Esas vacuolas de sin sentido, no homologables ni mensurables, suponen un acontecimiento político que Alemán -su ajustado olfato emancipatorio- logró aislar en la experiencia abierta por Néstor Kirchner en la Argentina, en 2003. El autor de este libro recién publicado por la editorial Gedisa, no sabía entonces cómo sería la avanzada institucional contra las fuerzas desatadas después del 2001 local. Pero para apostar, resultó imprescindible que su formación fuera menos la de un cientista político que la de un psicoanalista.
Después del discurso analítico, la izquierda no puede ser utópica, pues nunca existirá una sociedad reconciliada consigo misma y sin fractura. No puede ser revolucionaria, pues no hay un corte que permita que empiece todo de nuevo (…) Tratar el retorno del pasado sin nostalgia y con la energía de lo venidero, ¿no es esta la guerra aplicada del deseo?, se pregunta el hombre.
Y resuenan los nombres: El guerrero aplicado de Jean Paulhan; la filosofía del límite de Eugenio Trías, de quien Jorge aprendió a pensar que en la periferia, en la frontera, proliferan invenciones que no se reducen a obturar la pulsión de muerte como tampoco decir - y sólo decir - el desierto crece o en el peligro está la salvación.
¿Por qué? Porque la pulsión de muerte resulta imposible disciplinar aún con el despliegue de la ciencia de última generación, la tecnociencia, la ciencia que día tras día estrecha más sus pliegues, dirige desde sus aparatos de marketing las ilusiones de elección, cuando si eso sucede, y no es tan obvio, resulta de una convergencia que redunda en un episodio inesperado. Es una decisión que implica ganar, perder, cambiar.
El consumo de gadgets, por cierto, no merece la condena de Alemán. Finalmente, por una metonimia imparable, ese es el discurso del capital, que medra en ese sitio incurable que provoca el deseo y flirtea con el goce. Pero la diferencia es que el otro del deseo es para cada cual. El goce, atravesar ese Leteo deja al sujeto solo, en una soledad común.
Fuente: Télam