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Miercoles 24 de Abril de 2024
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El patrón de crecimiento centrado en las exportaciones agrarias tuvo una considerable capacidad inclusiva

En Los terratenientes de la pampa argentina, el historiador Roy Hora construye una historia social y política de uno de los actores clave en la articulación de la economía y las esferas culturales, la educación, la urbanización, las clases sociales y las mutaciones en los modos de producción en un país que de una u otra manera casi siempre fue subsidiario de su prosperidad o decadencia.
El libro, publicado por la editorial Siglo XXI, es de un rigor ejemplar, que barre los lugares comunes, el retintín de ciertos sectores industriales y la adhesión inconsistente a todas las políticas de ese sector.

Hora es historiador, investigador independiente del Conicet y profesor titular de la Universidad Nacional de Quilmes. Entre otros libros, es autor de Historia del turf argentino e Historia económica de la Argentina.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T : Los llamados terratenientes de la pampa argentina, ¿pueden ser considerados como una clase social, y en ese caso, quiénes eran sus representantes político-culturales?
RH : No hay duda de que los grandes estancieros de la pampa ocupan un lugar privilegiado en la memoria histórica de nuestro país, al igual que los trabajadores de los años peronistas y las clases medias desde la década del 60. Los terratenientes fueron el protagonista más conspicuo de la era agroexportadora, esa etapa cuyo apogeo se dio entre 1880 y el estallido de la Primera Mundial, y que se extendió hasta que la Gran Depresión de la década del 30 puso en entredicho ese patrón de desarrollo. Nunca antes, y nunca después, nuestros hombres de fortuna se elevaron tan alto en la escala de la riqueza mundial. Esa economía global de mercados abiertos y gran demanda para lo que la pampa tenía para ofrecer -carne, lana, granos- parece haber sido diseñada para ellos.

No sólo fueron la elite latinoamericana más próspera, sino que podían codearse con los ricos europeos (aunque no con los millonarios estadounidenses, que siempre estuvieron más arriba). Y en el cambio de siglo al XX, los grandes estancieros pampeanos constituían un actor dotado de cohesión y conciencia de sí mismo, en parte porque tenían enorme gravitación en la economía, la sociedad y en mucha menor medida, en la vida política. Por estas razones, denominarlos clase terrateniente parece un modo bastante razonable de describirlos. Pero las cosas no siempre fueron así, y este libro trata de comprender y explicar la trayectoria histórica de esta burguesía agraria, y su legado para nuestro presente. No siempre estuvo allí arriba, dominando. Y, además, su imagen pública cambió con el tiempo. Veamos primero cómo fue su ascenso.

En la era colonial los que ocupaban la cumbre eran los grandes comerciantes y las elites urbanas; todavía un par de décadas después de la Revolución y Mayo, los estancieros formaban un grupo débil y poco articulado, y de escaso prestigio. Comenzaron a ascender con el comercio libre, sancionado en 1810, aunque fue el auge exportador de la segunda mitad del siglo XIX el que los puso en otro umbral de riqueza. Pero su formación como grupo de poder y prestigio tiene mucho que ver con que una parte de ellos, los más dinámicos, desempeñaron un papel decisivo en el proceso de cambio agrario que arrancó con fuerza en la década de 1880, cuando la ganadería pampeana se convirtió en una de las más dinámicas del mundo.

Se beneficiaron gracias a una pradera excepcionalmente fértil, pero no fueron una elite rentista y parasitaria, como sugiere mucha de la literatura escrita desde la década de 1940, cuando el sentido común se volvió industrialista y los terratenientes y la economía exportadora fueron objeto de una dura condena. Si hubiese sido así, las exportaciones argentinas no hubiesen crecido más rápido que las de cualquier otro país latinoamericano y también más rápido que las británicas o las norteamericanas, unas diez veces en el lapso de la vida de la generación que vivió entre 1880 y 1914. Había críticos de la elite rural, claro, como los socialistas, pero hasta el Centenario fueron una minoría. Pero muchos argentinos de los tiempos de Roca o Alem, los grandes terratenientes que se nucleaban en la Sociedad Rural eran los capitalistas más modernos y poderosos de la economía nacional.

