En el primer poema de la sección "La conquista del desierto" (otro gran hallazgo de Sifrim es descubrir flores en el fango, percibir la irradiación de la belleza en medio de la fealdad) se describe a la poesía, por supuesto sin mencionarla, como "una palabra/ que los niños/ luego/ usarán en la escuela/ para diferenciarla de la "prosa".
Esa obsesión por diferenciarla, por diferenciar la poesía de la prosa, paradójicamente, no hace más que confundirla.
Sin caer en generalizaciones injustas, es notable cómo en la actualidad la prosa está plagada de pathos, mientras que gran parte de la poesía actual se reconforta habitando sedentariamente en la meseta de lo llano, explotando como petróleo lo equívocamente cotidiano, usando como estandarte la anestesia de cualquier tipo de emoción. A lo sumo, algo de humor, un poco de ingenio, una insegura postura de pretender estar de vuelta, pero poco del lirismo que, después de todo, es la esencia del género.
El talante de las flores es un libro hermoso porque no se esconde en la falta de sentido, y mucho menos en aquello de pretender no contar nada: en sus poemas se describen situaciones, personajes, creaciones, preguntas y asesinatos. Claro que lo hace desde el abismo fascinante de la poesía, distribuyendo, para citar uno de sus versos, "pensamiento en puro azar de música temblando".
La poesía, sin embargo, tiene también muchos elementos en común con la prosa y, de hecho, en uno de los poemas más memorables de este libro, correspondiente a la sección "Figuras", Mónica Sifrim se pone a hacer poesía con uno de los pilares de la novela que es la figura del héroe: "los dioses que pelean son ajenos/ a los dioses/ que sueñan/ cada uno a su modo/ empuja el carromato de los héroes".
Fuente: Télam