Con la misma impulsividad con la que se acude a rescatar una vida antes de que se apague, la voz comenzó a correrse y varios vecinos llegaron al lugar para elegir títulos al voleo. Era más por salvarlos que por abrirles las puertas de su biblioteca. Ni siquiera sabían qué era lo que levantaban, pero el instinto era más fuerte. “Me llevé varios: novelas, best sellers, algunos de Historia, otros en inglés. Mi papá y mi mamá se llevaron algunos también. Era muy difícil elegir, pero la tormenta se venía con más fuerza y esto habría quedado diezmado. No se explica uno cómo pudieron dejarlos acá, tirarlos, en lugar de donarlos...”, lamentó Lorena Carabajal, dos días después, mientras observaba sin explicaciones la escena del crimen completamente alterada.
¿Quién fue?
Nadie llamó a la comisaría, ni al 911, ni a los Bomberos. Al fin y al cabo, ¿Qué haría la Policía con semejante hallazgo? Para el miércoles, en el lugar del hecho ya casi no había pistas: sólo unos pocos ejemplares, aquellos que fueron abandonados por segunda vez, aparecían entre cajas, radiografías, bolsas con ropa y papeles y papeles y papeles y pap... Empapados. Muertos. Mudos. Sin nada qué decir.
“Se entiende que tenían que desocupar el departamento. Acá vivía una señora mayor, que quedó viuda hace algunos años. Tenían una barbaridad de libros ¿Pero tirarlos? Es raro, porque siendo tan fanáticos de la lectura, ¿tirarlos?”, se preguntaba Belén, una estudiante de Artes oriunda de Mendoza. Ella y su compañera de casa y de estudios, Sofía, adoptaron decenas de libros agonizantes y los salvaron de la tumba. Las jóvenes prefirieron no consignar sus apellidos por miedo a simbólicas represalias. “Había de todo: ficción, Historia, enciclopedias. incluso una colección encuadernada del diario La Opinión”, declaró Sofía. Ellas ni siquiera conocían el diario fundado en 1971 por Jacobo Timerman y expropiado en 1977 por la dictadura militar. Pero los salvaron.
Tras una intensa búsqueda periodística, LA GACETA dio con los autores de este hecho. Lo reconocen, se declaran culpables, pero tienen algo que decir en su defensa. “A nosotros nos dolió muchísimo, más que a nadie. Venimos de una familia repleta de intelectuales, somos amantes de la lectura como pocos. Hemos regalado miles de libros entre nuestros familiares, amigos, primos, hermanos, pero ya nadie quiere más. Los libros nos están tapando”, explicó una de las hijas de la mujer que ocupaba la casa y conservaba la colección. Agregó que su madre atraviesa una enfermedad terminal y que las prioridades en estos momentos son otras. “Necesitamos resolver cosas de la manera más rápida posible, no tenemos tiempo para detenernos en nada. Todo esto es muy difícil, nos duele muchísimo, pero tenemos cosas mucho más serias de las que ocuparnos. Hemos intentado donarlos, pero eso también lleva tiempo. Realmente lo lamentamos”, cerró su declaración la joven.
Difícilmente este crimen cultural podría haberse publicado en las páginas de Policiales. En esta historia, las circunstancias, el dolor y la lluvia han borrado las huellas de las víctimas y la responsabilidad de los “victimarios”.
Se han multiplicado los espacios para donar libros que ya no vamos a usar
“Creo que todos los que amamos los libros hemos sentido alguna vez que los libros nos están tapando, pero en estos últimos años han surgido muchísimas bibliotecas populares, asociaciones civiles y políticas, fundaciones, etcétera que los reciben con los brazos abiertos”, señaló Carolina Frangoulis, de la librería El Griego. La joven librera aclaró que no conoce las circunstancias que llevaron a esta familia a deshacerse de los libros y no donarlos, aunque admitió: “si fuera porque alguien de mi familia está muy enfermo y el tiempo me apura, no tendría reparos en hacer lo mismo”.
“El libro nunca puede ser una molestia. Nunca lo será para su dueño”
El librero Mario Kotszer, de La Feria del Libro, no duda: “si hubiera pasado por ahí el domingo, por supuesto que me hubiese detenido a curiosear qué había”. Para Kotszer, el propietario original de un ejemplar no podría deshacerse de él muy fácilmente: “con esas páginas van su gente, sus recuerdos, sus soledades... Un libro nunca será una molestia para su dueño”, señaló. Pero sí, admite que hay problemas de espacio que muchas llevan a deshacerse de algunas joyitas. “Hoy en día que las redes sociales están tan de moda, publicás un aviso y seguro alguien los quiere llevar”, estimó.
“El libro no tiene un valor en sí mismo, sino el valor que le otorga el lector”
“Hay una especie de prejuicio en torno al libro. El ejemplar no tiene un valor en sí mismo, es un objeto. El que le otorga valor es quien lee, y la lectura tiene que estar orientada por el placer. De todos modos, no creo que arrojarlos sea una manera de deshacerse de ellos, porque se los puede donar”, sentenció Denise León, quien tiene una colección de más de 10.000 títulos. La docente y escritora se reconoce como “más receptiva que donadora”. “Antes de mudarme teníamos más lugar para los libros que para nosotros mismos. Había pilas en los pisos, en todos lados, ¡hasta en la cocina!” contó.
Fuente: lagaceta.com.ar
