A partir de este ejemplo, dos cuestiones claves en Bradbury: el escritor encuentra su razón de ser en el trabajo diario y, a su vez, su arte tiene un correlato dialéctico en el receptor, quien cierra y completa la emisión. La fecunda y casi siempre eficaz narrativa fantástica de Bradbury, a sus ochenta años, es a esta altura de su carrera la obra de un clásico del siglo XX., ese que ya quedó atrás. Desde ese siglo, leído hoy, Bradbury considera el futuro como un horizonte sombrío. Bradbury cultiva una prosa brillante, generosa en imágenes, casi como una ficción ilustrada (conviene tener en cuenta que Bradbury se inició publicando en revistas de ciencia-ficción, de terror y de comics), todo un estilo que, en ocasiones, parece dotado de inspiración y en otras del amaneramiento efectista del género.
Pero, por debajo de este vitalismo narrativo circula, mordaz, desencantada, una visión crítica del capitalismo, el progreso enjundioso y sus ¿adelantos? La literatura de Bradbury aspira a una inocencia a lo Thoreau, pero nunca es ingenua. Si se revisan sus cuentos (publicados entre fines de los 40 y ya avanzados los 60, recopilados en Las doradas manzanas del sol, Las maquinarias de la alegría y El hombre ilustrado), se advertirá con alguna sorpresa que Bradbury, junto con Philip Dick, comparte en la literatura fantástica esa acritud que más tarde va a desplegar el realismo de Raymond Carver. Es lícito recordar que Carver, en sus comienzos, se esperanzaba en publicar en revistas populares. Por eso, los cuentos de Carver están protagonizados por los lectores probables de Bradbury. Para ellos, desocupados, marginales, el mañana, si cuenta, es tan amenazador como en los cuentos de Bradbury.
Pero, ¿cómo se proyecta esta ideología del recelo, paranoica, imbuída por una nostalgia de lo primitivo, casi libertaria, en la poesía de Bradbury? Sus remitentes pueden ser tanto Poe como Yeats. Y en su enjundia se reconoce otra influencia: Whitman. Más que poemas, sus textos en verso libre, constituyen esquirlas de materiales que quizá pudieron armar un relato.
Fuente: Télam