Catamarca
Viernes 19 de Abril de 2024
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La literatura se está integrando a las industrias del ocio y del entretenimiento

En La cena de los notables, el ensayista y editor español Constantino Bértolo argumenta sobre la articulación creciente entre el complejo editorial-mediático, internet y las redes sociales, mostrando cierta desconfianza respecto a que esa transición de haya completado y a la vez mostrando, todavía, cierta confianza respecto a las condiciones de recepción de la literatura, si es que ésta sostiene alguna condición refractaria a la mercantilización generalizada.
El libro, publicado por la editorial Mar Dulce, es una de las diversas intervenciones del autor en el campo de la crítica, además de su trabajo como editor en Debate y Caballo de Troya.

Bértolo nació en Navia de Suarna en 1946 y esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T : ¿Cuánto y cómo, y en base a qué criterios ha cambiado el mercado editorial contemporáneo desde la popularización de las redes sociales?
CB : Entiendo que la aparición de internet y el espacio de las redes sociales han alterado aspectos fundamentales de la actividad editorial, aunque sus repercusiones sobre el mercado todavía no sean de momento demasiado relevantes. Hasta la aparición de internet, las editoriales tradicionales -en papel- tenían el monopolio de la selección de textos. Eran las editoriales las que determinaban en primera instancia qué textos privados -aquellos que algunas personas escriben en sus casas de manera particular y espontánea- van a convertirse, mediante la publicación en textos públicos que era condición necesaria, aunque no suficiente, para poder llegar a ser considerados como literarios. Internet ha permitido que ahora los textos privados se hagan públicos a través de la red sin que se requiera la homologación de una editorial. Cierto que el carácter de espacio público de la red es algo cuestionable, pero la publicación en la red permite el acceso de los lectores a los textos sin tener que recurrir al libro impreso (no olvidemos que en realidad los autores no escriben libros sino textos; los libros los hacen las editoriales). Por otra parte, el segundo momento de la actividad editorial, hacer llegar al público lo que se edita -editar es hacer público-, también se ha visto alterado por la aparición de la red, pues si antes esa era tarea de la promoción y el marketing editorial, y de la intervención de la crítica a través principalmente de los medios de comunicación tradicionales, ahora la propia red a través de blogs o páginas web interviene en ese dar a conocer y valorar, tanto los textos aparecidos en la red como los libros que la industria editorial pone en circulación. Pero también aquí el papel de la red sigue siendo de momento subsidiario de los sistemas tradicionales en papel: suplementos culturales, revistas literarias. En resumen: de momento, la red no ha conseguido romper el poder de jerarquizar, que sigue en manos de los medios tradicionales.

T : ¿Ha sido ese un factor clave o hay otros? En caso de haberlos, ¿cuáles serán?
B : Desde mi punto de vista, los cambios en el mercado editorial han sido, por una parte, los nuevos criterios en la contabilidad que imponen las multinacionales haciendo que los libros en almacén dejen de considerarse un activo para pasar a contabilizarse como un pasivo que además genera gastos de almacenaje, y por otra parte, la introducción, vía esas mismas multinacionales, del sistema de pre-venta, mediante el cual las editoriales fijan, en primera instancia, aspectos cuantitativos como las tiradas sino también, y a medio plazo determina los criterios de selección de los catálogos. Estos son, en mi opinión, los dos aspectos que -propiciados a su vez por el proceso de concentración empresarial- más han alterado el mercado editorial en los últimos veinticinco años.

T : Acaso la mutación sea tan brutal que faltan elementos para pensarla. Eso también se lo pregunto.
B : De momento, y seguramente porque los intereses creados alrededor de la actual logística de distribución y venta obligan a la prudencia, lo digital no ha dado lugar a mutaciones radicales. Con todo, es evidente que la edición digital, por cuanto altera los costes de producción, logística y circulación, está llamada a cobrar protagonismo y hegemonía. Tengo, además, la impresión de que las nuevas tecnologías, como la red, la impresión digital y los nuevos soportes de lectura están propiciando una desacralización del objeto libro. Faltan, en efecto, elementos para pensar los cambios que estas novedades acabarán produciendo, pero no deja de ser llamativo que, por ejemplo, en las revistas de decoración de interiores, las librerías están despareciendo. La librería está dejando de ser el reflejo del alma cultural; el espacio alrededor del ordenador ya no visualiza esa distinción que las bibliotecas personales vehiculaban. El libro como decoración (de lo exterior y acaso también de lo interior) parece estar dejando de estar de moda.

