Catamarca
Martes 23 de Abril de 2024
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El regreso de Gatsby

En Más afuera, el narrador estadounidense Jonathan Franzen logra poner a punto el motor de su escritura cambiando de registro: el paso al ensayo corto, al comentario, a la reflexión y al ejercicio de memoria lo transforman en amigo del lector ocasional, como si el personaje de Gatsby apareciera en alguna de sus tardes crepusculares sólo para sentarse a conversar.
Por lo demás, Franzen tiene ese aire al Gatsby cinematográfico de Di Caprio. Sin falsa modestia encaja los golpes que duelen y trabaja para recuperarse sin tomar sólo como espantosos por no haber estado presente a los productos que el mercado impone con su ley de hierro: Bob Dylan no puede compararse con los Pimpinela pero ¿qué se hace con los fans de los Pimpinela, se los encierra?


Franzen ensaya y toma aire, nada, camina, lee diarios en bares, toma notas, prepara viajes, lee libros sobre la historia cultural de la mierda, anda en bicicleta, anda solo o acompañado y solo pero no desespera por la soledad o por la muchedumbre porque sabe que esa bocanada será la punta del ovillo de la que tendrá que tirar cuando llegue la hora de trabajar largo.
Más afuera, publicado por la casa Salamandra y distribuido en el país por Riverside, es la continuación perfecta de Cómo estar solo, su anterior colección de textos ensayísticos, donde tal cual Gatsby cuando termina la fiesta, no elude la presencia del final, la pérdida y la muerte.

El autor de Las correcciones se había dedicado a entender el gusto por el ruido, el horror a la soledad, la ubicua presencia de la farmacología y las pesadillas entre sus contemporáneos, sin alardes psi, sin juzgar sino buscando un poco de silencio, sin aturdirse pero enloquecido de dolor por la muerte de su padre y por la separación de su esposa en el primero de los libros.

En Más afuera el tono es menos crispado (Franzen, como Werner Herzog, también visita un penal para conocer el testimonio de los que esperan turno para ser ejecutados) pero una nota de más, un staccato, nos devuelve al presente. El escritor, pasada la mediana edad, contento y curioso, empieza a perder afectos, objetos, recuerdos, y necesita nombrarlos por las dudas.

El libro se organiza alrededor de tres textos capitales: El dolor no los matará, el que da título al volumen y Sobre la ficción autobiográfica, dispositivo de una inteligencia en su cenit: farsa antes que tragedia si se trata de ser honesto, y ese punto quizá concentre la capacidad de este norteamericano para reconocer que cualquier escritor nunca deja de hablar de sí mismo.

Y preferentemente cuando escribe ficción. Las correcciones y Libertad son novelas dickensianas, de largo aliento, con personajes múltiples en múltiples edades y condiciones; son frescos sociopolíticos y estudios de carácter, astillas de Franzen, sus amigos, parientes, pasajes.

Más afuera está casi dedicado a David Foster Wallace, ese escritor suicida y de intereses múltiples, atrapado por la farmacología, la depresión y la escritura, convertido en la ceniza que su amigo esparcirá en una isla al sur de Chile, en medio del océano pacífico. Si se reflexiona sobre la amistad habrá que leerlo, también hay una tiranía de la amistad.

El dolor… es ese motivo que conecta la vida, la muerte, los objetos y el amor como una justa donde arriesgar y ganar o perder se disuelven en el cara a cara con lo otro, sin facebook, twitter o blackberry: desnudo, en calma, sin apocalipsis, como para volver sin vergüenza al facebook, twitter o blackberry.

Este es un libro hermoso, sobre la ausencia, el amor, los finales, las mañanas y los crepúsculos. Antes que una práctica estoica o un elogio de la intensidad narcótica, los incluye sin decir que decir esos mundos es profanarlas, perforarlos en su intimidad.

Fuente: Télam

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