Catamarca
Sabado 20 de Abril de 2024
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Hubo orden: la política absorbió lo social durante algunos años

En Orden y progresismo, el escritor y periodista Martín Rodríguez explora los mitos de origen y el devenir del kirchnerismo como una experiencia inédita en un país diezmado al que le devolvió la política como una práctica capaz de restituir el ruido social a un orden cívico y progresista, ese ideal al que pocos apostaban después de la catástrofe del 2001.
El libro, publicado por la editorial Emecé, reúne una serie de estampas socio-culturales que ponen en cuestión las certezas de la antipolítica tanto como de la política entendida sólo en su valor electoral.

Rodríguez nació en Buenos Aires en 1978; trabaja en diversos medios y publicó, entre otros libros de poesía, Agua negra, Lampiño, Maternidad Sardá y Paraguay.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T : ¿Por qué orden y progresismo? El kirchnerismo, ¿puso orden en el progresismo argentino, desmadrado (no sé si es la palabra) después del 2001?
R : El progresismo, dice un amigo, el politólogo Pablo Touzon, funcionaba hasta hace unos años como una reserva moral: era el gran relato fuera de la política. Y ahora, después de (Aníbal) Ibarra y su salida trágica, después de la hegemonía de los derechos humanos, después de estos años, ya no es más esa vaca sagrada. Quizás la tensión del título del libro está en la omisión y reemplazo de la palabra progreso. ¿Hubo progreso? ¿Qué clase de progreso? Para esa respuesta faltan años. Hubo orden, porque la política absorbió lo social por lo menos durante algunos años (ya no). Y hubo catecismo progresista hasta en la sopa.

T : El libro arranca con unos recuerdos tuyos del 2000-2001 y luego avanza y retrocede en temas y tiempos. Sin embargo, podría pensárselo como un cuaderno de bitácora generacional? La política después de Kirchner, ¿no fue más lo que era por Kirchner, o porque algo se había agotado o por ambas cosas o ninguna?
R : Me interesan esos recuerdos previos al 2003 porque mucho del caldo de lo que pasaba ahí explica lo que vino después. Aunque nadie tenía puta idea. Casi todos los que votamos a Kirchner lo hicimos contemplando que Duhalde había consagrado con sangre, sudor y lágrimas una transición, el país ya había salido de lo peor, pero lo que nadie tenía idea era de cómo se reestablecía una legitimidad política. El participacionismo de 2001 estaba acabado, la política clásica parecía toda vieja. El otro día vi de casualidad un programa que hacía el periodista Juan Castro (en el canal Volver) y justo era la emisión de cuando el 29 de mayo de 2002, en el festejo del día del ejército, un notero del programa escrachaba a Galtieri que estaba en el palco. La impunidad justiciera con que lo maltrató era parte todavía del paisaje desolado. El notero subrayaba algo obvio: Galtieri era un hijo de puta, merecía estar preso, pero sus argumentos (los del notero) también eran desoladores; fue horrible que ese gobierno invite a Galtieri a un acto, pero a la vez el tono antipolítico del notero olía a fracaso, a algo que no te lleva a nada. Notero que terminó siendo un chimentero. Pero vista esa escena hoy, me impresionó la totalidad decadente que mostraba. Era el colmo del caretaje político. De alguna manera el kirchnerismo en el primer momento institucionaliza el gesto del notero, invierte la escena, baja el cuadro, sube al notero el podio. De hecho Kirchner tenía un pacto originario con CQC cuando asumió, era a los únicos a los que dejaba llegar a él. La orden en protocolo era no cerrarles el paso a los noteros de CQC. El primer Kirchner moduló bien la antipolítica social. Ni hablar que sí.

T : La figura de Néstor Kirchner, ¿podía aguantar las demandas múltiples de ese momento sin rodearse de ciertos personajes?
R : Kirchner era todo al mismo tiempo. Había sido un joven de los 70 tanto como un político de los 90. Y en los 90, en la provincia rica, en la desolación, había aprendido a construir poder. Ese aspecto contradictorio me parece revelador de su naturaleza política, mucho más que los devaneos por hacer del kirchnerismo un integrismo ideológico conservador. Por eso su film épico no funcionó: porque te ahorró lo otro que era Kirchner.

T : ¿Cuándo la palabra democracia se volvió una buena palabra?
R : Te podría responder con otra pregunta: ¿hubo un proyecto democratizador en la Argentina, algo que excediera el derecho a elegir representantes? A mí me gusta pensar que en algún sentido sí, y que es posible hilar a los gobiernos democráticos en una secuencia de continuidades, de avances progresivos. Aunque no sea una tarea fácil, ni inocente, y que desde mi autodidactismo cueste horrores. La democracia de 1946 nació con la clase obrera en el centro. La democracia de 1983 nació con la clase media en el centro. El alfonsinazo consagró algo más que el triunfo radical (que además le duró poco); consagró una impronta cultural profunda. Lo que vivimos desde 1989 son los intentos del peronismo por gobernar la clase media argentina. Del consenso de Washington al populismo, y ahora vendrán los cultos a la moderación. Veremos qué pasa.

T : ¿Qué cambió con la asunción de Bergoglio al papado, si contamos que ese señor es un cuadro jesuita formado también en Guardia de Hierro? Digo: ¿qué cambió en América latina? Consideremos la explosión evangelista y la nula separación entre el estado y la iglesia.
R : Te lo adapto a la Argentina. América Latina es el continente más católico, pero Argentina es moderna y democrática. La competencia entre Estado e Iglesia estuvo con Roca, con los radicales, con los peronistas. El promedio entre Estado moderno y política popular nos dio una doctrina social laica, que costó sangre, pero que no le debe demasiado a la caridad católica. Pero Bergoglio es un caso especial. El kirchnerismo durante diez años lo trató como al jefe espiritual de la oposición. Y el chiste era cambiarle cada año el lugar del tedeum. Primero: leyeron parcialmente a Bergoglio. Tomaron dos datos. El primero, la sospecha de su colaboracionismo en dictadura. El segundo, su lugar como jefe de toda la iglesia católica en los años kirchneristas, lo que lo ubicó como referente, en un lugar conservador, de lo que es la iglesia. El tercer dato que fue su despliegue territorial en la ciudad de Buenos Aires a través no sólo de los curas villeros (a los que jerarquizó en vicaría) sino en un conjunto de organizaciones sociales como el MTE, La Alameda, etcétera. Impulsó organización social donde la política no está, esto es: en la trata de personas, la esclavitud laboral, en el narcotráfico, una presencia activa en las villas con las parroquias. La Iglesia tiene la tendencia a ocupar el espacio del Estado. Pero ojo: el discurso social de Bergoglio es el de una Iglesia que pide más Estado, no sólo una Iglesia que pide más Iglesia. En síntesis, como cristiano, tengo esperanza en Francisco.

T : Gestionar es hacer política. ¿Dónde está la adrenalina en el ejercicio cívico?
R : La política cívica es hacer que la sangre no llegue al río. Que la guerra social no se desate. Eso no significa sólo reprimir o contener pulsiones. Puede haber un poco de todo. Buscando la mayor justicia social siempre. Pero es la elección indeclinable por el tiempo; entre la sangre y el tiempo, siempre elegir el tiempo. Paciencia, culo y terror nunca nos faltaron, dijo Osvaldo Lamborghini.

Fuente: Télam

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