Una cita que ubica al lector desde el vamos en un relato donde los fantasmas del pasado se corporizan para cerrar una historia detenida en el tiempo y abrir otra donde el amor se percibe en el umbral entre la vida y la muerte.
El relato transcurre en la estancia "Los Algarrobos", localidad cordobesa de Monte Buey, donde vivió un californiano de nombre John que murió durante una gran inundación en marzo de 1916 que se llevó parte de la casa construida sobre el lecho seco de un río.
Años después de esta tragedia, Victoria -el personaje femenino de la trama- decide pasar unos días en el lugar y las huellas de los pies de un hombre aparecen en el espejo de la habitación, "una señal de alguien que se resistía a desaparecer para siempre", desliza Loza en diálogo con Télam.
"La novela comenzó a gestarse hace dos años, cuando visité la estancia para dar un taller intensivo de escritura y resilencia -recuerda-; dormí en esa habitación y experimenté una sensación de mareo, todo a mi alrededor daba vueltas, una sensación muy fuerte que no había tenido nunca".
"Después de asistirme, la gente de la estancia me comentó la historia que arrastraba el lugar, el peso de aquellos años y esas misteriosas huellas impresas en el espejo. Comencé a tomar fotos automáticamente porque intuía que había algo más y cuando me enteré de la inundación y de la violenta muerte de John, lo asocié con mi mareo y decidí escribir este libro".
"Hable con los dueños actuales y me fueron acercando diarios de viaje traducidos, recortes, fotos antiquísimas y pasé varias noches en la casa recorriendo cada rincón" rememora Loza, y dice que los lugareños cuando rescataron el cuerpo del californiano "lo taparon y sólo sus pies quedaron al descubierto, esa última imagen que él vio mientras se lo llevaban las
aguas".
Ya inmersos en la trama, la protagonista intenta ayudar a John en su tránsito al más allá, entabla una relación con ese fantasma y siente una atracción tal, que se enamora de ese espíritu atrapado que no termina de liberarse de la vida terrenal.
Con una prosa que habla "de los espíritus que aún se pasean en las cosas cotidianas, de los que amaron", Loza se emociona al recordar a sus seres queridos que han muerto y a los que, de alguna manera, les dedica el libro.
"La gente que se va da señales. Mi papá falleció hace un mes y al día siguiente nos hizo pulsar cuatro veces un timbre, como pasaba cuando él estaba vivo, lo desconectamos y seguía sonando. Teníamos la certeza de que no se había ido del todo, que estaba con nosotros", desliza la autora, convencida de que "las almas no se van tan rápido, no sabemos como es el paso de un mundo a otro".
"Cuando en mis presentaciones, o encuentros con lectores comienzo a hablar de estos temas, veo en los rostros mucha complacencia, tranquilidad porque alguien les habla de cosas sentidas por muchos -asegura-, pero que no se exteriorizan por miedo a ser tildados de locos".
"Estoy contenta de haber escrito este libro. Por qué no escribir sobre lo intangible -pregunta- como escritora trato de buscar todos las preguntas que se hacen las personas; a veces es difícil pero el hacer eco en el corazón del otro, me hace sentir de maravillas".
Fuente: Télam
