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Jueves 28 de Marzo de 2024
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Fin del mundo y otros relatos

Fin del mundo y otros relatos (Letra Sudaca, 2013), de Leonardo Huebe es una colección de siete historias que no se olvidan pronto. Es que Huebe logra, en cada uno de estos cuentos, no sólo crear un clima propio, único e indivisible, sino que lo que escribe germine, se arraigue y perdure en el lugar más hondo de nuestra memoria.
No hace mucho, cuando se me consultó por los mejores libros que había leído durante 2013, no dudé en alistar allí Fin del mundo y otros relatos. La razón fue simple: es difícil encontrar un libro que no tenga fisuras, un libro en el que cada historia es lo que debe ser, más allá de lo políticamente correcto y las buenas costumbres. Fin del mundo y otros relatos consta sólo de setenta y cinco páginas, pero, la verdad, que la sensación que deja al finalizar su lectura es que si tuviera un párrafo más el libro se desbalancearía, que perdería ese frágil equilibrio de casa de naipes, que cualquier agregado rompería su armonía interna.

Los siete cuentos

En Fin del mundo un anciano decide que esa mañana de domingo es perfecta para sentarse a tomar sol en la vereda de un bar. Mientras recuerda su pasado, de cara al cielo, llega la oscuridad, la tormenta.

En ese momento, en el que el terror se me manifestaba con un sudor frío, en que recordaba la única vez que había sido partero, el hombre cambió su postura: aferrando los apoyabrazos de la silla que yo ocupaba, lentamente se acomodó en cuclillas. Vi su rostro: era un Papá Noel desprolijo.

Regla 11 es el ejemplo perfecto de que el autor escribe sin concesiones, que respeta sus historias y que les es leal, aunque esa lealtad le genere sufrimiento. En un diálogo reciente, hablando de este cuento, Huebe me comentó: "Una de las cosas que más me alivian de que el libro se publique es que no voy a volver a tener que corregir Regla 11". Este cuento es una historia triste, es la descripción de un matrimonio destruido tras haber sufrido una desgracia familiar, es la crónica de la desesperada búsqueda de la redención.

"Laura casi no se enteró de lo que hice en esos días. Durante ese tiempo abusó del Rivotril y adelgazó un par de quilos más, con los que totalizó dieciséis en los últimos doce meses. Se le aflojó el canino superior derecho. Comenzó a perder mucho pelo. Tuvo un par de episodios de sonambulismo: caminaba a oscuras por el departamento con los brazos estirados y abiertos, como queriendo abrazar a un fantasma arisco."

El año que no trabajé para Los Redondos es un relato autobiográfico de una situación que al autor, aún hoy, le resulta incomprensible. Cuando hablamos sobre esta historia, sobre sus detalles, no pude dejar de notar que Huebe, quizá inconscientemente, lo nombraba "El año que no trabajé para los redó", lo que demuestra de alguna manera su absoluta pasión ricotera.

En "Los años que les quedan" los protagonistas son un grupo de ancianos de izquierda que se juntan en el buffet de un hospital a esperar noticias sobre la delicada salud de uno de sus camaradas internado en Terapia Intensiva.

"Cuarenta y ocho horas. Cuarenta y ocho horas me dice Ortiz, el doctor. Pienso en Jorge, en Dolores, en El Nene, en Baigorria. También pienso en Marta. Cuarenta y ocho horas. No sé si Marta va a llegar, le digo a Ortiz. Ortiz, los ojos tirados en un foso, levanta los hombros con desánimo. Anarquista de mierda, pienso."

"La gota constante" es un relato netamente fantástico, un viaje de ida y vuelta entre el pasado y el presente del relato. Es, también, la historia de la educación de un hombre, de su toma de conciencia, del conocimiento de su destino.

"En ese momento, Simón tuvo la certeza de que había desperdiciado media vida, que no eran estos los sucesos extraordinarios, sino los del pasado, los que lo habían llevado a relegar durante treinta años, tras la cómoda fachada del profesor seudoanarquista, inofensivo, respetuoso y respetable, solterito y sin apuro, lo que ahora era tan obvio, lo que ahora estaba tan claro, lo que siempre había sido tan suyo."

El sexto relato, "El deseo", es el menos ortodoxo de todos, es el más visceral, el más perverso, en el que el autor traspasa los límites. En un agujero del mundo hay un ser insignificante que desea; en un despacho hay un ser poderoso que desea; en algún lugar entre ellos, están sus oscuros objetos del deseo.

El último de los cuentos, "Los monocigóticos", es, sin dudas, el mejor del conjunto. De escritura clásica, nunca sale de los caminos señalados por Poe y Quiroga. Es un relato que comienza en los años de la dictadura militar y culmina en la década del noventa. Es un relato que se centra en la relación de dos hermanos que se pelean y el detalle de una búsqueda. Es excelente la forma en la que el autor desarrolla la historia subterránea, y sorprendente como esa historia oculta irrumpe en la superficie.

"De mi hermano seguía sin haber noticias. Mientras yo volaba hacia el norte, la policía había rastreado sin éxito la plaza y sus alrededores: No había indicios de Ramón ni de teléfono público; no había otra plaza que encajara en lo que había detallado. Comencé a pensar que aquel llamado había sido una venganza, un recordatorio que él me hacía para mostrarme que no me perdonaba, para no permitir que lo olvidara."

En definitiva, Fin del mundo y otros relatos es un volumen de cuentos que inquietan, pero, a la vez, se disfrutan, y que al leerlos no nos dejan indiferentes.

Para culminar, una frase de Vicente Battista sobre el autor: "Cuentista, se ha dicho, es aquel escritor capaz de construir un universo en el acotado espacio de diez páginas. Los cuentos de Fin del Mundo respetan esa esfera y descubren a un narrador de sorprendente calidad. Un escritor para celebrar."

Fuente: Télam

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