Catamarca
Sabado 20 de Abril de 2024
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La Biografía de Alberto Gerchunoff, de Ricardo Feierstein

Lo primero que habría que decir en este comentario del útil y excelente libro de Ricardo Feierstein (Alberto Gerchunoff. El argentino más judío, el judío más argentino, Buenos Aires, Capital intelectual, 2013), aunque parezca obvio o redundante, es que Alberto Gerchunoff es un escritor argentino.
Profunda y auténticamente argentino, subrayaría. Y que sus textos se inscriben, por su vuelo descriptivo, por la elaboración y vigencia de sus personajes, por su síntesis poética y por su lenguaje, en la mejor línea realista de la tradición literaria de nuestra literatura.

Por eso, se ha leído hasta hoy el libro fundamental de Gerchunoff, Los gauchos judíos, como toda narración realista, cual un texto (en verdad, más bien veintiséis textos o, como modernamente podrían llamarse, microrrelatos) que reflejaba lo cierto de la inmigración judía en la Argentina, sus problemas, sus logros, el proceso de integración (creo yo que exitoso a pesar de las dificultades y de las oposiciones) de judíos europeos, asiáticos y africanos en la vida y la sociedad argentinas. En la bíblica tierra prometida que el autor y sus padres traían ya en su cabeza desde la expulsora Rusia zarista. Se lo ha leído, así, más bien como un libro sociológico, quizás antropológico, histórico, filosófico y hasta político, pero poco, a mi parecer, como un material predominantemente literario, en el que, como tal, hay bastante más de creación y de invención que lo que se piensa, más de fantasía y de invención y de mitificación que de representación de la llamada realidad. Basta empezar, me parece, por el título mismo y por el término primero de esa dupla casi en oxímoron (la figura de la paradoja aparente) que asienta. ¿Qué univocidad, qué realidad tiene ese "gaucho" así enunciado en un título? ¿Qué realidad fuera de la literaria?

Vasto emblema que recorre la literatura argentina desde las afirmaciones perentorias e incontestables de su omnipresencia hasta la boutade de Macedonio Fernández según la cual el personaje, el gaucho, no sería más que "un invento de los poetas para entretener a los caballos de las estancias". Por otra parte, la historia del país se ha encargado de desdibujar la figura: si bien es cierto que la palabra gaucho consta en dos comunicados del Libertador José de San Martín cuando se refiere a las fuerzas bajo su mando, también lo es que la Gaceta oficial la tradujo por "patriotas campesinos", atestiguando desde los inicios de la vida nacional independiente la resistencia de las élites gobernantes para admitir un vocablo de connotaciones bárbaras, o quizás la prevención ante las acechanzas de la rebeldía. Es plausible pensar que, antes de promediar el siglo, y a juzgar por el tratamiento que la oligarquía daba a la peonada, entre unitarios y federales se lanzaran el término como crítica metafórica, bastante suave de todos modos a tenor de otras caricias de la época. El hecho es que, a mediados de los ´80 del siglo XIX, Vicente Fidel López en su Historia de la República Argentina adujo que el gaucho "no existe ya: es hoy para nosotros una Leyenda de ahora setenta años".

Con tales antecedentes, no es raro que las letras se hayan sentido más libres para describirlo. Más libres para inventar y más contradictorias. El resero que, para Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes (1926), es honestísimo, dócil, hábil y trabajador, sin abandonar esos méritos, recorta en El inglés de los güesos, de Benito Lynch (1924) otras características, como las de ser primitivo, taimado o vulgar, y si en Los gauchos judíos, de Alberto Gerchunoff (1910), por explicables y explicadas tendencias del autor a la integración, reviste nobleza y valentía, generosidad y hospitalidad, en los cuentos de Fray Mocho, de tiempo antes, el campesino, mudado al Litoral, adonde su innato nomadismo lo ha llevado, puede transformarse en gente de avería, cuatrero y contrabandista (sea dicho no tan de paso, como el que mató al padre del pequeño Gerchunoff recién llegado a la colonia de Moses Ville).


Fuente: Télam

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