Catamarca
Miercoles 24 de Abril de 2024
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En estos poemas no hay calma, hay vigilia

En Las orillas de la palabra, el poeta y editor Alejandro Archain da un paso más que en su libro anterior, explorando el silencio (como lo contrario a lo no dicho) y la oscuridad, que pasando de referencias tenebrosas es capaz de abrir una luz se sentido (que no siempre es lo que se quiere escuchar).
El libro, publicado por la editorial Paradiso, es una muestra de la versatilidad de este vate, criado en las entrañas de la editorial Ultimo Reino, que además es director editorial de la filial argentina del Fondo de Cultura Económica.
Esta es la conversación que Archain sostuvo con Télam.

T : Las orillas de la palabra sugiere un rumor, el viento, la música, nada obligatorio. ¿Esto es así?
A : Las orillas de la palabra sugiere aquello que casi no le pertenece, que queda fuera de ellas. No es su plenitud, con significado preciso o atisbado. Tal vez sea, como bien decís el rumor o algún susurro más o menos perceptible. Pero también es el ruido, que no permite distinguir una palabra de otra, que no permite encontrar algún sentido. Me intranquiliza no encontrar aquello que puede dar con lo que queremos decir o escuchar, que está en esos bordes a los que tratamos de arribar para llegar a otro lado. Me intranquiliza, pero al mismo tiempo me seduce su juego, que es el que hacemos con las palabras. Juego y trabajo intenso por ir hacia el centro. Eso es lo obligatorio, llegar a desentrañar desde las orillas algún sentido que me de las certezas que no tengo. Siento la obligación de buscar, aunque me condene a rondar sin llegar a discernir algo preciso. Buscar entre los bordes para terminar en la derrota. También está en los silencios, pero no como lo entendemos habitualmente, sino como una ausencia de palabras. Esto quiere decir que ese silencio no es, en realidad, pleno. Y no lo es porque detrás estamos sintiendo que hay algo callado, que está lo no dicho. Entonces no es un silencio, y eso es lo que nos inquieta.

T : En general, la colección entera parece trabajada por alguien que está en calma, o escuchando lo que le interesa, y también, por supuesto, lo que sostiene la posibilidad de en algunos momentos, abrirse y escuchar esos puntos de fuga.
A : Ahí está la búsqueda, pero no hay calma, hay vigilia. La espera constante y la angustia por escuchar y entender aquello que no alcanzamos a oír. No hay posibilidad de calma mientras no comprenda, mientras todo se pierda entre el ruido o la ausencia. Y tampoco es escuchar lo nos interesa, sino lo que nos hace falta y lo que necesitamos para entender, para estar con el otro, para completarnos en el intercambio que contienen la lucidez, la visión y el afecto. Si no veo extiendo los brazos y tanteo, me muevo en una oscuridad aterradora. Si las palabras no me llevan a alguna parte, o el ruido permanente no permite distinguir alguna claridad no hay calma posible. Pareciera, entonces, que todo da lo mismo y nos encontramos vacíos.

T : Impresión: en tu libro anterior, casi no aparece -sino de refilón- el autor. En éste, el mundo es un lugar que impresiona al autor, para bien y para mal, pero (el autor) está más presente. ¿Qué pensás?
A : Que hay más datos sobre el sujeto que habla, y que esos datos nos acercar a un mundo más preciso. Pero ese mundo más preciso resulta imprescindible para facilitar algún tipo de sentido, algún tipo de pertenencia, algo que tome distancia con el vacío. Me permití también en este libro, más allá de que esté o no logrado, jugar con elementos con los que habitualmente me llevo bien, como el humor o la ironía, y que no había utilizado en libros anteriores. Ese juego aparece también como una necesidad de acercamiento por el lado indirecto de la burla, que ayuda a manejar la propia vida. Tu impresión es muy buena y me alegra el comentario.

T : ¿Era más una renuncia a las palabras que un silencio? ¿Cómo es eso?
A : Algo que te decía más arriba. Cuando las palabras están, y uno tiene la certeza de percibirlas y sentirlas, no hay silencio, hay palabra no dicha. Cuando indagamos en ese presunto silencio, llegamos a entender lo que se está diciendo. Está el repetido dicho de leer entre líneas. No es otra cosa que entender lo que no se está diciendo con palabras, pero sí se está diciendo. Todo radica en poder descifrar lo que hay escondido. El silencio es más pleno. Ahí no hay nada, hay silencio. A veces se dice, también, un silencio ensordecedor. En realidad vivimos en medio de algo ensordecedor, pero no es por el silencio, es por lo callado o por lo tapado con el ruido inútil de la banalidad cotidiana.

T : La serie de San Javier es muy hermosa. ¿Cómo pensás después de estos años tu indeclinable amistad con Zabaljáuregui, Riccardo y otros?
A : La serie de San Javier me conecta de otra manera con los sonidos, porque el entorno es otro. Soy un ser absolutamente urbano, que sólo puede estar por unos días en un lugar de montaña como San Javier. Pero estar ahí me ayuda a comprender otro tipo de relación con los sonidos y otro tipo de encuentro con el entorno. Amo la ciudad tanto como la padezco, pero siempre viví en la ciudad y cuando no estoy en ella disfruto por un tiempo, pero sabiendo que volveré. No puedo concebir que me pueda ir sin fecha de regreso. En un lugar como San Javier, las cosas se me definen por una mezcla de conocimiento e ignorancia. De cercanía, diría natural, y distancia infinita. Me seduce por el placer de la calma, tanto como por la posibilidad de sentirla otra.

T : Tres poetas que nunca abandonarás.
A : Como todos los que andamos en esto y tenemos ya bastante de recorrido, he leído y releído a muchos poetas. Elegir tres resulta difícil. Me aparecen muchos nombres, porque hay también diversos motivos para la elección. Y así como algunos lo pueden ser por su indudable calidad o nivel de trabajo, otros tal vez lo sean porque uno dialogó con ellos en algún momento en que resultó imprescindible hacerlo, aunque ahora resultaría de otra manera si aquel primer encuentro se repitiera. Te podría decir que no abandonaría a Thomas S. Eliot, Fernando Pessoa o César Vallejo. Si puedo agregar alguno de los nuestros, diría Juan L. Ortiz, Juan Gelman, Olga Orozco. Pero claro, hay tantos.

Fuente: Télam

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