presidente de la Amical de Mauthasen -la mayor asociación de deportados españoles de los campos nazis-, le valió distinciones y el bronce incuestionable de los héroes, hasta que en 2005 fue desenmascarado por el historiador Benito Bermejo.

"Tal vez lo que ocurrió no deba ser comprendido, en la medida en que comprender es casi justificar", escribió el italiano Primo Levi en alusión a su experiencia en el campo de Auschwitz, una frase que atormentó durante mucho tiempo a Cercas: "¿No es indispensable tratar de entender toda la confusa diversidad de lo real, desde lo más noble hasta lo más abyecto? ¿Tenemos que prohibirnos entender o más bien estamos obligados a hacerlo?", franquea en El impostor.

"Si tu no entiendes el mal no puedes acabar con él. Si alguien fuera capaz de hacernos entender a Hitler, cómo es posible que ese psicópata fascinase al país más culto de la tierra, nos estaría regalando el instrumento para que eso no vuelva a ocurrir -cavila-. Ahora, si tú lo ocultas y lo niegas, tienes todos los números para que eso se repita. Es una bomba, y a las bombas hay que abrirlas para aprender a desactivarlas".

Los fantasmas fueron cediendo y Cercas tuvo por fin su primer contacto con Marco, una entrevista regida por el desagrado que el falsario de entonces 88 años le provocó, aunque con los encuentros esa impresión mutó a la compasión y en la etapa final a una "avergonzada admiración" por ese hombre que batió records con la perdurabilidad de su impostura.

Y así empezó a levantarse esa arquitectura casi experimental que fusiona la novela con el ensayo, la crónica y la biografía, a la vez que confronta a Cercas con una instancia "irregular" en su oficio de novelista: el componente de ficción es aportado por Marco, el impostor en cuestión, y al autor de Soldados de Salamina le toca rastrear la verdad en los entresijos de la mentira urdida por otro.

"Mi primera decisión fue escribir una novela sin ficción, porque no tiene sentido escribir una ficción sobre otra ficción. La segunda fue poner a dialogar la ficción y la realidad, es decir, a las mentiras de Marco las puse a dialogar con las verdades del texto", destaca Cercas.

"Las grandes mentiras no se construyen sólo con mentiras: la mentira pura no convence a nadie. Las mentiras se amasan con pequeñas verdades que las vuelven creíbles -explica-. Marco fue un inmenso mentiroso y lo difícil fue separar un componente de otro: nunca estuvo en un campo de exterminio nazi, pero sí en Alemania durante el nazismo. Estuvo en la cárcel, aunque no como resistente al régimen sino por delitos comunes. No fue un héroe de guerra, pero sí estuvo en la guerra..."

En El impostor, que Cercas presentó en la Feria del Libro este fin de semana, se plantea una equiparación entre la ficción como materia prima del escritor y la apropiación del mismo recurso por parte de impostores como Marco: no se cuestiona la utilización de la mentira sino los términos de su circulación -si es consensuada o no con el destinatario- y el punto de quiebre es sin duda el propósito, dado que sólo en el caso de la literatura está al servicio de una verdad y justifica lo que Samuel Coleridge define como "una voluntaria suspensión de la incredulidad".

"Las novelas funcionan a base de mezclar mentiras y verdades sólo que a diferencia de la vida esto es legítimo porque el escritor tiene el deber de engañar al lector, de persuadirlo de que aquello está ocurriendo, y el lector tiene la obligación de dejarse engañar", apunta el escritor.

"Marco en cambio es un monstruo, un hombre que viola todas las leyes que los demás respetamos. En un punto trabaja como un novelista, incluso también el impulso que lo lleva a inventar sea idéntico al de un escritor, que se inventa una vida ficticia para esconder la propia. Sin embargo, los novelistas a cambio de una mentira entregan una verdad moral y universal, mientras que Marco sólo dio un relato falaz y sentimentalista... pura mentira".

A medida que avanza en su subversiva travesía, El impostor (Random House) empuja a Cercas a niveles de implicación inéditos: el relato es preciso en la contradicción que corroe al escritor mientras despoja a Marco de su artilugio y la mentira se convierte en una pertenencia en disputa, hasta que el viejo impostor suelta defintivamente su botín en una operación de la que su intelocutor no sale indemne.

"Hay un diálogo ficticio entre él y yo sobre el final del libro en el que me dice 'Por favor, dejame algo porque me estás desnudando por completo. Me estás quitando toda mi épica y la coraza con la que he vivido tantos años'. Ahí es donde me veo como un cabrón pero al mismo tiempo siento que tengo que seguir haciéndolo, porque es el pacto que he hecho con el lector", confiesa este profesor de literatura española de la Universidad de Gerona que ha publicado siete novelas y es uno de los mejores novelistas de la actualidad.

"Marco me dice 'Usted es una mierda, porque respeta todos esos valores de la decencia y la verdad que son valores pequeñoburgueses. Yo pongo todo por encima de eso para vivir la vida heorica que soñé y soy capaz de violar todas las normas que respetan pequeñoburgueses como usted, llenos de neurosis. Me las cargo todas'. Se convierte así en una especie de héroe amoral, nietzscheano", sostiene.

Hay una metáfora recurrente en El impostor que forcejea con la subyugación que produce la historia del embustero Marco: Cercas procura que en paralelo a los pormenores de la vida del protagonista, el lector digiera los grados de complicidad necesarios para que una mentira semejante haya sorteado los sensores críticos de la sociedad española por casi treinta años.

¿La anuencia de una sociedad es condición necesaria para que se propaguen impostores o dictadores? ¿Bajo esa matriz se pueden analizar tanto la relación de la sociedad alemana con el nazismo, como la de los españoles con el franquismo y la de la Argentina con la última dictadura? "La historia de Marco remite a toda esa responsabilidad colectiva -opina-. Por instinto, lo primero que pensamos siempre es que la culpa la tiene el otro. La culpa de es Hitler y de Marco sí, pero también hay más culpables".

"¿Cómo es posible que Marco engañara a todo el mundo? Porque decía lo que todos querían escuchar. No contaba la verdad sobre la guerra y los campos nazis: hacía circular una versión amable, edulcorada, tranquilizadora, en la cual había unos malos muy malos que eran los franquistas y los nazis y luego estábamos nosotros que éramos los buenos, los héroes", señala.

"Marco contaba una versión sin las atroces ironías de la historia real. Una versión kitsch que carecía de lo que Primo Levi llamaba las zonas de sombra, esos lugares equívocos donde las víctimas se convierten en verdugos y los verdugos en víctima. De algún modo todos eran cómplices. Yo no salgo bien parado con este libro, pero el lector tampoco", concluye Cercas.

Fuente: Télam

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