T : Como sea, ¿es tan cierto ese tópico que dice que esa elite se despreocupó de reindustrializar su modo de producción, y que careció, como en Brasil, de cierto nacionalismo capaz de soldar un proyecto de país?
H : No me parece que esta manera de ver el problema ayude a entender la naturaleza y el comportamiento de esta burguesía agraria. Los estancieros no moldearon el perfil de la sociedad o de la política pública, y más bien se limitaron a aprovechar las oportunidades que les ofrecía una economía en rápida expansión, cuyas líneas maestras concitaban un amplio acuerdo. No tenían el poder de imponer un proyecto de nación (y como muestro, cuando intentaron desafiar a la elite política, fracasaron rotundamente). No siempre habían sido puramente agrarios, por otra parte.

En la primera mitad del siglo, por ejemplo, era frecuente que los grandes capitalistas invirtieran en distintos rubros de manera simultánea, entre otras cosas porque la economía era muy inestable. Pero cuando a fines del siglo XIX esto cambió gracias a la consolidación del estado, el mercado mundial comenzó a crecer con más fuerza, aparecieron nuevas tecnologías de transporte y el estado argentino dominó y ocupó el territorio indígena, aumentaron las oportunidades de negocios en el sector rural. Entonces los capitalistas más poderosos pusieron todas sus fichas en el campo, que era sin duda el sector más atractivo para los inversores que conocían el negocio y tenían vastos recursos. Esto no siempre quiere decir hombres de pasado rural. Había familias que tenían al menos 50 años en el campo, como los Anchorena o los Unzué, pero también recién llegados, como los Duggan, los Luro o los Santamarina, todos inmigrantes muy exitosos, que acumularon grandes fortunas. A todos ellos les fue muy bien, sin duda. Pero como el auge exportador tenía un fuerte impacto positivo sobre otros sectores de la economía, ya en la década de 1880 se produjo un proceso de crecimiento industrial que hizo que para 1914 la Argentina fuese el país más industrializado de América Latina, por lejos.

T : Pero no fueron sus impulsores…
H : No, la historia de la manufactura tiene otros protagonistas, entre los que se destacan algunos grandes capitalistas europeos que desembarcaron con recursos y contactos y sobre todo, muchos inmigrantes cuyo principal capital eran las destrezas que traían de su tierra de origen.

Estas figuras encontraron un medio favorable para desarrollar su actividad, y sus empresas muchas veces crecieron desde escalas muy modestas. Hay que recordar que en ese período la manufactura no se desarrolló sustituyendo importaciones, como pasaría luego de 1930, sino gracias a la expansión de la demanda generada por el crecimiento exportador. Entre 1880 y 1914, por ejemplo, el producto bruto creció unas nueve veces. En estas circunstancias, la producción industrial se expandió a ritmo veloz (en 1900-1914, por ejemplo, bastante más rápido que en 2003-2015). Salvo algunos conflictos puntuales, los intereses agrarios no opusieron reparos a este proceso de diversificación de la estructura productiva. Y no alzaron la voz porque en verdad no los afectaba. Su agenda de política pública tenía marcos más estrechos. No alentaron el desarrollo manufacturero, pero tampoco lo obstaculizaron. Mientras el mercado mundial continuó demandando productos agrarios, la industria no fue un motivo de preocupación.

T : ¿Cómo se tramitaron los conflictos al interior de esa burguesía entre los sectores más poderosos y los pequeños productores, rentistas, etcétera?
H : Un régimen político que no estimulaba la participación, y que por momentos fue muy represivo, dio lugar a importantes choques, como los que tuvieron lugar entre 1902 y 1910 entre las fuerzas del orden y los militantes anarquistas. Pero esos conflictos políticos estaban poco enraizados en la sociedad, que era más moderada de lo que habitualmente reconocemos. Y no sólo porque las clases populares estaban poco organizadas. Hay que tener presente que el patrón de crecimiento centrado en las exportaciones agrarias tuvo una considerable capacidad inclusiva, producto del hecho de que ofrecía grandes oportunidades de progreso social para vastos sectores.

