Catamarca
Jueves 25 de Abril de 2024
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La mutación de la democracia representativa

En Pensar la política hoy. Treinta años de democracia, el politólogo Lucas Martín considera una serie de tópicos que han ido tomando (o perdiendo) fuerza y capacidad analítica a medida que se sucedieron los treinta años continuos de democracia en la Argentina, centrándose en conceptos clásicos -populismo, representación, derechos humanos- y ampliando otros, más nuevos, que han revitalizado el interés por la práctica política, la participación y las transformaciones de las que son objeto.
El libro, publicado por la editorial Biblos, también reúne trabajos de otros cientistas sociales: Isidoro Cheresky, Osvaldo Iazzetta, Francisco Naishtat y Hugo Quiroga, entre otros.

Martín es licenciado en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y maestro en Sociología del Poder y doctor en Ciencias Políticas y Jurídicas por la Universidad de París VII. Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Nacional de Mar del Plata y autor de Lesa humanidad. Argentina y Sudáfrica: reflexiones después del mal, publicado por la editorial Katz.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T : En principio, Pensar la política hoy es un libro colectivo. ¿Cuál es el denominador común que reúne a los autores?
M : El denominador común del libro es la interrogación sobre la democracia y su vínculo con distintos formas políticas: el estado, los partidos, la ciudadanía, el espacio público, la relación representativa, el liderazgo político. También ciertos temas o conceptos son compartidos y tematizados por varios de los autores desde distintos puntos de enfoque: la institucionalidad, los derechos, la cuestión social, la diferencia democracia/autoritarismo, la igualdad. Otro punto en común es metodológico: son autores que piensan la política por fuera de los esquemas y los dogmatismos y, a diferencia de otras perspectivas, no aplican teorías a la realidad política que examinan. Revisan los conceptos heredados y ponen en perspectiva histórica la utilización de los nuevos.

Esto puede verse en la diversidad de la escritura, e incluso en las diferencias de opinión sobre algunos temas. La evaluación de la institucionalidad es un ejemplo en este sentido. Los distintos autores la observan desde diferentes ángulos (la estatalidad, los derechos, el espacio público o la representación) y los énfasis son igualmente diferentes. Pero el punto en común es que la institucionalidad debe ser re-interrogada sobre nuevas bases. En fin, otro punto en común, aparte de una temática y una metodología, es la continuidad de un diálogo entre los autores. Si bien los textos son individuales, puede decirse que la reflexión es colectiva.

T : ¿En qué estado se encuentra la democracia representativa en América Latina? ¿Se han generado nuevas categorías de interpretación o se ha inventado un poco sobre la marcha?
M : La democracia representativa vive un estado de transformación permanente en la región que, en sí misma, es muy heterogénea. No estoy seguro de comprender del todo la diferencia que señalás en la pregunta. Inventar categorías sobre la marcha puede deberse a una sensibilidad del observador frente a la realidad que observa. Como sea que fuere, hay algunos conceptos que tiene una historia breve y que echan luz sobre las transformaciones en las democracias de hoy.

La noción de metamorfosis de la representación o mutación de la democracia representativa sirve para revisar la idea de una simple crisis de la representación o de los partidos políticos. Lo que ocurre es que las elecciones ya no son la única instancia que define el ritmo de la política, como cuando se hablaba, en los noventa, de democracias delegativas (el término lo acuñó célebremente Guillermo O´Donnell). Ahora, entre elección y elección aparece una miríada de iniciativas con repercusión en el espacio público que ponen a prueba a los representantes. Por eso se habla también (este es otro concepto reciente) de democracia continua o inmediata, lo que quiere decir que la exigencia ciudadana no se reduce a la periodicidad de dos o cuatro años que marca el calendario electoral, que cada decisión política debe pasar la prueba del juicio de la opinión pública (hay ejemplos resonantes: las movilizaciones contra el gasolinazo y la construcción de una autovía a través del TIPNIS en Bolivia, el rechazo a la resolución 125 en Argentina, la suba boleto del transporte colectivo en Brasil). Isidoro Cheresky lo dice en estos términos: la ciudadanía no delega completamente la soberanía en los representantes electos por las urnas.

