Catamarca
Martes 23 de Abril de 2024
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El neoliberalismo sería una administración del abandono

En Formas comunes. Animalidad, cultura, biopolítica, el investigador argentino Gabriel Giorgi propone una serie de claves para pensar el concepto de vida por fuera de los universos religiosos, liberales y tecnocientíficos, más cercanas a la práctica estética en un horizonte donde las políticas del común sean efectivamente un nuevo materialismo.
El libro, publicado por la editorial Eterna Cadencia, reordena cantidad de piezas, y recupera, como en un juego de cajas chinas, a la biopolítica, en una perspectiva de trabajo inédita.

Giorgi, matriculado en la Universidad Nacional de Córdoba, es docente en la Unbiversidad de Nueva York, donde también estudió. Es autor de Homosexualidad y representación en la literatura argentina, y coeditor de Excesos de vida. Ensayos sobre biopolítica.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T : ¿A qué contingencia epocal pensás habría que adjudicar el interés contemporáneo por la biopolítica?
G : Me parece que hay varias posibles entradas al interés contemporáneo por la biopolítica. Me interpelan especialmente dos, que de paso ilustran el tipo de aproximación que tengo al pensamiento biopolítico. Por un lado, creo que el neoliberalismo es un factor clave a la hora de pensar las razones por las cuales la biopolítica resuena con preocupaciones del presente. No porque la biopolítica sea una teoría sobre el neoliberalismo (aunque, por cierto, el seminario de Foucualt que se llama Nacimiento de la biopolítica es un seminario que trabaja el neoliberalismo) sino más bien porque el neoliberalismo renuncia, explícita y programáticamente al universalismo declarado (y nunca plenamente realizado) del estado de bienestar, que decía que todo ciudadano, por su condición de tal, tenía derecho a protecciones básicas, que una vida, en tanto que humana y ciudadana, estaba bajo el cuidado mínimo del estado en sus necesidades vitales (salud, alimentación, vivienda, etcétera). Eso nunca se terminó de realizar, pero la premisa de inclusión universal funcionaba como horizonte normativo. Ese horizonte normativo es desfondado por el neoliberalismo de modo explícito; el neoliberalismo dirá que no todos los ciudadanos serán protegidos, cuidados, el ideal de la protección universal del estado declina en distintos grados de proteccion o de abandono. Y la idea de la dignidad de la vida humana como suelo universalizante es reemplazada por la noción gradual, móvil, modular, de calidad de vida. Ahí se lee, creo, una clave biopolítica del neoliberalismo. Y esos grados, ese conjunto de decisiones acerca de las vidas a proteger y las vidas a abandonar son el eje de la biopolitica. La biopolítica piensa el trazado de esas distinciones entre cuerpos, entre formas de vida, distinciones que son jerárquicas en la medida en que definen qué vidas se van a proteger, a proyectar en el futuro colectivo, y cuales en cambio son expuestas a diferentes grados de abandono y violencia, vidas declaradas no viables, insignificantes, cosificadas, etcétera. Es un tipo de racionalidad que viene desde mucho antes que el neoliberalismo -y las discusiones sobre la edad de la biopolítica son, como sabés, pródigas- pero que el neoliberalismo literaliza justamente porque erosiona las retóricas de universalidad y de inclusión ciudadana y nacional que habían atravesado el siglo XX. El abandono del que habla (Giorgio) Agamben viene sin dudas desde lejos, pero alcanza en la era neoliberal un grado programático, inducido, gestionado. El neoliberalismo sería así una administracion del abandono, y por lo tanto, una gestión permanente de la frontera entre las vidas a proteger y las vidas a abandonar. Ese horizonte vuelve relevante la reflexión biopolítica, en la medida en que permite analizar las racionalidades diversas -económicas, raciales, coloniales, sexuales, culturales, etcétera- que se conjugan en torno a esas decisiones. Por eso creo que la era neoliberal es un momento de inflexión clave para la biopolítica: la biopolítica permite pensar las genealogías diversas del presente que se traza en las inflexiones del neoliberalismo.

