Catamarca
Viernes 19 de Abril de 2024
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Las decisiones no cuentan si no se firman

En Celos y envidia, el psicoanalista Gabriel Lombardi coordina una serie de ensayos sobre esas pasiones tan actuales como indestructibles, razón por la cual se hace más interesante escuchar a algunos de esos psicoanalistas en las jornadas a su cargo, bautizadas Los usos del síntoma.
El libro, publicado por la casa Letra Viva, infiltrado por la literatura y otras prácticas artísticas, tiene, entre otras colaboraciones, las de Colette Soler, Luciano Lutereau y Lucas Boxaca.

Lombardi es profesor titular de Clínica de Adultos de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y analista del Foro Analítico del Río de la Plata.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T : El 9 de noviembre se realizará una jornada a su cargo en la Facultad de Psicología de la UBA, ¿podría explicar el título, Los usos del síntoma?
L : Usualmente se llama paciente a quien consulta por algún síntoma psi, es decir que no responde a una causa orgánica. El psicoanálisis consiste en mostrar que llamarle paciente es un error, o al menos un enfoque parcial, ya que no solamente padece. La clínica analítica no comienza hasta tanto el paciente revela una participación en la fabricación y mantenimiento del síntoma. Además de padecer, con el síntoma el sujeto también actúa, reacciona, hace huelga, incluso se subleva. Por eso el análisis comienza cuando puede comenzar a plantearse las preguntas: ¿por qué causa y de qué modo él contribuye a la formación y el sostén de su síntoma, en el que conscientemente no reconoce su participación? En ese momento, el paciente deviene analizante, una nueva condición del ser descubierta por Freud y bautizada así por Lacan. El sujeto analizante deviene, él mismo, el síntoma en actividad, el síntoma de transferencia situado como tal, en el que el sujeto actúa y padece al mismo tiempo. Por ejemplo, cuando también en el vínculo con el analista una extraña compulsión lo lleva a reiterar lo que le displace. De esa posición del ser hay diferentes usos posibles. El síntoma se puede emplear para llamar la atención, como se dice, para simular y mentir, y con esa mentira decir una verdad; para hacer escuchar, para demorar una decisión, también para remover en un análisis las referencias inconscientes a fin de ponerse a punto de decidir, etcétera. Hay tantos empleos posibles del síntoma que dictamos una materia de grado que se llama así: los usos del síntoma, y no alcanza un cuatrimestre para describir las opciones que esta perspectiva clínica y ética ofrece. En las Jornadas, esa riqueza clínica será evidenciada.


T : A partir de lo anterior, veo que usted considera que el psicoanálisis tiene un lugar en la universidad, ¿qué piensa respecto de este espacio académico como fuente de transmisión de una práctica tan resistente a las recetas? ¿Cómo lo vincula con lo que Lacan llamaba discurso universitario?
L : Es muy diferente la difusión del psicoanálisis en aquellos lugares donde tiene una inserción fuerte en la universidad. Aunque más no sea porque entre los 17 y el final de la adolescencia (que ahora llega hasta los 30 y pico) se decide la vocación, el llamado, el encuentro con el deseo de algún otro que permite aprovechar el deseo inconsciente, indestructible, que se forjó en la infancia. Y es diferente, sobre todo para aquellos en quienes prevalece el deseo invocante, ligado al decir y al escuchar, encontrar un profe que les habla del descubrimiento freudiano y del deseo que éste suscitó en Lacan, que encontrar un cognitivista que les habla de cómo reeducar las emociones siguiendo el manual más moderno. Si bien en el discurso universitario impera el semblante de saber, a veces pasa que los estudiantes pueden escuchar allí a un analizado, es decir, alguien que terminó su análisis. Y no es lo mismo el uso del saber de alguien analizado que el de un conductista. Un conductista no necesita haber pasado por una terapia conductista para ser conductista. Buenos Aires y otras ciudades de nuestro país son el paradigma de que la Universidad puede estar también al servicio del sujeto, de sus problemáticas que tienen que ver con la indecisión y la decisión, con las urgencias subjetivas, con la rebeldía del deseo, con los designios postergados como si todavía existiera otra vida.

T : Usted se ha doctorado con un libro sobre cuestiones de lógica y psicoanálisis, Clínica y lógica de la autorreferencia, ¿qué piensa de las interpretaciones logicistas del psicoanálisis que tienden a reducir el psicoanálisis a una estructura anónima?
L : En mi tesis demuestro las penurias del anonimato. Lo que es bueno para la máquina, obedecer, borrar o camuflar toda subjetividad, no es bueno para el ser hablante al que (Alan) Turing define como la res eligens, la cosa capaz de elegir, y por lo tanto éticamente hábil. Las elecciones consumadas, las verdaderas, las que importan, se hacen en nombre propio. El neurótico tiene problemas con eso, es un yo fuerte pero sin nombre, dice Lacan, y ese anonimato le pesa, lo inhibe, las decisiones no cuentan si no se firman. El psicoanálisis responsabiliza de la buena manera, no ante un juez externo, sino en el juicio íntimo. Freud dice que somos responsables incluso de lo que soñamos. Lacan dice que de nuestra posición de sujetos (divididos, atados, indecisos) somos siempre responsables, aunque no lo sepamos (represión) o hagamos como que no lo sabemos (renegación).
Por eso después de terminar mi tesis sobre los lenguajes de máquina, que no pueden elegir ni tener iniciativa, pasé a la segunda pregunta de Turing: cómo concebir el lenguaje de una máquina capaz de elegir (choice machine). Allí interviene el sexo en tanto recortado de toda programación instintiva. Los dos inventos más importantes de los siglos XIX y XX no pertenecen a la física, como se cree, sino a las matemáticas que inventaron los lenguajes de programación libres de equívoco (de donde procede internet), y al psicoanálisis, que inventó el lenguaje equívoco por excelencia, el inconsciente, en el que soporta su existencia, y su deseo de conservar la existencia, el ser hablante.

T : Y más allá del psicoanálisis, ¿qué lugar queda para el sujeto en las ofertas terapéuticas actuales?
L : Por fuera del psicoanálisis, encuentro muy poco interesantes las propuestas terapéuticas actuales. La mayoría de ellas son réplicas de algunas muy antiguas, tratamientos por la palabra, tratamientos del cuerpo, terapéuticas hipnóticas, que tienden a devolver al sujeto a un estado anterior, de indeterminación, éticamente poco interesantes. Estupideces, en suma. Algunas muy retrógradas y nocivas, que sólo sirven para que las coberturas de salud prepagas no pierdan beneficios. Sólo el psicoanálisis busca despertar a la realidad del humano, a su electividad esencial.

T : Próximamente se publica su Celos y envida. Dos pasiones del ser hablante, en el que se incluyen textos de Colette Soler, Luciano Lutereau y Lucas Boxaca, ¿cuál es la importancia contemporánea que puede tener el estudio de las pasiones clásicas?
L : Su vigencia es incontestable. El enfoque lacaniano no ha privilegiado tanto la envidia como el kleiniano, es interesante indagar las razones de ese desplazamiento. Dante dejó a los envidiosos en el gris, pero los castigó cosiéndole los ojos. José Ingenieros dedicó un capítulo al nexo entre esa pasión y la mediocridad. De la diferencia entre los celos del hombre y los de la mujer hay mucho para aprender en Tolstoi. La clínica queda no sólo ilustrada, sino también casi explicada en Anna Karenina. El primer pecado fue la pasión de saber, el conocimiento ligado a la sexualidad. El segundo fue el de Caín, que por celos mató a su hermano. Todo eso es muy antiguo y muy actual.

Fuente: Télam

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