Catamarca
Jueves 28 de Marzo de 2024
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Esa idea de Deleuze del escritor como médico

En Un pequeño mundo enfermo, el escritor marplatense Cristian Molina -o mejor, su heterónimo, Julian Joven- distribuye un universo de discurso infectado por una metástasis de palabras y repeticiones que alcanzan a las partículas elementales de la lengua (y de la imagen) hasta confundirlas con un extrañamiento capaz de abrirse al silencio de lo real.
El libro, publicado por las ediciones La Bola, narrado por Julián Joven, encuentra a un autor que escribe, que es sofisticado pero directo y sin concesiones. Acao lo que ponga en juego sea un aprendizaje de la mirada.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T : Un pequeño mundo enfermo, leerlo es como estar un tiempo en el pasillo de los condenados a muerte. ¿Qué buscabas al escribirlo, y en cualquier caso, por qué el seudónimo?
M : Julián Joven es uno de los otros que me escribe. Por eso casi nada está publicado con mi nombre, porque no solo no escribo yo, si no que me escriben, es decir, la escritura -y sobre todo la poesía- me toma por asalto, sin que yo pueda zafar de eso y generalmente con un tono o una voz en la que no me reconozco. Cuando pongo mi firma en algún texto es por obligación laboral o porque los editores no entienden que yo no escribí lo que se escribió, y se toman el atributo de decidir quién escribe qué, para dar visibilidad a un único nombre y venderlo mejor como marca -soy una sufridita. Y no es una actuación ni una duplicidad: la escritura me convierte en otros siempre diferentes cada vez que me toma y su multiplicación es infinita. Por este motivo, diría que no he escrito nada aún, y que tampoco creo que lo escriba alguna vez, porque lo que me escribe siempre se desarma en una nueva versión, con otra voz, otro cuerpo y otro tono. Es más, hay algo que no deja de sorprenderme cuando recibo comentarios o lecturas de los textos: que me atribuyan el libro a mí, y que los prólogos que abren cada libro, que son de esos otros, que los firman esos otros, los usan para leer lo que supuestamente yo hago en el libro. Es extraño, porque incluso, cada uno de esos prólogos entre los libros, muchas veces contradice al anterior o le responde. Así, hay lecturas que linkean esos prólogos con lo que sigue en el libro, como si ahí estuviera la clave. Y me parece que focalizando la lectura en los programas de los otros se evidencia la centralidad que tienen los programas en la escritura contemporánea -una hegemonía y un poder consensuado en la valoración. Me río como loco -y un poco insanamente- cuando sucede esa lectura tan crédula del programita, porque, además, no le endilgan el programa al otro, sino a mí -y es como un chiste que llega al paroxismo. De modo que yo no buscaba algo con Un pequeño... sino, al contrario, la escritura de Julián Joven buscaba algo en mí que terminó, luego de un largo tiempo, transformándose en un libro. La mayoría de las partes que lo conforman se escribieron en distintos momentos y con distintos métodos (desde 2007 en adelante); a veces, por separado, otras como una serie. Lo que hice yo fue reordenar aquello que la escritura de Julián Joven había escrito durante ese tiempo en mí. Nada más.

T : El cáncer es como el malestar en la cultura, esa cosa incurable que nos atraviesa. A mi juicio. ¿Y al tuyo?
M : Acuerdo con la idea del cáncer en el sentido de un malestar en la cultura, casi freudiana, que es un viejo tópico que retorna como un fantasma para sacudir la contemporaneidad. Sin embargo, creo que, justamente, la escritura lo cura. De alguna manera, me gusta pensar en esa idea de Deleuze del escritor como un médico, que trata de exorcizar la enfermedad que articula una intimidad, pero también algo del orden colectivo, de lo cultural en relación con ella. Por eso, que el fantasma de ese malestar aparezca en la escritura es un modo de convocarlo para poner en perspectiva, en un orden entre metafórico y literal, los distintos cánceres que nos atraviesan; es decir, los distintos malestares que ponen en situación de muerte incluso a la escritura misma para reafirmar nuestras posibilidades de vida ante eso que sucede. Pero eso está cada vez más presente y como una obsesión que nos acecha, sobre todo en los pueblos, o en el campo, espacios que ya no están tan alejados de la ciudad en ningún sentido -por diversos motivos: tecnológicos, de infraestructura, de proximidad territorial, etc. Son los mismos espacios que, también, hasta hace poco, parecían haber desaparecido de las agendas de escritura contemporánea, absorbidos por la eminente presencia e intereses en el espacio urbano -lo cual no constituye ningún inconveniente y es hasta lógico. Pero hay quienes siguen viviendo en pueblos o en el campo aún en el siglo XXI, como Julián Joven, y allí hay problemas y malestares que los atraviesan también, que no son ya los del corral decimonónico o de inicios del siglo XX: el crecimiento inaudito de las tasas de cáncer es uno de ellos y es también uno de los malestares de nuestra cultura -aunque no el único.

