Su madre ha muerto en el parto y desde entonces su vida es estéril en todos los sentidos posibles, atravesada por una perplejidad que funciona como metáfora de la naturaleza humana que arroja al hombre a un mundo incomprensible: Magda es en ese sentido una heroína clásica en la literatura de Coetzee, un emblema de la fatalidad y del estoicismo frente a una realidad hostil.
El autor de "La infancia de Jesús" utiliza la figura de esta criatura desvalida, carente de un mundo afectivo sólido y recluida en los confines del territorio, para plantear cuestiones ligadas a la aceptación de la culpa histórica como parte del proceso de descolonización.
A Coetzee, de hecho, le gustan que sus historias funcionen como alegorías centradas en la inmoralidad del colonialismo y los estragos que causó el apartheid en particular, cobijadas como en este caso por un andamiaje narrativo certero y minimalista que viaja sin rodeos al interior de los personajes.
Privada del amor y el sexo, Madga sufre en silencio y testimonia su pena en un diario donde registra obsesivamente una serie de episodios tortuosos que de tanto repetirse comienzan a ser desfigurados por la memoria y transitan esa cornisa infernal entre la fantasía y la realidad.
La vida de esta mujer atormentada cambiará radicalmente cuando su padre llegue a la casa con una nueva esposa que acrecentará la crispación de la protagonista y recrudecerá la tensión entre dominada y dominador: a partir de ahí, el relato se bifurca y bosqueja distintas instancias dramáticas que van desde un asesinato y una historia de amor hasta un entierro.
Así, los personajes son sometidos a la tensión dramática que impone la narradora, a las caprichosas transformaciones que sufre el escenario de la novela, que parece reformular a cada paso el eje de lo que narra y al mismo tiempo torna imposibles todos los sucesos leídos previamente.
Al doblemente ganador del Booker Prize -que obtuvo por "Vida y época de Michael K." y "Desgracia"- le interesa narrar también el trasfondo constante de la relación entre Magda y su padre, que fomenta en ella un sentimiento de orfandad y de falta de ubicación en el mundo.
Coetzee, que como bien demostró durante su presencia en la última Feria del Libro prefiere la intimidad de su cuarto a la ebullición mediática, traza en esta novela un retrato de la soledad que, reforzado por la geografía aislada del desierto sudafricano, pretende funcionar como metáfora del aislamiento que predetermina la condición de un hombre más allá de las fronteras físicas.
El escritor se desprende de toda pirotecnia que no le resulte necesaria para narrar sus obsesiones: renunció a permanecer en
Sudáfrica a los veinte años, pero ése es el territorio inevitable de sus novelas, a veces real y descarnada como en "Desgracia" o
"La edad de hierro" y otras más alegórica y teatral como el caso de "En medio de ninguna parte".
Como su pericia para desplegar el punto de vista de una mujer, Coetzee consigue una vez más alertar sobre los efectos devastadores del colonialismo salvaje, del choque entre los pueblos y -lo que es más decisivo- esparcir esa mirada áspera y desencantada que desactiva de cuajo cualquier destello esperanzador.
Fuente: Télam
