Catamarca
Viernes 19 de Abril de 2024
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Cuando el teatro es la vida

Alguna vez el escritor Rodolfo Rabanal ofreció una paradoja tan cruel como interesante: planteó, palabras más palabras menos, que en tiempos de dictadura, la palabra artística tiene más peso que durante las democracias.
Esto sucede porque los gobiernos de facto suelen atribuir a la creación una verdadera amenaza contra el cumplimiento de sus intereses por lo que siempre intentan reprimirla y, para eso, deben mantenerse alertas. En los gobiernos constitucionales, en cambio, quizás no se le preste tanta atención ni se de tanta entidad a lo que pueda decir o hacer el arte.

La notable exposición Perder la forma humana, una imagen sísmica de los años ochenta en América Latina -organizada por la Universidad Nacional Tres de Febrero que tuvo lugar en el Hotel de los Inmigrantes entre el 20 de mayo y el 10 de agosto pasado-, se propuso justamente indagar y desplegar el mapa de lo que fue el cruce entre las aberrantes torturas físicas, psicológicas y sociales ejercidas por las dictaduras que azotaron nuestro continente, y las expresiones -o, mejor dicho, metamorfosis- de libertad, inspiración y creatividad con que muchos artistas, intelectuales y militantes de la política y de la vida reaccionaron. No solo para sobrevivir sino también para mantenerse en vida gracias a la implosión del arte.

Representaciones simbólicas como las siluetas y las fotos con signos de pregunta, escenarios lábiles que no distinguía tanto entre artistas y espectadores, volantes de difusión con aura de fotocopiadora y sótanos o altillos donde el arte, a diferencia de lo que sucede hoy en museos y galerías, respiraba y, al mismo, tiempo ofrecía una reserva de oxígeno para quienes se cruzaran con el.

Entre los numerosos homenajes y reconocimientos hacia distintos colectivos, agrupaciones y asociaciones artísticas de diversos países de la patria grande, uno de los más emotivos fue el hecho artístico participativo que tuvo lugar el sábado 26 de julio, con la presencia y el corazón de algunos miembros del TIT (Taller integral de Teatro), Luis Brand y José Luis Fernández.

El TIT, cabe la aclaración, fue un interesantísimo grupo experimental anterior a Teatro Abierto que comenzó sus actividades ya en el año 1978 en dos sótanos (uno ubicado en Avenida Corrientes y otro en la calle Catamarca). Influidos por la estética disruptiva de Antonin Artaud, Lautréamont y André Breton, entre otros, cada una de sus obras tenía algo de punto bisagra, un antes y un después que podía ir desde la destrucción de una alfombra hasta el impacto definitivo en el respetable. Porque la grandeza del TIT está en que, ya en ese entonces, supieron que en el propio hecho artístico se pone en juego un importantísimo logro político, algo que si bien hoy parece evidente muy pocos en ese entonces entendían. A pesar de que ni siquiera hoy cuentan con suficiente difusión, los integrantes del TIT fueron algo así como los fundadores del arte subterráneo que supo encender una linterna en la etapa más oscura de la historia argentina y de Latinoamérica. De hecho, contra los artistas del TIT -que también usaban las instalaciones del teatro Picadero- fue lanzada la primera amenaza que luego se materializaría el 6 de agosto de 1981 ya contra Teatro Abierto, un bombardeo que prendió fuego el teatro pero, al mismo tiempo, hizo arder aun más su arte.


Fuente: Télam

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