Catamarca
Viernes 19 de Abril de 2024
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Hay una nostalgia de la masculinidad, entre las mujeres más que los hombres

En Hacete hombre. Historia personal de la masculinidad, el escritor Gonzalo Garcés narra una historia bajo ciertos protocolos que podrían pensarse autobiográficos donde reflexiona sobre la paternidad, el lugar de la mujer y el varón en la sociedad actual, y sobre la juventud y la adultez, en colisión con una supuesta nostalgia, acaso la que da título al libro.
Publicado por la editorial Marea, la hipótesis de que el hombre ya no existe es refutada por el narrador, con algunas concesiones a los desplazamientos histórico-culturales entre los sexos y los géneros.

Garcés nació en Buenos Aires en 1974. Fue profesor de escritura creativa en Chile, donde residió un tiempo. Entre sus libros, Diciembre, Los impacientes, Futuro y El miedo.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T : ¿Tenés alguna idea de por qué se te ocurrió escribir este libro?
- G : Fue un encargo de Constanza Brunet (responsable de la editorial). Iba a ser un libro sobre el lugar del varón contemporáneo. Yo creía que sabía muy bien lo que pensaba acerca de eso y pensaba que podía escribir el libro en dos meses. En vez de eso, me embarqué en un viaje de un año, que me llevó a cuestionar todo lo que pensaba sobre los géneros, y en especial lo que significa ser hombre. Me deslumbró descubrir ese dispositivo cultural que se llama hombre. Qué portentosa herramienta de creación, de progreso social, de juego, de conocimiento. Paradoja: descubrí todo esto al tiempo que descubría que la hombría no existe como epifenómeno del género; que la hombría, en realidad, es unisex.

T : Algunas ideas que van y vienen. La declinación de la imago paterna. La decadencia del hombre proveedor (de bienes y de semen, quizá otro bien). La crisis de la masculinidad. El hombre del cual se prescinde. La economía de servicios.
G : La crisis de la hombría es resultado de un proceso tecnológico y económico. Por un lado, con el trabajo mecanizado y la pastilla anticonceptiva, la mujer se encuentra en igualdad de condiciones con el hombre en el trabajo productivo, y con esto el varón pierde parte de su identidad social. Por otro lado, el final de la era de los imperios, entre 1918 y 1945, trae el reemplazo de la economía mercantilista por la economía de servicios y del hiperconsumo. No es cómodo decirlo, pero el ciudadano libre de la democracia clásica-responsable, partícipe de la vida política, dispuesto a portar armas por el Estado, racional, emotivamente autónomo, productivo y frugal- en realidad es una unidad política concebida para los estados imperiales en su fase temprana: la Grecia de Pericles, la Roma de Catón, el califato de Al-Jattab. Pero cuando el crecimiento deja de depender de la expansión imperial para apoyarse, en cambio, en el aumento constante de la demanda interna, ese tipo de ciudadano se vuelve un estorbo. ¿Cómo lo reemplazamos? Con un modelo preexistente: la mujer sumisa del sistema patriarcal. Los rasgos que se esperaban de ella: sensibilidad, emotividad, vanidad, atención a la vida interior, son justo los que se esperan del hiperconsumidor. Por eso ese modelo femenino se convierte en la norma tanto para mujeres como para varones.

T : ¿Cómo enfrenta un hombre de mediana edad (la mía), más joven (tu caso), o más joven todavía, esos desafíos? Y en este afuera, ¿cómo creés se presenta el trato con las mujeres?
G : ¿Cómo se enfrentan esos desafíos? Tomando el punto de vista del adulto libre. Si eso significa tomar conciencia de que uno vive una vida abyecta, muy bien. Si por ese motivo uno cae en la desesperación y se suicida, muy bien también. O bien uno sobrevive y busca alguna forma de proyecto trascendente, sea en el servicio a los demás, la excelencia en el fútbol cinco o la escritura de libros. ¿Y el trato con las mujeres? De acuerdo con los códigos de la hombría: esto es, caballerosidad con las desconocidas, respeto por el trabajo de las que trabajan, y en cuanto al amor y el sexo, no tomarlos muy a pecho, ya que no son cosas para tomar a pecho.

T : Martin Amis, Philip Roth, por ejmplo, hablan de esto en sus libros. ¿Qué pensás de lo que dicen?
G : No leí mucho a Amis. En cuanto a Roth, sus novelas tardías son, todas ellas, variaciones sobre la caída de Lucifer. Salvo que Lucifer ahora es el varón. Que prefiere, parafraseando al héroe trágico de Milton, ser libre en el infierno de la hombría antes que servir en el paraíso de la feminidad. Todos los protagonistas de sus novelas se alzan contra los valores femeninos: el Sueco en Pastoral Americana se aferra a su ética de trabajo contra el dominio de su mujer; Ira en Me casé con un comunista hace lo mismo en nombre del compromiso político. Mickey en El teatro de Sabbath se fuga literalmente de su casa conyugal para ir al encuentro de su propio anárquico masculino deseo sexual. Coleman en La mancha humana polemiza contra una universidad colonizada por el pensamiento posmoderno, que es esencialmente femenino, y donde se ha vuelto moneda corriente que una alumna se queje de que Eurípides se expresa en un lenguaje sexista o que dos alumnos negros demanden a un profesor por usar una expresión que en otro contexto (aunque no en el que fue dicha) podría considerarse racista. Y todos, por esta rebelión, al igual que Lucifer, son exiliados. ¿Dónde terminan? Como el protagonista de El animal moribundo: en manos de otra mujer. En eso radica la ironía de Roth.

T : Astucia de escritor: la introducción del padre ¿te permitió mayor facilidad para contar tu historia con él, tu historia con las mujeres o la historia a secas?
G : Sí, es fácil atribuirle al personaje del padre todas las propias debilidades, los vicios inconfesables, los propios quiebres, la propia ineptitud. Son las cartas que me tocaron: llevarme muy bien con mi padre en la vida real, e inventar padres calamitosos en la ficción.

T : En los 80 era más fácil. Joven en esa década, esa idea ¿no terminó en un cliché o en una reificación melancólica?
G : No sé si era más fácil. Pero un síntoma inequívoco de que me estoy poniendo viejo es que no me importa. Como dice Louis C.K., ¿qué es un joven? Es alguien que hasta este punto no hizo más que consumir recursos sin producir nada. Un joven es una entidad moralmente indefendible. Un parásito cuya única disculpa es la promesa de llegar, más adelante, a producir algo de valor para la comunidad. Si no los abandonamos en el desierto para que mueran de hambre y sed es sólo para darles una oportunidad de cumplir esa promesa. No me interesa saber si antes era más fácil o más difícil ser joven. La pregunta interesante, para mí, es cuán difícil es ahora ser adulto.

T : ¿Cómo ves el futuro de la cuestión masculina?
G : Supongo que seguiremos desarrollando formas de masculinidad ornamental. Revistas para hombres, circuitos turísticos para hombres. Stand-up estilo Coco Sily. Ese tipo de cosas. Porque hay una nostalgia innegable de la masculinidad, más todavía entre las mujeres que entre los hombres, pero no veo que haya un cambio en el paradigma productivo que necesite el resurgimiento del hombre cultural.


Fuente: Télam

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