Y ya que menciono a Isidoro, él ha acuñado un término para dar cuenta de los liderazgos que surgen en este contexto: liderazgos de popularidad, es decir, liderazgos que son sostenidos por la opinión pública y que influyen sobre la organización de las elecciones (el armado de listas en los partidos, en primer lugar).

T : Excepto en Chile y en Uruguay (y cada vez con mayor matices también), al sur del río Bravo, las experiencias emancipatorias generalmente han sido conducidas por populismos (en el sentido de identificar gobierno y Estado), en la actualidad aggiornados. ¿Cuál es la dificultad que tiene la izquierda, a tu juicio, para prosperar en nuestro continente?
M : No creo que pueda hablarse de populismo en el sentido tradicional del término, es decir, en términos de un movimiento político y social, de identidad fuerte, que se reconoce en la figura del Líder, única voz autorizada, y que da lugar a una subcultura duradera. ¿Hay identificación entre gobierno y Estado? Posiblemente sea así, y los gobernantes no han hecho poco para que tal identificación se extienda, aunque también puede decirse que es una tendencia global además de un rasgo propio de los sistemas presidencialistas. Pero hay (al menos) dos diferencias esenciales con los populismos del pasado.

La primera es que los derechos están ineluctablemente escindidos del líder o la líder: la legitimidad de un reclamo de derechos ya no depende de lo que diga el líder sino que cualquiera puede desde la sociedad civil presentar legítimamente demandas en términos de derechos, hablar con derecho propio, como se dice. En la Argentina, esta es una conquista nueva de la democracia iniciada en 1983.

La segunda diferencia es que la personalización de la política es de otro tipo: el líder de popularidad establece una comunicación directa con la ciudadanía, no con los trabajadores, por ejemplo, como en el pasado. Ahora bien, la ciudadanía designa una identidad que coincide con la de toda la comunidad, de manera que, nuevamente, cualquiera puede poner en cuestión la palabra del líder, su popularidad, de allí la importancia de la opinión pública. La identidad que genera entonces es más precaria y opaca que en el pasado. Al decir todo esto, también doy por sentado que el eje izquierda/derecha ya no ordena la política como en otro tiempo. Hay minorías intensas y sensibilidades compartidas más extendidas en torno a ciertos valores, pero las sociedades ya no se organizan a partir de las divisiones derivadas del mundo del trabajo que daban sustento a aquel eje.

El kirchnerismo ha sabido ver eso, por ejemplo, en la efectivización de derechos para grupos sensibles de la sociedad (minorías sexuales, inmigrantes, mujeres, jóvenes, etcétera). De manera que el primer problema para que prospere la izquierda -sea electoralmente, sea desde el gobierno, logrando legitimidad para sus políticas- consiste precisamente en que el mundo se ha complejizado de una forma que es difícil encerrarlo en el viejo binomio. Esto puede verse de manera anecdótica en el lenguaje que utilizan los más veteranos líderes de la izquierda, que no pueden dejar de pronunciar frases sexistas, por ejemplo, cuando no abiertamente machistas, en medio de cualquier entrevista. No es falta de corrección política solamente. Es también incapacidad de ver cómo ha cambiado el paisaje político.

