Catamarca
Jueves 28 de Marzo de 2024
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Detrás de la violencia social está la violencia policial y la vecinal

En Temor y control. La gestión de la inseguridad como forma de gobierno, el abogado y cientista político Esteban Rodriguez Alzueta despliega una serie de argumentos para deslindar el delito del miedo al delito, cuestión medular a la hora de vender un proyecto electoral por sus efectos antes que por su causas y consecuencias políticas.
El libro, el primero de la editorial Futuro Anterior, estudia una serie de lugares comunes para desarmarlos y pensar una política de seguridad inclusiva, democrática y novedosa, tanto como las nuevas formas de delincuencia.

Rodríguez Alzueta estudió en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), donde es profesor. Está al frente Sociología del delito en la especialización de Criminología en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), y en esa maestría en la Universidad del Litoral (UNL).

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T : Existiría una invención de la inseguridad. ¿Desde cuándo podría fechársela y quiénes serían sus agentes, si evitamos considerar a la policía?
R : A mediados de los 90, cuando la vida de todos se volvía incierta y precaria, y los delitos aleatorios se multiplicaban también, se produjo el desdoblamiento entre el delito y el miedo al delito. El miedo al delito fue el artefacto social a través del cual los miedos difusos podían volverse miedos concretos, adquirían un rostro preciso y un lugar particular. Cuando la vida tambalea, el trabajo se corroe y se fragilizan las redes sociales y estatales de contención, había que encontrar una suerte de chivo expiatorio para canalizar el resentimiento. La figura del delincuente juvenil es el producto de ese temor social difuso. Esa figura abreva en otras. Detrás del pibe chorro pueden oírse otros prejuicios que se fueron tallando durante generaciones hacia el cabecita negra o el villero. El miedo al delito es un problema separado y separable del delito. No quiero decir con esto que se trata de una ficción. El miedo al delito modifica las maneras de transitar la ciudad, de estar en el barrio; altera nuestros horarios, las relaciones cotidianas. Ahora bien, ese temor social activó políticas de control que permanentemente están alimentando el temor social, generando una suerte de círculo vicioso que tiene, por momentos, la capacidad de enloquecernos a todos. Cuando hablo de políticas de control no estoy pensando solamente en las políticas públicas se seguridad sino también en el tratamiento que el periodismo ensaya sobre determinados conflictos sociales.

T : ¿Existe una inseguridad del sentido común? ¿Podría hablarse de una inseguridad sin sujeto?
R : La inseguridad asociada al delito aleatorio o de visibilidad es uno de los lugares comunes donde se juegan los consensos difusos. El miedo al delito que es -simplificando- el miedo a la violencia del pibe chorro, tiene la capacidad de no producir divisiones, de producir consensos automáticos, más o menos espontáneos. Es un miedo despolitizado, que tiene el efecto de crear un vacío político; algo que está fuera de discusión, que provoca indignación popular, formas de movilización puramente sentimentales cuando abrazan a la víctima, o apasionadamente agresivas y cercanas al linchamiento simbólico cuando se refieren al victimario. Por eso la inseguridad se ha convertido en la vidriera de la política y los candidatos prometen más policías a cambio de votos. Porque la inseguridad modela sentidos comunes y todos quieren meter las patas en esa fuente.




Fuente: Télam

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