Catamarca
Miercoles 24 de Abril de 2024
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La última felicidad narrada de manera admirable

Lo primero que hay que decir es que Mempo Giardinelli es uno de nuestros grandes escritores. Premio Rómulo Gallegos 1993 por su novela Santo Oficio de la Memoria, traducido a más de 25 lenguas y autor de textos inolvidables como La revolución en bicicleta, Luna Caliente e Imposible equilibrio, Mempo Giardinelli escribe además una columna en el diario Página 12, en la que expone sus opiniones políticas con lucidez y enorme honestidad intelectual.
La última felicidad de Bruno Fólner es la primera novela que publica en los últimos once años. No es un dato menor, porque Mempo, a diferencia de otros escritores, se toma todo el tiempo del mundo para trabajar sus textos. El resultado, entonces, es una fiesta para el lector. Porque no hace falta decir que una buena historia muy bien escrita es la esencia de la literatura. Y eso es lo que viene haciendo Mempo a lo largo de toda su carrera: buscar el lenguaje adecuado para cada narración, encontrar el ritmo que requiere lo que se cuenta y corregir el texto hasta en los detalles más mínimos.

La última felicidad de Bruno Fólner parte de una fantasía universal, la de vivir otra vida. Y no porque la que uno tiene no sea buena dentro de la medianía de cualquier existencia, sino más bien por ese humano afán de vivir diversas experiencias. Bruno, el protagonista, aprovecha un golpe fuerte que recibe, o que el mismo produce, para dar un giro completo a su existencia. Y a los sesenta y cuatro años, en un momento en el que muchos piensan en retirarse, emprende una aventura en la que no está ausente el amor. Bruno Fólner es el nombre que ha elegido para nacer otra vez. Antes se llamaba de otra manera y convivía con su mujer y sus hijos. Pero lo que ocurrió fue demasiado grave, y a partir de ese hecho, que conviene no develar, Bruno determinó la muerte de G.R, las iniciales de su nombre anterior, y recaló en la brasileña Praia Macacos. ¿Huye de algo? ¿Es culpable de lo que pasó? ¿Tiene derecho a alejarse de su país y dejar afectos y obligaciones? Las respuestas están en la novela. Pero también tiene que responderlas el lector. Estoy entre los que creen que hay que intentar acercase a la porción de felicidad que nos toca aún cinco minutos antes de la muerte. Y también estoy convencido de que el amor puede llegar en cualquier momento y que dejarlo pasar es un verdadero atentado a nosotros mismos.

La novela de Mempo Giardinelli, como toda la buena literatura, tiene una generosa zona de ambigüedad. El protagonista deja atrás su identidad en el intento de convertirse en otro. Y en ese punto el escritor regresa a una idea que ya aparece en varios de sus cuentos: la de la fuga. También en la novela hay otra perspectiva de la muerte, donde el crimen es dudoso que sea crimen. En definitiva, ni nada es lo que parece ni tiene una sola lectura. La última felicidad de Bruno Fólner, que se lee de una sentada por el interés que despierta la trama y por la admirable prosa del autor, cabalga sobre temas universales, pero no por eso abandona la singularidad de personajes que nos siguen acompañando aún después de finalizada la lectura.

Bruno Fólner, además, es escritor. Y cada tanto desliza opiniones sobre el oficio que sería difícil no compartirlas. Por ejemplo: "La literatura universal se degradaba, además, hasta devenir intento fácil de trascendencia, torneo de vanidades demasiado competido, textualidad playita como de banco de arena, y él allí no encontraba un lugar aunque el azar hubiese ya determinado la publicación de algunos de sus libros. Había llegado a la conclusión de que sobraban escritores en el mundo. Demasiados. Plaga en expansión. Y pocos grandes poetas. El mundo estaba jodido".

La otra reflexión que provoca La última felicidad de Bruno Fólner tiene que ver con el erotismo. Es ridículo pensar que el erotismo solo es la pura la genitalidad. Una vida erótica supone una apuesta por ciertas variantes del placer: como disfrutar con lo que uno hace, elegir una buena lapicera para escribir o deleitarse con un buen libro. El que llega a la cama con una vida satisfecha llega mucho mejor.

Saber amar es básicamente saber vivir. Y por favor que nada de esto se confunda con el abominable género de autoayuda. Bruno Fólner ha hecho en su vida lo que él creía que debía hacer. Pero no escapa a la historia de su país. Cuando a un argentino alguien le nombra una pastilla de cianuro enseguida la asocia con las que llevaban algunos militantes para matarse antes de caer en las garras de los grupos de tarea de la última dictadura. Llevar consigo esa pastilla, como lo hace Bruno Fólner, es una marca de época. El disfrute sexual puede ser real o formar parte de un sueño en la novela de Mempo, pero la pastilla es la marca de un tiempo que se hace visible en los momentos menos pensados. La generación de Bruno Fólner, que es la misma que la mía, todavía se estremece frente a un uniforme. Los símbolos de la muerte no terminan cuando llega la democracia. Persisten en la memoria aunque en el predio de la ex Esma tengamos la dicha de ver a jóvenes melenudos y barbudos besándose a plena luz del día. Muchos de nosotros jamás le perdonaremos a la dictadura que nos haya robado la fiesta de la juventud. A otros les robó la vida, y eso es mucho peor. Bruno Fólner, en esta novela imprescindible, percibe la inminencia del final. Y sabe que siempre vale la pena apostar a una última felicidad. Porque si nos toca partir, nada mejor que hacerlo saciado de vida. La ilusión de ser otro, de tener un cuerpo deseante y de ser hijo de un país que a menudo le quitó los sueños, impulsa a Bruno a actuar. Es un gesto que lo transforma. Nadie le podrá quitar lo bailado. Bruno sabe que la vida es una sola. Quizá nunca tuvo tanto como en esa felicidad casi postrera.

Fuente: Télam

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