Por otro lado, me parece que en nuestra época el cuerpo y la vida son, como quizá nunca antes, terrenos absolutamente centrales para la construccion de lo político, y por lo tanto, terrenos en disputa. Desde las luchas en torno al aborto y en general, a la reproducción, hasta los modos en que la salud se vuelve el horizonte de luchas claves de un proyecto político (pensemos en la centralidad de la cuestión de la salud y del cuidado público en Estados Unidos alrededor del Obamacare, o en general las disputas sobre protección social en sociedades neoliberales y postneoliberales), pasando por el debate sobre drogas y sobre disidencia sexual y de género hasta las luchas ecológicas, vemos que nuestra época es un momento que busca arrancarle al cuerpo, a su hechura misma, a sus intensidades y sus potencialidades la promesa de felicidad y de libertad que en otro momento pasaban por otros imaginarios y otras coordenadas. Y de la misma manera, las amenazas al orden político, a la posibilidad de lo social, pasan por el cuerpo y por la vida: las luchas ecológicas, la gestión de la ciudad hablan de una socialidad que involucra necesariamente la relación con lo biológico, lo natural (entre comillas, porque me parece que es una noción que hay que problematizar), con la producción de un medio ambiente a la vez social, tecnológico y vital. Entonces, cuerpo y vida se vuelven una especie de horizonte de sentidos políticos, ciertamente ambivalente e inestable. En ese giro inmanente, ese giro somático, se reinscriben viejas disputas, las de la política, la religión (que aprendió a hablar el lenguaje de lo secular) y las de la cultura. Pero el horizonte de fondo cambió: es menos la sociedad, la historia, o la salvación (económica y/o religiosa) propia del individualismo clásico, que ese horizonte de sentidos que viene del cuerpo y de la vida que lo atraviesa.

T : ¿Podría pensarse que cierto agotamiento de las formas republicanas de gobierno y al desencuentro entre el desarrollo de la ciencia y los comités de ética como un disparador de este campo de estudios?
G : Si, creo que hay algo clave que el pensamiento biopolítico (que está muy lejos de ser uno, es un conjunto de miradas, muchas veces opuestas) puede hacer, y que es iluminar nuevos modos de gobierno que movilizan el edificio liberal y republicano. Por ejemplo, cuando Obama, este año, después de las revelaciones sobre el espionaje del NSA (una red monstruosa de espionaje arbitrario y sin límites), justificó ese espionaje en el nombre de la seguridad nacional, es evidente que estamos en otro momento de lo que llamamos democracia liberal. Lo notable es que hubo reacciones mínimas, casi inaudibles en Estados Unidos, como si la sociedad ya hubiese aceptado y en alguna medida refrendado ese pacto de seguridad que viene al menos desde el 2001. Esa sociedad de seguridad no es ni la democracia liberal ni el régimen totalitario del que a veces habla Agamben. Es otra cosa que se va gestando de a poco, y que pasa por la noción de seguridad como fundamento de todo orden y toda tecnología política. Esa securitización -que se articula con cuestiones de inseguridad y policía, dramáticamente escenificados en la Argentina en los acuartelamientos policiales de diciembre del 2013- es un escenario clave del pensamiento biopolítico, una línea de trabajo devisiva y urgente. Se necesita discutir el modelo de la bioética. En líneas generales, la bioética (y sigo en esto al trabajo de Nikolas Rose) pasa por la formulación de criterios de responsabilidad individual o corporativa ante el salto biotecnológico de las últimas décadas. Hace del cruce entre biología, saber y tecnología un terreno moral, que corresponde a decisiones individuales de un sujeto y su conciencia; privatiza la decisión. Pero hay que discutir eso. Hay que trabajar la dimensión política de esos anudamientos entre tecnología, vida, y saberes. Hay que arrancarle ese terreno a la lógica individualizante y privatizante de la bioética para devolverlo al tejido de lo común, de lo colectivo. Esa me parece una tarea clave de la biopolítica.