Hubo perdedores, claro, como los indígenas y algunos grupos criollos, pero éstos no tuvieron capacidad de frenar el avance del proyecto que los pasó por arriba, en medio del beneplácito o la indiferencia de la mayoría. Y eso fue no porque así lo quiso una elite todopoderosa sino porque hubo muchos más ganadores que perdedores. Los grandes terratenientes se llevaron la parte del león, sin duda, pero esa economía también fue capaz de contemplar otros intereses y demandas. Pagaba altos salarios, más elevados que los del sur y centro de Europa, y es por ello que vinieron tantos inmigrantes.

Esos extranjeros no se insertaban sólo como asalariados. Podían aspirar a más, y tenían buenas razones para ver las cosas de esta manera. El caso de la industria, que acabamos de mencionar, muestra que había grandes oportunidades de mejora económica, que incluían la posibilidad de dejar atrás la condición proletaria. Cuando uno mira un censo del período, advierte que la mayoría de los dueños de comercios, talleres o fábricas eran inmigrantes, que habían llegado con casi nada. A diferencia de los países desarrollados de nuestro tiempo, los trabajadores inmigrantes, que entonces eran la mayoría, no estaban condenados a permanecer abajo. Una economía en expansión, que pagaba altos salarios y premiaba las destrezas laborales, no eliminaba los conflictos, pero les daba un cariz moderado y reformista, pues los hacía girar en torno a disputas por mejorar el ingreso y la posición económica. El resultado fue una sociedad poco conflictiva o, en todo caso, una sociedad en la que el conflicto tenía lugar en el marco de un amplio acuerdo sobre las ventajas que suponía la integración a la economía internacional. Y el formidable progreso que se observa a través de indicadores como movilidad social, pero también alfabetización, caída de la mortalidad infantil o incremento de la esperanza de vida nos están indicando que la apuesta a integrarse tenía sentido. Este cuadro general tiene sus rasgos específicos en el campo. La estructura productiva pampeana era compleja, con muchos productores pequeños y medianos, que también se beneficiaron con el auge exportador.
Aquí hay que prestar especial atención a los agricultores. El auge agrícola de fines del XIX se basó en el trabajo de cultivadores inmigrantes que arrendaban tierras a grandes terratenientes.

El sistema funcionó sin conflictos de envergadura hasta 1910, porque todos ganaban. La escasez de trabajadores les permitió a los arrendatarios quedarse con una buena porción de la torta. A partir de 1910, sin embargo, estos chacareros comenzaron a percibir que su situación se deterioraba, porque se terminó la incorporación de tierra libre, y creció la competencia entre los cultivadores, debilitándolos ante los propietarios. El incremento de la renta les dejó menos margen de ganancias, y no les quedó otra que organizarse y reclamar. En 1912 tuvo lugar la primera huelga agraria de nuestra historia, el Grito de Alcorta. El campo, que hasta entonces no había sido testigo de grandes conflictos, se volvió un ámbito de pujas entre propietarios y arrendatarios que podían negociarse pero no eliminarse. Y estos conflictos alcanzaron mayor eco gracias a la tarea de la Federación Agraria, que se la pasó denunciando a los grandes terratenientes. A partir de ese momento, éstos perdieron la batalla ideológica y ya no pudieron presentarse como representantes de todos los intereses rurales.

T : ¿Cuál es tu hipótesis para el crecimiento exponencial de una clase media urbana que -en principio-, acaso en contra, también recibía beneficios indirectos de ese mundo rural?
Los grandes estancieros eran el actor más visible y poderoso de un sector rural complejo y diversificado, que hasta la Gran Depresión fue el gran motor de la economía argentina. Parte muy importante de esa riqueza generada en el campo iba a parar a la ciudad. La Argentina fue desde temprano una sociedad muy urbanizada, con grandes metrópolis como Buenos Aires o Rosario (entre otras porque el sector rural era muy productivo y demandaba comparativamente poco trabajo). Los inmigrantes siempre prefirieron radicarse en el medio urbano más o menos por las mismas razones que también a nosotros nos hacen optar por la ciudad: más oportunidades laborales, superior oferta educativa y sanitaria, más relaciones sociales y mejor oferta de entretenimiento, etc. En esas ciudades, que tenían un alto ingreso per cápita, se produjo un proceso de diversificación social muy importante, que dio lugar a la emergencia de sectores medios.

