"Recuerdo Terapia -la novela protagonizada por un psiquiatra que sigue las presuntas pistas de su hija desaparecida- y puede ser coincidencia, pero toda la trama se desarrolla en una isla como la que fue Berlí­n entre 1961 y 1989", aventura Fitzek.
"El alivio que sentí­ cuando cayó el muro podrí­a compararse con el alivio que sienten mis perturbados personajes cuando se descomponen las paredes ocultas de su mente", asume el novelista, hijo de una pareja de docentes que se instaló en el Oeste antes de la división de Alemania.
Doctor en leyes pero no abogado porque no pasó el 'bar exam' -el examen que lo habilitaba para ejercer la abogací­a-, Fitzek continúa tratando con delincuentes desde aquellos días, "aunque ahora de manera más saludable -ironiza-, porque siempre es más seguro escribir sobre psicópatas que trabajar con ellos".
"Por supuesto que escuché muchas historias extrañas e interesantes en mis épocas de estudio, pero mi mayor influencia está en la vida diaria. Berlí­n está llena de personajes que sirven de inspiración", consigna el escritor que cursando Derecho aprendió cómo armar casos y narrar investigaciones para que suenen creíbles; mientras que a través de su hermano, radiólogo en un psiquiátrico, halló la materia prima para muchos de sus libros.
El retorno -como Terapia y Noah publicado en Argentina por Ediciones B en Argentina- junto a El experimento" y El sonámbulo son algunos de los títulos que lo catapultaron en ventas y lo hicieron alcanzar el cine y la televisión.
Fitzek rastrea su tendencia hacia el terror psicológico en su "interés por la historia y la forma de pensar de la gente" y en una experiencia personal: "Tuve un gran amigo que murió muy joven a causa de problemas mentales severos, antes de tiempo digo yo, y tuve que aprender por las malas que no podí­a ayudarlo".
'Terapia' es su ópera prima y rescata mucho de esa vivencia, "trata sobre amar a una persona demasiado y esconder en un engaño lo que no se puede soportar de la realidad", explica.
La historia protagonizada por Viktor Larenz pone en tensión la delgada lí­nea que separa la ficción de la realidad y que, intuye su autor, "cada uno de nosotros en algún momento ha cruzado".
Mientras que el disparador de Noah, la novela que presentó en la Feria del Libro de Buenos Aires, fueron "las malas noticias sobre el planeta" que a diario enumeran los noticieros, aseveró.
"Cambio climático, terrorismo, hambre, crisis energética, extinción de las especies... las noticias ponen el foco en el problema pero no en la causa que somos nosotros, los seres humanos", y ahí es donde entra el nuevo libro con una pregunta bastante inquietante, más, viniendo de un alemán: "¿Cuántas personas pueden vivir en nuestro planeta, no somos demasiados?"
La respuesta no tranquiliza: "Si todas las personas en el mundo consumen petróleo, alimentos y agua como la media alemana, en poco tiempo necesitaremos amos dos nuevos planetas para poder vivir", afirma sin titubear.
"Fí­sicamente vivimos en un mundo y mentalmente en otro -postula-. Las noticias sobre la catástrofe de refugiados en Europa muestran una panorámica de esos mundos: paí­ses ricos como Alemania intentando separarse del resto del mundo pobre, ignorando los problemas que causa y agravándolos con su indiferencia", sintetiza.
Fitzek creó "un escenario que involucrara a todo el planeta" como llamado de atención hacia esa realidad, porque "a los paí­ses de Occidente no les importan los problemas en Africa, Manila o Bangladesh y el verdadero peligro de esa mirada es la extinción de la especie", se dispara.
En Noah un único individuo sin memoria es el elemento principal de una conspiración que pone en peligro la vida de la humanidad: "Una de las mejores cosas de nuestra mente es que puede olvidar", consigna sobre el bestseller que echa mano al paradigma elegido-salvador versus fin del mundo.
Una reflexión que, a su entender, encuentra un correlato en el inconsciente colectivo de su país, "inmerso en una burbuja" donde "la economí­a parece sana y el sistema polí­­tico estable aunque la situación sea muy frágil" y donde "se tiende a pensar que la riqueza fue ganada en buena ley pero fue hecha, en su mayoría, a costa de los paí­ses pobres".
"Sin trabajo infantil en algún país africano los alemanes no tendrí­amos los celulares que consideramos 'nuestro derecho' renovar anualmente, al tiempo que sentimos miedo de los refugiados que vienen de esos mismos países, escapando de esa vida" indigna, grafica.
"Debemos ser capaces de bloquear un montón de cosas que escuchamos y vemos para llevar una vida normal, sino terminarí­amos en un psiquiátrico; pero eso no quiere decir que debamos olvidar todo en todo momento. De vez en cuando hay que recordar que estamos juntos en este mundo, lo cual nos convierte a un tiempo en parte del problema y en la solución", concluye.
Fuente: Télam
