Catamarca
Viernes 19 de Abril de 2024
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La civilización humana avanza con más poder y menos certezas

Planteado como una "breve historia de la humanidad" que consigna los hitos alcanzados por las tres grandes revoluciones del hombre -la cognitiva, la agrícola y la científica-, en "De animales a dioses" el historiador israelí Yuval Noah Harari reformula la idea de progreso y asegura que la cultura es una invención que transcurre al margen de la biología.
Seis especies de humanos compartían el planeta hace 100.000 años y hoy sólo una, la del Homo Sapiens: ¿cómo logró esta especie imponerse en la lucha por la existencia? ¿cómo surgió la creencia en dioses, naciones o los derechos humanos? ¿las religiones son una construcción social similar al capitalismo o los derechos humanos?

Harari (1976), un profesor de Historia en la Universidad Hebrea de Jerusalén dedicado a investigar los procesos macrohistóricos, eligió estos interrogantes para organizar un texto que condensa los hitos cruciales para el desarrollo de la humanidad como la transformación de la relación con los animales que significó la llegada de la agricultura y el impacto de la Revolución Cientí­fica y la Revolución Industrial, dos procesos desplegados con minucia en este texto que reformula también la idea de progreso.

En "De animales a dioses" (Debate), Harari analiza la manera en que las corrientes de la historia han modelado la sociedad y avanza en la diferencia crucial entre los animales y los homo sapiens, especialmente en la capacidad de esta especie para generar ficciones y transformarlas en mitos compartidos por millones de personas.

"No hay dioses en el universo, no hay naciones, no hay dinero, ni derechos humanos, ni leyes, ni justicia fuera de la imaginación común de los seres humanos", afirma el ensayista en este inesperado best-seller que se ha traducido a 30 idiomas y ha vendido 300.000 copias por todo el mundo.

Según Harari, las religiones son meras ficciones, pero el hombre prehistórico necesitó de estas ficciones para aumentar su fortaleza y en sucesivas mutaciones genéticas quedó impreso en el cerebro la necesidad de creer. No sólo eso, también los deseos y emociones están movidos por estímulos heredados de las ancestrales sociedades de los cazadores-recolectores.

El historiador pone el foco en la capacidad de la especie humana para el autoengaño colectivo, "la razón por la que los sapiens dominan el mundo mientras las hormigas comen nuestras sobras y los chimpancés están encerrados en zoos y laboratorios", sostiene para luego desgranar lo más subversivo de su postura: el poder de los hombres es tan monumental que lentamentamente se adquieren capacidad que antes se le asignaban a las deidades de las religiones.

La hipótesis de Harari es que a partir de los últimos avances científicos y tecnológicos el homo sapiens ha logrado conquistar atributos que antes eran considerados divinos, como la posibilidad de generar vida en condiciones adversas, los adelantos que permiten la prolongación de la juventud y la posibilidad de medir el grado de excitación de las neuronas o detectar si una persona miente a partir de dispositivos que descifran el funcionamiento del cerebro.

La gran ventaja del hombre sobre otras especies es, según plantea Harari, que a diferencia de las manadas de cualquier especie animal, los hombres han sido los únicos capaces de generar redes de cooperación a gran escala -tribus, iglesias, ciudades o naciones- y un circuito de mitos que justifican su importancia, expresado desde relatos como "el pueblo elegido de Dios" hasta "la nación libre y soberana" de los estados modernos.

El historiador israelí está convencido de que estas construcciones míticas han permitido la cooperación a gran escala necesaria para la superviviencia de una especie a través del tiempo y que actualmente esa colaboración masiva es tan importante como hace miles de años y se expresa en la idea de progreso o libertad, así como también en los alcances de conceptos como "libertad de mercado" o "derechos humanos".

Harari destaca otras habilidades que también contribuyeron a una evolución exitosa -como la capacidad para fabricar y usar utensilios que provocaron otras grandes revoluciones como la agrícola, la industrial y la cientí­fica- pero remarca que todas esas transformaciones no se hubieran producido sin que millones de personas estuvieran dispuestas a sacrificar incluso sus vidas en nombre de la colectividad.

Así, para el ensayista la revolución "cognitiva" que comenzó hace unos 70.000 años, convirtió al homo sapiens en una especie más inteligente que antes, mientras que hace unos 11.000 años el efecto se potenció con la revolución agrí­cola y luego con la "revolución cientí­fica", que se inició hace unos 500 años.

Harari recorre luego los logros de la revolución industrial (hace unos 250 años), la revolución de la información (hace unos 50 años) y la revolución biotecnológica, que todaví­a están vigentes. En ese punto, anticipa que la revolución biotecnológica marcará el final de sapiens, que será reemplazado por posthumanos, "amortales" o cyborgs, capaces de vivir para siempre.

Hay alusiones a las limitaciones de este nuevo poder del hombre, que acelera el deterioro climático, se obsesiona por las cifras de la macroeconomí­a y a la vez se despreocupa de la felicidad.

"Hemos dominado nuestro entorno, aumentado la producción de alimentos, construido ciudades, establecido imperios y creado extensas rede comerciales. Pero ¿hemos reducido la cantidad de sufrimiento en el mundo? Una y otra vez, un gran aumento del poder humano no mejoró necesariamente el bienestar de los sapiens individuales y por lo general causó una inmensa desgracia a otros animales", sostiene Harari en el libro.

"Seguimos sin estar seguros de nuestros objetivos y parecemos estar descontentos como siempre. Hemos avanzado desde las canoas a los galones, a los buques de vapor y a las lanzaderas espaciales, pero nadie sabe hacia dónde vamos. Somos más poderosos de lo que nunca fuimos, pero tenemos muy poca idea de qué hacer con ese poder. Pero todavía, los humanos parecen ser más irresponsable que nunca", sostiene en las instancias finales de su trabajo.

Fuente: Télam

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