T : Como destacás en el libro, la ficción parece haberse adelantado algunas veces a cuestiones que están en el centro de estos discursos. ¿Podrás ampliar esa idea?
- G : Más que adelantarse, creo que la ficción, y en general las prácticas estéticas modernas, han estado en muchos casos interpelados por un debate sobre la noción de vida, desde ciertos vitalismos del siglo XIX hasta muchas de las investigaciones estéticas del presente. La cuestión de la vida, allí donde no se deja capturar por la vida eterna de la religión, o por la vida individual del universo liberal, ni tampoco por la siniestra vida de la raza de los fascismos modernos, esa vida como horizonte de invención es un trasfondo recurrente de muchas investigaciones estéticas. En este sentido, es clave la figura de Clarice Lispector, que me parece es una escritora que reinscribe a la vez nociones convencionales de obra literaria, ficción, etcétera, al mismo tiempo que interroga la noción de vida, bio (y lo hace desde un lugar canonizado, incluso monumentalizado, que su misma escritura excede y tensa.) Ella dice: No quiero ser autobiográfica. Quiero ser bio: esa interrogación es poderosísima, y es, creo, una de las preguntas del presente. ¿Qué es ese bio, qué somos allí, qué posibilidades nos abre, en qué medida nos obliga a suspender o desmontar nociones de lo humano? En ese espacio la pregunta por el animal, por lo animal, adquiere una centralidad a la vez estética y política. Y eso es lo que el libro quiere interrogar. Porque una de las premisas (del libro) dice que las prácticas estéticas producen un saber sobre lo viviente, sobre ese bios, que necesita resonar en la esfera pública, y no dejar los debates en torno a la vida a la hegemonía tecnocientífica, que parece ser el único discurso legitimado para hablar del tema.

T : ¿Y cuál respecto a ese imaginario que pretende ver en algunas ciencias un desarrollo de ciertas prácticas nazis, catastrofistas, apocalípticas?
G: No sé bien a qué imaginarios te referís; en todo caso, desde luego que ciertos desarrollos científicos han sido decisivos para la configuración de los racismos y los totalitarismos del siglo XX -que, vale la pena recordarlo, siempre se sostuvieron sobre saberes, y saberes legítimos, institucionalizados, enseñados y aprendidos en universidades, Sin enbargo, me parece que el problema del presente es otro más que pensar en la relación entre saberes y totalitarismos clásicos; lo que emerge en las últimas décadas es una conjugación formidable entre producción de saber y racionalidad económica, activada desde corporaciones privadas. Ya no es el estado el que produce y legitima saberes; éstos pasan a configuraciones privadas, o a articulaciones privadas-estatales en las que lo que define la producción de saber es la proyección de ganancias maximizables. Entonces, un eje clave para pensar las biopolíticas del presente pasa por esos nuevos anudamientos entre saberes de la vida y capitalización. Ahí es donde hay que volver a pensar la cuestión de lo común, en términos de lo que es irreductible o que al menos resiste el impulso privatizador, individualizante, propertizador de estas biopolíticas del capital. Otras configuraciones que permitan pensar, imaginar pero también inventar, crear otros modos de hacer vivir -para usar la frase clásica de Foucault: que pasen por relaciones entre cuerpos y formas de vida heterogéneas, y que sigan ese impulso de multiplicidades abiertas más que el de la asimilación a la norma global de la mercancía y la propiedad. En esta tarea, creo que lo estético, las prácticas y artefactos estéticos, configuran un saber clave. Y esa es la conversación donde me interesa situar las constelaciones humano-amimal que trabajan los materiales analizados en el libro.Una política de lo común, más allá de lo humano: por ese lado creo que hay una línea de trabajo importante, y sobre la que tanto las prácticas estéticas como las prácticas críticas tienen bastante para decir.

Fuente: Télam

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