T : La figura del crítico literario (el periodista cultural, que no es necesariamente un crítico literario), ¿ha entrado en decadencia frente a los expertos en mercadotecnia y a los análisis de los algoritmos de ventas?
B : Sobre la literatura, que sea lo que esta sea pues indudablemente su definición es una cuestión muy compleja. Sin duda, mantiene ciertos rasgos de distinción, de consumo minoritario, de prestigio, pero se está integrando de manera acelerada en lo que llamamos industrias del ocio y el entretenimiento. Y en ese sentido se ha dejado de responder a una economía de demanda para reconvertirse en una economía de oferta obligada, por tanto a intervenir en la creación de las necesidades correspondientes: qué leer, cómo leer, qué sentir. La crítica tradicionalmente, al menos en teoría venía a cribar si las obras literarias publicadas respondían a los valores humanistas que supuestamente la sociedad demandaba. Al pasar de la economía de demanda a la de oferta, la crítica se convierte en un mecanismo de información, al servicio del qué consumir. Sobrevive en parte la vieja idea neo-elitista de que ser culto es saber consumir; la crítica cumple un papel de cierta relevancia en ese campo. Pero el grueso de la producción de necesidades, del qué leer, reside hoy en los propios aparatos de producción editorial, es decir, en las actividades de marketing, promoción y publicidad y en ese campo, la crítica no deja de cumplir el papel de publicidad de coste cero y de escaso impacto: es el propio mercado quien acaba determinando de manera mayoritaria qué es lo que se lee y cómo la crítica debe atender eso. Su influencia varía según los nichos de mercado existentes, su escala y características, pero en general la crítica cultural, ya sea por la vía de los suplementos o del periodismo cultural, no deja de ser compañera de viaje de la publicidad mercantil. Periodismo cultural, además, parece un oxímoron paradójico, pues mientras el periodismo trata de la actualidad, por cultura todavía entendemos aquellos que está por encima de lo temporal.

T : ¿Es inevitable si se acepta al lector como un cliente, al libro como una mercancía?
B : En efecto, solo considerando al lector como público, es decir, como acompañante en el trayecto de vivir, alguien que comparte el interés por construir una idea de bien común que haga la vida más justa y razonable, el libro dejaría ser una mercancía. Su valor vendría determinado por su valor de uso, por su utilidad social. Lo curioso es que una consideración semejante que hoy nos parece utópica es la que subyace en una realidad que ha existido hasta ahora mismo: las bibliotecas públicas. Lo triste es que esa realidad está hoy también amenazada por una lectura codiciosa y económicamente sesgada de la propiedad intelectual: las palabras, las historias son palabras e historias colectivas y aunque ciertamente es necesario devolver a las autoría su tiempo de trabajo, la autoría no tiene por qué convertirse en una renta de propiedad (compartida entre el empresario-editor y los autores). No deja de ser curioso que a la mayoría de los autores se les llene la boca de humanismo barato cuando hablan de que un libro sin lector es un libro muerto pero luego busquen exprimir el bolsillo de los que los resucitan.

T : En su opinión, ¿cuál es el futuro de la literatura, que es radicalmente subversiva, en un mundo homogeneizado por los grandes complejos editoriales y mediáticos?
B : Lo complicado resulta definir o delimitar qué es la literatura subversiva. Corrientemente se viene entendiendo por tal aquella que refleja en los textos los valores de las fuerzas que se oponen al sistema capitalista. Y sin duda hay ciertos textos que contribuyen a cuestionar el imaginario ideológico capitalista. Sus efectos subversivos dependen, en mi opinión, de las condiciones de recepción: en un contexto de tensión revolucionaria, un libro puede resultar subversivo; en un contexto de sociedades autosatisfechas ese mismo libro no dejaría de ser digerido por algún segmento del mercado sin causar más problemas. En todo caso, los libros, en mayor o menor grado, participan en el cuestionamiento de las palabras y participan en la construcción del sistema de miedos y deseos. Al fin y al cabo no debemos olvidar que parte de la civilización o incivilización contemporánea tiene en su base libros como la Biblia, el Nuevo Testamento o el Corán. Pero la cosa se complica si pensamos, y eso es parte de mi pensamiento, que la literatura integra toda una serie de momentos y actividades que van más allá de la escritura de textos. Para mí, el sistema de edición y circulación del libro es parte constituyente de lo literario. La lectura no empieza cuando se abre la primera página del libro sino mucho antes. Lo interesante es analizar cómo es el proceso a través del cual un libro llega hasta nosotros o notros llegamos a él. La materialidad de ese camino previo forma parte de lo literario, de la literatura. Una literatura subversiva seguramente exige un sistema editorial subversivo, un campo de lecturas subversivo y un sistema de producción de necesidades subversivo. Eso exige la existencia de espacios políticos subversivos con relevancia cultural y social. Algo difícil de conseguir pero no imposible. Al fin y al cabo, la literatura que más me interesa es aquella que convierte en verosímil lo que hasta entonces pasaba por inverosímil.


Fuente: Télam

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