T : Sin embargo, estos populismos han recreado el interés por la práctica política y han ejercido, como nunca antes, los derechos humanos. ¿Cómo se explica ese fenómeno?
M : Sin duda ha habido una revalorización de la política en varios sentidos: de lo estatal, de la militancia, de la opinión pública. Y también ha habido un nuevo impulso al tema de los derechos humanos. Si uno dijera simplemente esto, la situación sería la de un mundo ideal. Pero si lo ponemos en la historia, la cosa cambia. Así, en 1983 había un reverdecer de la política (la primavera democrática) y la centralidad de los derechos humanos, pero no era un mundo ideal (aunque era mejor que el anterior), porque estaba cargado de incertidumbre y de dolor. Ahora, treinta años más tarde, la situación tampoco es ideal pero por otro motivo. Ahora el regreso de la política viene asociado a un alto nivel de conflictividad, una conflictividad cotidiana… y la causa de los derechos humanos ha quedado en medio de esa conflictividad con el resultado de su banalización (la banalización que sufre todo lo que se convierte en algo cotidiano).

El éxito del kirchnerismo en asociar su gobierno con la causa de los derechos humanos ha llevado al barro de la política de partido el legado -evidentemente precario- de reivindicación de los derechos humanos. El destrato que han sufrido a diestra y siniestra personalidades que han afrontado con coraje lo peor de nuestra historia (particularmente dirigido contra mujeres: Hebe de Bonafini, Graciela Fernández Meijide, Estela de Carlotto) es muestra lamentable de ello… El desinterés generalizado en el desarrollo de los juicios es otra muestra. A esto se agrega que la noción de derechos humanos ha quedado fijada a la idea de hacer justicia con los crímenes del pasado. Por eso el opositor que opone la noticia de un niño muerto por desnutrición sólo en un país como la Argentina puede, a la vez que criticar al gobierno, dar un argumento a quienes critican (el relato de) los derechos humanos.

T : ¿Por qué razón hablás de lazo social vinculado a los DDHH, en una época donde el lazo social parece haber estallado por la acción combinada de la técnica y de la decadencia de las tradiciones partidarias?
M : Mi interés es interrogar las respuestas que se han dado a la herencia de un régimen criminal, y entiendo que la legitimidad de una democracia post-criminal depende mucho de esa respuesta, que yo llamo lazo político en lugar de pacto o contrato social porque el término me permite acercarme mejor a las cuestiones que escapan a la voluntad de los actores, a los puntos ciegos. Y no me refiero al lazo social, porque es un término con otra tradición, que muestra una preocupación sociológica que lee en general lo político como un síntoma o una manifestación epidérmica de un sustrato social. Desde ese punto de vista, el lazo político que surge tras el crimen interesa por dos motivos. Por un lado, porque establece la frontera entre democracia y dictadura y, por otro, porque separa lo humano de lo inhumano.

El lazo político iniciado tras la dictadura y sustentado en la idea de derechos humanos es también un lazo de humanidad, que liga la política con lo humano. Ahora bien, como la carga del pasado persiste y ese lazo es revisado y revisitado, no puede olvidarse la importancia de lo que allí se enlaza o se liga. Hoy es un momento que necesita de mucho debate y reflexión al respecto, pues la frontera democracia/dictadura ha sido traída para dar sentido a la conflictividad política y el sentido de lo humano ha quedado en manos de esas disputas diarias o se lo libra a un sistema judicial semi-público que lo judicializa bajo la categoría de la lesa humanidad. En este contexto, la promesa de una cultura de los derechos humanos inaugurada en 1983 es todo una incógnita (algunos incluso hablan de fracaso).

T : Finalmente, tu opinión sobre los dispositivos de inteligencia y la probidad de las fuerzas de control en la Argentina, luego de treinta y un años de democracia continua.
M : No conozco de cerca el tema y no podría opinar seriamente a partir de la información que ha circulado recientemente en torno de la muerte del fiscal de la causa AMIA. Pero parece claro que allí hay un resabio fuerte de una dictadura que tuvo la clandestinidad como característica distintiva. Por lo demás, fuera de cuestiones muy puntuales, como en las investigaciones judiciales en las que se utiliza el secreto de sumario, es muy difícil entender qué beneficio puede traer el secreto en una sociedad democrática.

Fuente: Télam

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