Natalia Torales –quien es bailarina de danzas clásicas- estalló ayer en llanto, aunque nunca perdió la justa cuota de lucidez, al asistir al último adiós de su hijo Nagual Suárez Torales, de 9 años, muerto trágicamente anteanoche, al ser atropellado por un colectivo.
El triste final del hijo del cantante de Vislumbre del Esteko, Santiago Suárez, sobrevino el lunes a la noche en Independencia prolongación, a la altura de la ermita de Guadalupe.
A las 21.30, una motocicleta guiada por el folclorista circulaba por Independencia, de norte a sur. En idéntico sentido lo hacía un colectivo de la Línea 120. Sobrevino un roce, cuando el colectivo intentó ingresar al barrio Guadalupe, la caída de los ocupantes de la motocicleta y la muerte instantánea del niño.
Si bien habitualmente toda muerte de un adulto shoquea y ennublece los sentidos, mucho más tratándose de un niño.
Desde bien temprano, algunos desde la madrugada de ayer, familiares y amigos se congregaron en la sala velatoria de calle Santa Fe, entre Pedro León Gallo y Congreso. Entre la mañana y la siesta se vivieron escenas de profunda congoja y dolor por la inesperada pérdida.
Muchos, arribaron con rosas blancas y amarillas. El inequívoco punto de encuentro fue el féretro cerrado y una docena de familiares, convertidos en custodios emocionales.
Sepultura y despedida
A las 16.53 partió el cortejo fúnebre al cementerio privado Parque de la Paz de Independencia prolongación.
Lo aguardaba el diácono Daniel Jorge Córdoba, quien tuvo a su cargo las palabras religiosas para despedir al niño.
Conmovieron hasta las fibras más íntimas las lágrimas de los primitos. Aferrados al féretro, los niños tributaron un emocionado adiós al primo tan querido, tan admirado y ahora, dolorosamente, receptor de una inmediata nostalgia.
Ya en la sepultura, el personal aguardó más de veinte minutos para que familiares despidieran a la víctima. Sobre el féretro, su madre colocó una camiseta de Boca, una guitarra, un C_D de Spider Man (Hombre Araña) y un mensaje manuscrito con profunda emoción.
Las palabras sentidas y las incontenibles lágrimas quizás intentaron contarle ahora a Nagual que fue un niño muy querido y que su corta existencia no pasó intrascendente.
“Chau querido primito”, gritó un niño de apenas 4 ó 5 años, arrojando un puñado de tierra sobre el féretro. Aquella inocencia enterneció porque conllevaba la impronta angelical.
Así, durante más de diez minutos, todos los niños enmudecieron a los adultos.
Tres chiquitas recordaron las ocurrencias de Nagual despidiendo una tenue sonrisa, aunque ahogada en llanto casi de inmediato. Dolió hasta el alma ver tantos chicos sufriendo por el niño ya ausente.
Cerca de las 18 el féretro se perdió en la tierra. Fue el instante del “adiós Nagual”, de un fuerte y prolongado aplauso, y de abrazos emocionados por la pérdida irreparable.
Fuente: elliberal.com.ar
