El voseo, natural en el Río de la Plata y en otros rincones de América latina, nunca tuvo buena prensa. El colombiano Rufino José Cuervo, autor del Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana (1886), lo consideraba de una "inaguantable vulgaridad". Un poco más cercano en el tiempo, nuestro Arturo Capdevila, obviaba las sutilezas y lo calificaba como "la viruela del idioma", "negra cosa", "verdadera mancha del lenguaje argentino" e "ignominiosa fealdad". Ambos se nutrían de lo postulado por Andrés Bello: "Es un anacronismo de la pluralidad imaginaria de segunda persona, que fue desconocida en la Antigüedad" --sostenía el erudito venezolano--, si personajes de nuestros días y de países en que la lengua nativa es la castellana, lo propio en el diálogo familiar sería usted ó tú". Poco le importaba el lenguaje popular: "En las lenguas, como en la política no sería menos ridículo confiar al pueblo la decisión de sus leyes que autorizarlo en la formación del idioma", una concepción que se llevaba a los golpes con lo propuesto por Domingo Faustino Sarmiento.
A comienzos de 1842, en las páginas de El Mercurio de Santiago de Chile, ambos sostuvieron una enriquecedora polémica. En su particular estilo de escritura, Sarmiento señaló: "Si hai un cuerpo político que haga las leyes, no es porque sea ridículo confiar al pueblo la decisión de las leyes, como lo practicaban las ciudades antiguas, sino porque representando al pueblo i salido de su seno, se entiende que espresa su voluntad i su querer en las leyes que promulga. Decimos lo mismo con respecto a la lengua: si hai en España una academia que reúna en un diccionario las palabras que el uso jeneral del pueblo ya tiene sancionadas, no es porque ella autorice su uso, ni forme el lenguaje con sus decisiones, sino porque recoje como en un armario las palabras cuyo uso está autorizado unánimemente por el pueblo mismo i por los poetas".
No obstante la buena voluntad de Sarmiento, el divorcio persistía: el pueblo mismo continuaban utilizando el vos, mientras que los poetas insistían con el tu. Se hablaba de lengua popular y de lengua culta, los escritores que aspiraban a la Academia debían elegir la culta. Aunque no todo era desaliento, en 1928 Roberto Arlt publicó El juguete rabioso: fue un goce descubrir de qué modo se expresaban Silvio Astier, el Rengo, Hipólito, Enrique y el resto de los personajes, leerlo era escucharlos, oír nuestro acento.
Fuente: Télam