Catamarca
Jueves 25 de Abril de 2024
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El violento oficio de escribir: Enrique Raab, un periodista todoterreno

Ni el paso de los años ni la ausencia de una construcción mítica en torno a su figura lograron eclipsar la persistencia de la prosa combativa y visceral de Enrique Raab, que por estos días regresa con Periodismo todoterreno, una antología preparada por María Moreno que ya desde el título perfila el compromiso y la mirada del periodista desparecido en 1977.
Nacido en 1932 en Austria pero radicado en la Argentina desde su niñez Raab fue un cronista heterodoxo empeñado en diluir las fronteras entre pequeños y grandes temas: lo demostró una y otra vez en exquisitos relatos que aplican idéntico rigor, ya sea para documentar el devenir del teatro de revistas en la temporada marplatense como los dramáticos acontecimientos de la Revolución de los Claveles en Lisboa, el alzamiento que puso fin a la dictadura de Antonio de Oliveira Salazar.

"¿Por qué no hay un mito Enrique Raab? O aunque sea un mayor reconocimiento. Quizá porque él desconfiaba de las palabras sacralizadas que viven entre las solapas de los libros y no cultivó la novela -ese género fálico que permite pisar los papers- o la investigación a lo grande. ¿Será porque no pertenecía al grupo mayoritario en la militancia revolucionaria? ¿O porque los cronistas populares suelen ser populistas y él no era ni una cosa ni la otra?", interpela María Moreno en las páginas iniciales del libro.

La poeta y periodista, a cargo del prólogo y la selección de textos del libro, lo retrata como un hombre autodidacta, "que no tení­a profesores enmarcados en una institución", una modalidad reforzada acaso tras su paso por el Colegio Nacional Buenos Aires, donde no llegó a recibirse porque a pocos meses de terminar quinto año discutió con un profesor de Historia y ya no aceptó rendir la última asignatura.

Superada esa experiencia de deserción escolar, Raab trabajó en una agencia de viajes y volvió a Europa en varias oportunidades, aunque su destino final fue una vez más Buenos Aires, donde ejerció como crí­tico de cine y teatro, periodista, cineasta, cronista de la calle y el acontecimiento.

Con el tiempo, a fuerza de una mirada periodística tallada en simultáneo con una biografía signada por el compromiso, Raab se convirtió en un paradigma del periodismo durante aquellos frenéticos 60 donde la vanguardia y la bohemia se fusionaban con la militancia.

Periodismo todoterreno, editado por Sudamericana, da cuenta de un estilo preciso que le permite diseccionar desde los films de Ingmar Bergman y Luccino Visconti hasta el derrotero de actores como Juan José Camero y permite en simultáneo la recuperación lateral de diferentes imaginarios y prácticas sociales de una época.

"La comparación entre la cultura alta universal y de todos los tiempos con la popular nacional era uno de los procedimientos favoritos de Raab. No la utilizaba como Sarmiento para traducir maravillas del mundo a modestos patrimonios nacionales y así­ relativizar el poder de aquellas: simplemente hací­a que las dos culturas se contaminaran", retrata Moreno.

"La comparación era también una forma de pedagogí­a: al utilizarla deslizaba en cada crónica un plus de información, un trozo selecto de su enciclopedia personal. Así­, las fans de Palito Ortega 'a quien compara con un sol obsesivo copernicano' le evocarán a las mujeres que se desmayaban cuando, cien años antes, Franz Liszt se sentaba ante el piano; el Gordo Porcel, la suprarrealidad que reivindicaba André Breton", enuncia la periodista en la antología.

Al mismo tiempo que transitaba las redacciones -trabajó para las publicaciones Confirmado, Primera Plana, Análisis, Siete Dí­as, Panorama, Clarí­n, Visión, La Razón y La Opinión, Raab delineó su identidad política a partir de su militancia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y su imbricación con las luchas gremiales, que Moreno recrea a partir de una anécdota que lo ubica "participando de un paro gremial vestido como para ir al Colón".

El periodista reunía condiciones que lo convertían en presa codiciada por la última dictadura militar: era intelectual comprometido, homosexual y militante. Por eso no extraña que la siniestra estructura de exterminio montada por el aparato estatal haya decidido recluirlo en la Esma, tras ser secuestrado el 16 de abril de 1977 junto a su pareja, Daniel Girón.

"Quizá, para los que subestiman el alcance de la militancia de Raab, existe la necesidad de encontrar una causa que permita imaginar que existí­a un control posible en situaciones que, como se estableció a través del testimonio de los sobrevivientes, carecí­an de toda lógica que no fuera la del Terror"; testimonia Moreno.

"Pero amigos y compañeros de militancia coinciden que Raab estaba en peligro y que debió irse a partir del golpe del 76. Raab no habrí­a sopesado los riesgos de su trabajo en El Ciudadano, las visitas de advertencia donde le habí­an quemado suéteres y camisas con cigarrillos, las amenazas", señala.

Raab ya no está pero su legado sobrevive como un aporte significativo a partir de este puñado de crónicas ejemplares que se detienen el detalle con obsesión de orfebre y sobrevuelan con ironía e ingenio los claroscuros de un tiempo atravesado por el horror de la dictadura.

Fuente: Télam

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