Hoy Horacio convive con su mujer, una profesora de economía de 42 años, con quien espera su primer hijo; junto a ella, que es madre de dos chicos de una anterior pareja, construye su nuevo proyecto de vida en una casa, también en Florencio Varela, a escasas cuatro cuadras de la capilla donde oficiaba de cura.
"La conocí cuando yo era cura pero nos volvimos a encontrar y formamos pareja varios años después de que yo dejara el sacerdocio", explica desde su gabinete de psicólogo, ubicado en la planta alta de una casa austera pero amplia y luminosa.
A 10 años de la decisión de alejarse del ministerio de la iglesia, Horacio cuenta que siempre le costó pensar "en renunciar a la paternidad".
"Cuando me di cuenta de que como sacerdote las visitas a casas de familia me llenaban de alegría, se me aclaró el panorama de mi vida. Me daba nostalgia ver a chicos jugar con sus padres, compartir una mesa", recuerda.
Al tiempo, pudo dar el paso que deseaba dar. "Pedí permiso al obispo sucesor de Novak (fallecido un año antes) para alejarme de la función sacerdotal con una frase que aún hoy recuerdo: ´si me quedo no seré un cura feliz´", cuenta.
No pasó mucho tiempo en que comprendió que sostener su vocación y tener una familia no eran incompatibles. "Acá estoy: cambié confesionario por diván", bromea con una sonrisa franca, mientras sigue caminando los barrios atendiendo pacientes y organizando talleres "ad honorem" en parroquias o colegios.
"Mi deseo de ser padre nació de la experiencia sacerdotal de ser Padre, tal como hoy día algunos niños y adultos de la comunidad insisten en llamarme", cuenta, y enseguida define: "Mi tarea como sacerdote no distaba tanto de la actual. Antes, las personas buscaban orientación en temas existenciales y domésticos, ahora también. Solo que ya no puedo administrar más los sacramentos".
Para Gallo la vida parece no haber cambiado tanto: "Todo lo que hacía antes, por estar integrado a la misma comunidad, lo hago ahora: si un vecino se tiene que mudar lo ayudamos entre todos, si un parto se adelantó, allá vamos", sostiene este hombre que se considera "un psicólogo cristiano que echa mano también de los conocimientos de la teología", que fueron parte de su formación.
El celibato no es un dogma, solo existe una cita en el evangelio que sugiere su práctica; y en 2011 se difundió un documento que firmó inclusive el actual papa, Benedicto VI, cuando era un joven de 42 años, en el que se puso en duda el sentido de mantener la regla.
No obstante, "la jerarquía católica sostiene el argumento de la supuesta pérdida de efectividad a la hora de administrar los sacramentos, atender a la comunidad y llevar adelante una familia, lo que en miles de casos en todo el mundo quedó refutado", argumenta Gallo.
"La realidad de la pobreza te pone en otro sitio; vivir en una barriada popular, además de dificultades te da una oportunidad: sentirte parte de la comunidad", dice, y aclara que "su transformación también se dio en un contexto social, "donde la relación con los sacerdotes es de más cercanía".
De tanto en tanto, él y su pareja participan de celebraciones o actividades en alguna capilla de algún sacerdote amigo, con el afecto de por medio, y una mirada inclusiva del mundo donde "tener una familia o ser célibe debería ser, para ambos, un acto de libertad", concluye.
Fuente: Télam