Estos grupos se beneficiaron del crecimiento de la actividad comercial, del avance industrial, de la mayor demanda de servicios profesionales, de la expansión del empleo público. La expansión del mercado y del estado fue un derivado del éxito del patrón de crecimiento dominado por las exportaciones rurales. Mal podía esa clase media impugnarlo. En todo caso, lo que algunos de estos grupos se proponían era orientarlo en favor de sus intereses específicos (expansión del sistema educativo, protección arancelaria, bajos impuestos al comercio, etc.).

T : ¿Es lícito culpar a estos terratenientes de su incapacidad para fundar un partido político que los representara, y que finalmente quedaran muchas veces presos del partido militar?
H : El poder terrateniente era resultado del éxito del patrón de desarrollo agrario, no de su control sobre la elite dirigente. Su fuerza radicaba en que no eran los únicos que sacaban provecho de la orientación agro-exportadora. Ése era un proyecto que la sociedad en su mayoría acompañaba, más allá de que algunos no tuviesen simpatía por los grandes estancieros. Y las relaciones de este grupo con el estado no eran tan armoniosas como suele afirmarse. De hecho, las pocas veces que se organizaron políticamente, y quisieron incidir en la competencia electoral, no fue para apoyar a los gobernantes de la era oligárquica sino para desafiarlos. Eso hizo la dirigencia de la Sociedad Rural en 1893, cuando fundó un partido que se llamó Unión Provincial. Y lo volvió a hacer en 1912, cunando organizó la Defensa Rural para ir a las urnas contar el Partido Conservador de Buenos Aires. Allí se demostró que los grandes terratenientes eran buenos para hacer dinero, pero no para ganar elecciones. Pero en general este mundo no los atraía, y en la medida en que sus intereses no estaban amenazados, podían ocuparse de otras cosas.

T : Si el poder terrateniente tenía tanto consenso, por qué la sociedad terminó dándole la espalda?
H : Porque a partir de cierto momento el patrón de desarrollo exportador perdió capacidad inclusiva, y finalmente terminó representando intereses minoritarios. Hay tres hitos en esta historia. El primero es 1912. Desde entonces se hizo claro que había problemas en el campo. Durante un tiempo, sin embargo, las disputas entre terratenientes y chacareros fueron vistas como un problema puntual, que no impedía que la Argentina siguiera creciendo. De hecho, la década de 1920 fue un período de mejora social, sobre todo para clases medias y populares urbanas que ya eran la mayoría de la población. Pero esto se acabó con la Gran Depresión. Este fue el segundo golpe.

El derrumbe del mercado mundial trajo empobrecimiento, desempleo pero, sobre todo, por primera vez, obligó a preguntarse seriamente si profundizar la vinculación con la economía internacional era la mejor manera de incrementar la calidad de vida de los habitantes. Es decir, en la década de 1930 el patrón de desarrollo centrado en las exportaciones comenzó a ofrecer rendimientos decrecientes en términos de bienestar, y por ende perdió apoyos y prestigio intelectual. Fue entonces cuando la crítica a los grandes terratenientes ganó un lugar central en la mente de los argentinos. Pocos años más tarde, vino la Segunda Guerra Mundial, que impuso otra etapa de alteración del comercio internacional, que mucho pensaban se iba a prolongar en la posguerra. En esos años, pues, terminó de cobrar forma la idea de que la Argentina tenía que buscar un plan B, porque el mundo había cambiado y hacía inviable una estrategia de desarrollo centrada en exportaciones agrarias. Desprestigiada la opción exportadora, fue entonces que cobró legitimidad una propuesta alternativa, centrada en la idea de que había que darle la espalda al agro y apostar al mercado interno como fuente de oferta y demanda, y al estado como promotor del desarrollo industrial. Este fue el hito final en el derrumbe del patrón de desarrollo exportador, asociado al nombre de Perón y a la coyuntura de 1945-6. Pues Perón fue el encargado de darle su sello peculiar a este cambio de rumbo que se había hecho inevitable, y que desde entonces definiría por largas décadas nuestro lugar en el mundo.

Fuente: Télam

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