Catamarca
Martes 23 de Abril de 2024
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El mejor amigo del hombre es el hombre

En Ni siquiera los perros, el escritor originario de las islas Bermudas Jon McGregor barre la superficie y los sótanos habitados y recorridos por marginales, yonquis, prostitutas, borrachos y lúmpenes de la mejor estirpe, con el objeto de retratar -extraña pericia- una zona espiritual de las llamadas sociedades industriales.
El libro, publicado por la casa Salamandra, es un verdadero tour de force por el infierno urbano de una ciudad del norte de Inglaterra en pleno invierno de la era del cambio climático, que hasta lo sienten los protagonistas, aunque duerman juntos y tomen alcohol de quemar.

McGregor nació en 1976; su padre era párroco; su madre, una mujer pía; el hijo creció en Norwich y estudió producción multimedia en la Universidad de Bradford; acaso sea un clásico que de padres religiosos salgan hijos religiosos o hijos con el deseo de ofender los valores religiosos, violados una y otra vez por sus propios oficiantes.

En 2002 se convirtió en el autor más joven nominado al premio Booker por su novela Si nadie habla de las cosas que importan, que se alzó con los premios Somerset Maugham y Betty Trask, además de resultar nominada al premio de la Commonwealth al primer libro, premio de la Sociedad de Autores a la primera novela y el premio que concede The Times al Mejor Escritor Joven del Año.

Su segunda novela, Tantas maneras de empezar, de 2009, también fue nominada al Booker; vive en Nottingham y publica con asiduidad en la revista Granta, la de los secretos mejor guardados.

Ni siquiera los perros arranca con un cadáver que lleva pudriéndose unos cuantos días en una especie de departamento tomado; la escena recuerda los casos que registró el escritor escocés Andrew O´Hagan en Los desaparecidos. Sus diálogos con policías y forenses con estómago para soportar derribar puertas y encontrar muertos (seis o siete) de hasta un mes de caídos en pos de la autodestrucción, resultan memorables.



"Cuando carecemos de esperanza, vivimos llenos de deseos", abre el libro Dante Alighieri con ese verso de su Inferno, y de deseos están llenos los amigos de Robert, el muerto al que descubre Danny, imaginándolo vivo y en plena faena de inyectarse heroína. Pero ni heroína ni nada: un cadáver previamente saqueado y un olor que no es del formol que después apestará en la morgue.

Deseos de muerte, resurrección; de ser otros; de no haber nacido; del inconveniente de haber nacido; deseos de droga, sexo, estímulos prefabricados para el inexistente ejército de reserva que alguna vez imaginó Karl Marx echaría mano al capitalismo cuando su fuerza de trabajo más consistente y calificada hubiera envejecido, capitulado o jubilado; pero ni eso: la revolución científico-técnica requiere de estados sanitarios que privatizan sus mejores servicios, adictos al trabajo o representantes de la obediencia debida al miedo a no haber podido plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro.

La muerte no siempre tiene cara de mujer. La muerte habita una indeterminación espacial que es propia y que sacudirse para expulsarla provoca el efecto contrario: más se agarra, más destruye, corroe, late.

Los personajes más chiflados de esta sórdida novela coral, sin embargo, son mujeres que han abandonado a esos despojos que alguna vez se quisieron machos alfa.

En Ni siquiera los perros los perros son monstruosos, como hijos de la radioactividad y los experimentos practicados en Bergen-Belsen. Abundan las relaciones pasajeras, la violencia de género y el amor es un recuerdo que existió y se perdió después del último pinchazo. Abundan también las bolsas negras con cierre relámpago para guardar los restos que festejarán los gusanos. Y una escritura impecable.

Fuente: Télam

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