Desde sus primeras exposiciones García sentó precedentes personales: por la década del noventa y percibido sagazmente por Ruth Benzacar mostró una imagen que citaba la iconografía cristiana, presente en los símbolos históricos del martirio (coronas de espinas, rostros macilentos, corazones heridos, lágrimas, flechas, gotas de sangre, cuerpos exangües).
Pero esta batería de símbolos pesarosos eran trascendidos por el tratamiento pictórico. Casi distante, parco, resistente a la conmoción emotiva inferible de estos martirios, García desplegaba recursos de representación muy sintéticos, nada convulsos. (Télam)