T : El formato, la poesía, ¿era mejor para producir qué efecto?
M : La poesía, como la escritura, se impone y te toma por asalto. No creo que Julián haya querido provocar algún efecto concreto, o lo desconozco, en definitiva. Y supongo que el libro también desarma una adscripción genérica con la poesía. Me parece que acá hay algo del orden de los relatos en la poesía que promueve esa escritura y que son pequeñas células que se multiplican, que se repiten y que proliferan en el libro como una metástasis. Y retomando la pregunta anterior, el cáncer, sospecho, no es solo un malestar en este libro -aunque también-, sino una forma a la que intenta sobrevivir la escritura a lo largo del libro. Poder escribirlo es sobrevivir. Pero no hay una elección ni una búsqueda de efecto. El libro en sí, es algo que sucedió sobre la marcha durante el transcurso en que esos relato-poemas se escribieron.

T : El libro recuerda a las memorias de Christopher Hitchens y a las de Anatole Broyard. ¿Qué pensás al respecto? Quiero decir: no por su voluntad de horrorizar sino por el encadenamiento de la destrucción.
M : Hitchens tiene ese libro, Dios no es bueno, donde plantea que la religión no es buena para la salud, ¿no? Creo que lo que leés es muy interesante, porque puede ser que haya algo de esto en algunos momentos del libro, como si la religión o hasta lo que queda de una idea de dios -si es que queda- en ese espacio anacrónico del cáncer fueran contraproducentes para la salud. Pienso en los sucesos que se dan allí, en relación con los animales (las chinches que explotan, las moscas, los caballos muertos), donde se desencadena un mundo que tiende, sí, a destruirse todo el tiempo, camino a una especie de apocalipsis. Pero sin embargo, el relato sobrevive, la escritura de ese mundo está ahí, como lo que queda después de la enfermedad. Por otro lado, Broyard, en Ebrio de enfermedad, sostiene: Yo aconsejaría a cualquier enfermo que desarrolle un estilo para su enfermedad. Adoptar un estilo para afrontar la enfermedad es otra manera de recibirla en nuestro propio terreno, de convertirla en un mero personaje, uno más de nuestro relato. Por ende, no es una lectura en absoluto disparatada en función de lo que venimos hablando. De todos modos, creo que las conexiones pueden ser muchísimas -aunque no infinitas. Y que esas relaciones no se presentaron, así, con su evidencia, hasta que las mencionaste. Se me ocurren, pensando en estos términos, varias más, incluso por fuera de la literatura, pero veo que son mejores las que otros generan, así que prefiero callar las de Julián, que me las dicta al oído -y las mías.

T : ¿Extrañás una crítica al aparato sanitario, o está escondida en el texto?
M : Me parece, ahora que lo decís, que si el cáncer es un malestar en la cultura, así, en general, entendida acá como un concepto inespecífico, más que como uno estrictamente artístico, si leés que hay una crítica o está escondida, es producto de ese malestar; pero no hay algo deliberado ni creo que todo el texto responda a un intento crítico (o ideológico) de Julián Joven: es un intento por sobrevivir y comprender con la escritura ese malestar generalizado que seguramente afecta, también, al aparato sanitario.

T : Finalmente, ¿cómo te llevás con la idea de alguna vez transformarte en objeto de los terapistas y otros personajes que viven de mantener vivos a los muertos?
M : Los lectores no son algo que me desvele. Por ende, con esa idea no me pasa nada. Me desvela la escritura cuando me toma por asalto y con la cual, pocas veces, puedo lidiar o decidir qué hacer; pero no lo que suceda con ella después. Es más, tengo pilas y pilas de libros de otros que me escriben sin publicar. Lo importante de atravesar es la escritura misma. Lo que viene después, si viene o no algo, no es un asunto que dependa de mí o que me involucre directamente, de modo que no es un problema. Es decir, que el lector o los lectores sean quienes sean, hagan lo que quieran con el libro, incluso no leerlo, es algo que no me preocupa. Que hagan la suya con el libro, que, como no es mío, difícilmente puedan convertirme en un objeto: el objeto es el libro de Julián Joven.

Fuente: Télam

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