Catamarca
Viernes 19 de Abril de 2024
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Ilegalidad y violencia: sociedades en malestar perpetuo

En su obra "Ser violento", el politólogo Marcelo Moriconi Bezerra analiza bajo qué categorías son pensados la violencia y el crimen por los imaginarios sociales y cómo estas construcciones disparan una serie de comportamientos que posicionan a la ciudadanía en una lógica víctima-cómplice y redefinen la responsabilidad criminal.
El ensayo, publicado por Capital Intelectual, sostiene que las sociedades actuales mantienen una expectativa de movilidad social que apela al debilitamiento del discurso jurídico para poner en juego formas alternativas de movilidad que dejan al descubierto niveles de complicidad y tolerancia frente a la ilegalidad.

A partir de una experiencia personal del autor surge la hipótesis del libro, que explora la idea de que la violencia o la inseguridad son problemáticas al servicio de una cuestión central: el colapso de la legalidad como valor central de las interacciones sociales.

"La convivencia en las sociedades occidentales se ha convertido en un foco de malestar perpetuo. Se educa al ciudadano en pos de metas que después la propia sociedad se encarga de negar o imposibilitar", sostiene Moriconi Bezerra a Télam durante una visita a la Argentina que le permite hacer un alto en su labor como investigador del Centro de Investigaciones y Estudios de Sociología de Lisboa, donde reside desde hace un tiempo.

El autor, doctor en Ciencia Política por la Universidad de Salamanca y licenciado en Comunicación Social por la Universidad de La Plata, propone una resignificación de los dispositivos para abordar cuestiones ligadas a la violencia y alerta contra la tentación de reducir los fenómenos a sus consecuencias más visibles: el crimen -asegura- es un medio y no un fin.

- Télam: ¿Cuál fue el disparador de la obra?
- Moricone: Viví un tiempo en México y mientras hacía los trámites relacionados con mi condición inmigrante me di cuenta de que todo lo que no funcionaba legalmente sí funcionaba a través de instituciones informales vía sobornos y demás. La legalidad dejaba de ser la forma excluyente de lograr algo y pese a que había un orden legal basado en el discurso jurídico, era reemplazado por una serie de trampas que todo el mundo conocía e implementaba.

"Quien comete un crimen no quiere cometer ese crimen per se, quien roba un auto no quiere quedarse con el auto y ni siquiera pretende quedarse con el dinero que va a obtener de la venta de ese auto. Quiere hacer algo con ese dinero"


La obra tiene dos partes, autónomas pero relacionadas: la primera tiene que ver con una crítica al pensamiento técnico lineal con el que se piensa la violencia y las políticas públicas de seguridad ciudadana. La segunda está basada en los estereotipos de reconocimiento de la sociedad. Me interesaba desentrañar qué tan útiles y toleradas son estas herramientas dentro del contexto social.

- T: ¿La violencia y el delito serían entonces cuestiones subsidiarias en el marco de una problemática mayor que aparece visibilizada en la investigación?
- M: Hay un problema social más importante que preexiste a la violencia. Debemos entender al crimen en su total dimensión, colocando al delito y a la inseguridad como factores habituales en un mundo en el que hay un sinnúmero de conflictos. No son fines sino medios para lograr fines sociales: quien comete un crimen no quiere cometer ese crimen per se, quien roba un auto no quiere quedarse con el auto y ni siquiera pretende quedarse con el dinero que va a obtener de la venta de ese auto. Quiere hacer algo con ese dinero.

Tenemos que dar vuelta la noción trabajada por las ciencias sociales según la cual el ser humano es racional, autónomo e independiente. Por el contrario, es vulnerable y social, ya que sus fines siempre terminan en el otro. Lo que una persona busca una vez que están resueltas las necesidades básicas tiene que ver con cuestiones sociales y de reconocimiento.

La violencia por sí misma no es ni buena ni mala. De hecho, hace cuarenta años distintos movimientos sociales creían o tenían un discurso favorable a la utilización de la violencia para conseguir fines sociales y políticos. Por eso hay que distinguir cuál es el discurso que funda los argumentos para entender si la violencia es mala o no. Y si el discurso legal está colapsado, tenemos que ver quién utiliza medios criminales y si esa utilización es efectiva.

- T: La violencia y el delito no tienen un accionar sigiloso. Para que se infiltren en la cotidianeidad de las sociedades ¿es necesario una anuencia o tolerancia fuerte por parte de amplios sectores de la población?
- M: En sociedades como la mexicana o la argentina las formas de violencia son recurrentes: extorsiones, presiones, utilización de grupos de choque para lograr fines de todo tipo: sociales, políticos, sindicales, laborales, etc... Hay una tolerancia social a la comprensión de la violencia como una herramienta útil para conseguir determinados fines. La violencia no es la única herramienta, hay otras. Pero ¿son tan efectivas como ella?

Vivimos en sociedades terriblemente materialistas y exitistas en las que los estereotipos muchas veces no pueden ser logrados por la vía legal. La ilegalidad, en muchas ocasiones, se convierte en un obstáculo para obtener el reconocimiento o el éxito social.

Hay muchas opciones al margen de la legalidad que hacen que el éxito pueda ser mucho más fácil de lograr. Mientras estaba viviendo en México hubo una manifestación contra el gobierno de (Felipe) Calderón. En un contexto de conmoción por la guerra dual entre distintos carteles del narcotráfico y a su vez del gobierno contra esos carteles, uno de los eslóganes de esa protesta decía justamente "Calderon, los carteles dan trabajo ¿Y usted qué da?".

- T: ¿Esta falla en los axiomas sociales es más notoria en Latinoamérica?
- M: En parte sí. Los problemas relacionados con la violencia surgen de una estructura de valores que son naturalizados y tolerados por los distintos imaginarios sociales. El crimen siempre existió: el objetivo de las políticas públicas de seguridad ciudadana no es eliminarlo sino llevarlo a niveles sustentables, como ocurre en los países escandinavos que son los que figuran posicionados mejor en los rankings de calidad de vida.

Para que el crimen cobre valor simbólico y real necesita un montón de actividades paralelas -alguna de ellas legales- que son las que muchas veces no son tenidas en cuenta por las políticas de seguridad. Hay que empezar a ver cómo damos sentido a estas cuestiones, no causalmente vivimos en un mundo donde tres o cuatro de las actividades más rentables son ilegales: tráfico de armas, tráfico de personas y tráfico de drogas.

Fuente: Télam

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