Catamarca
Jueves 28 de Marzo de 2024
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La clase media no va al paraíso

En "Los años setenta de la gente común", el sociólogo Sebastián Carassai documenta cómo la violencia política de los 70 fue validada por sectores de la clase media que a través de las armas metaforizaron la clausura con el pasado inmediato y la urgencia de un cambio más afín al pensamiento mágico que a una "estrategia escalonada de transformación social".
El ensayista acepta que el escenario central de la violencia fue sin duda aquel que confrontó a los militantes involucrados en la lucha armada con el aparato estatal obsesionado con erradicarla, pero su objetivo fue dedicarse a visibilizar cómo la práctica violenta formó parte también de un orden simbólico cifrado por las fantasías sociales de buena parte de los sectores medios.

"En los últimos veinte años ha habido una explosión de libros sobre los 70 que se centran en los protagonistas del período pero no abordan lo que ocurrió con aquellos que no habían ejercido ni padecido la violencia política, un sector amplio que suele ser retratado como parte de una sociedad cómplice o que miró para otro lado", señaló Carassai a Télam.

En "Los años setenta de la gente común" (Siglo XXI editores), el autor se concentra en la pintura de un clima epocal que relega el exploradísimo registro de la militancia para documentar la sintomatología de una sociedad que naturalizó el uso de la violencia y la convirtió en variante de sociabilidad sin que esto implique una exacerbación de comportamientos o un aval a la metodología sangrienta de la cúpula militar.

"Para comprender la actitud de sectores medios ante el golpe de 1976 hay que remontarse a la experiencia del período que va de 1973 a 1976, que fue leído por estos sectores desde una memoria que los retrotraía -sobre todo a las generaciones más grandes- al peronismo que habían vivido en los años 40 y 50. Esta sensibilidad no peronista atraviesa los dos períodos", explica el ensayista.

"En los últimos veinte años ha habido una explosión de libros sobre los 70 que se centran en los protagonistas del período pero no abordan lo que ocurrió con aquellos que no habían ejercido ni padecido la violencia política"



"Desde el 55 al 73 distintos gobiernos habían ensayado formas de ´desperonizar´ al país. Frente al fracaso de esas movidas, un amplio sector de la clase media se mostró resignado a que el peronismo era una mayoría social ineludible. Así, mientras en los 40 fue resistido, en el 73 lo que prevaleció en algunos sectores fue la resignación y el repliegue al espacio doméstico", apuntó.

En ese marco Carassai sitúa la deserción política de cierta clase media: "Si uno compara el golpe del 55 y el del 76, la actitud de estos sectores ante el golpe es muy distinta -explicó-. En el primer caso hubo una actitud celebratoria y en el 76 un gran silencio. ¿Por qué? Porque las clases medias estaban resignadas a un país que iba a sufrir la alternacia entre la omnispresencia del peronismo y las consecuencias de su ausencia".

Nada más esclarecedor que las publicidades, el humor gráfico o las revistas de moda para verificar el poder expansivo de una violencia que atravesó sin distinciones cada uno de los compartimientos de la vida social y legitimó la asociación de indumentaria, cigarrillos y bebidas con la idea de guerra, subversión, muerte y hasta infiltrados y delatores.

A través de metáforas que van de lo escasamente sutil a lo obvio (la industria del calzado y afines se "benefició" con la equiparación popular entre "andar calzado" y "portar armas de fuego"), resultaba natural que una bebida fuera "un balazo para la sed", que una mujer con un jean ajustado "matara" o que las treinta gotas recomendadas para que un digestivo haga efecto fueran promocionadas como "30 tiros".

"Que la violencia haya ocupado un lugar relevante en los consumos culturales de los sectores medios no los vuelve más ni menos violentos. En todo caso ilustra cómo la violencia se convirtió en una curiosa forma de sociabilidad", destacó Carassai.

El planteo de este sociólogo y doctor en Historia por la Universidad de Indiana (Estados Unidos) es que la circulación banalizada de las armas explicita el deseo de una clausura radical y el surgimiento de un nuevo orden absolutamente deshistorizado: "Las armas remiten a soluciones de carácter mágico, son emblemas del ´borrón y cuenta nueva´ tan vigente en esos años", subrayó.

"¿Por qué las armas que aparecen en tantas publicidades eran un modo eficaz de interpelar a los consumidores? La investigación me fue llevando a descubrir que ahí había un deseo social -explicó-. Por esos años la sociedad no pensaba los cambios como transformaciones graduales sino como ´shocks´, como una clausura abrupta. Y de alguna manera, los golpes militares alientan esa promesa".

Carassai se encarga también de ensayar una hipótesis frente a los dispares criterios que los sectores medios utilizaron para evaluar el accionar de los grupos revolucionarios y los militares: para el ensayista, lo que explica la impugnación social a la militancia armada y por el contrario cierta condescendencia a la violencia institucional se enmarca en la fantasía del retorno del Estado.

"Los sectores medios creyeron que era un golpe más y aunque la memoria que tenían de los golpes no era simpática, creían que sólo de esa manera retornaba el orden. El Estado aparecía entonces como el garante de la monopolización de la violencia", analizó.

"Frases como ´por algo habrá sido´ o ´algo habrá hecho´ se pueden leer bajo esa óptica: no son expresiones de connivencia con el poder militar sino la expresión discursiva de lo que yo llamo el estado ´supuesto saber´, un concepto que tomo de Lacan y que remite no a la verdad sino a la necesidad de creer. Así, los ciudadanos le atribuyeron al Estado un conocimiento al que no se le exigió correspondencia con la realidad", indicó el autor.

La investigación de Carassai se concentró en un original método de campo que tomó como punto de partida la producción de un documental titulado "Coma 13. Del Cordobazo a Malvinas", un compilado con audio y textos originales de la época que fue exhibido a los entrevistados con el fin de disparar aquello que el filósofo Walter Benjamin llama la "memoria involuntaria".

¿Cómo trabajar en una época como la que arranca en 1976, en la que los documentos y los archivos brindan una información muy sesgada? La respuesta está en la recolección de testimonios: "La memoria es una construcción que va sufriendo alteraciones a través del tiempo -sostuvo-. Las personas van redefiniendo sus memorias sin que esto implique un acto deliberado o perverso".

"Cada época provee un vocabulario y una manera de mirar. Por otro lado la memoria es un hecho social, en tanto cada memoria individual se interrelaciona con otras memorias".

Fuente: Télam

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