Catamarca
Viernes 29 de Marzo de 2024
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Las palabras y las cosas

Con niveles de lectura que van del testimonio de la violencia de género al rol del lenguaje como articulador de la memoria, la uruguaya Marisa Silva Schultze narra en Siempre será después el infierno íntimo de un agente inmobiliario que al terminar su jornada laboral se instala en los espacios deshabitados para recrear una y otra vez un episodio traumático de su infancia.
La nueva novela de la autora de Apenas diez se centra en Álvaro, quien vuelve sobre una escena que no presenció: su padre asesina a su madre como corolario de una relación violenta y luego se suicida, dejándolo huérfano y privado de la posibilidad de escuchar otros relatos que lo ayuden a reconstruir ese pasado que se presenta como amenaza desfigurada y persistente.

Siempre será después, editada por Alfaguara, es también un ensayo encubierto sobre la relación que un hombre entabla con los espacios y la manera en que éstos se convierten en prolongación de los deseos y obsesiones de quienes los habitan: Silva Schultze se vale del lenguaje poético para trazar un medular recorrido que establece conexiones entre objetos, lenguaje y violencia.

"La violencia que está en las calles -la que causan la represión o la delincuencia- es más tangible porque transcurre en el espacio público y por lo tanto es la más fácil de erradicar. La privada, en cambio, es la más peligrosa, sobre todo para la mujeres. Hoy mueren más mujeres adentro de su casa por violencia doméstica que fuera", sostiene Silva Schultze en entrevista con Télam.

-Télam: ¿Cuál fue el disparador de esta historia?
-Silva Schultze: Me pregunté cómo sobreviven los hijos después de la violencia, cómo sigue la vida después de que el padre asesina a la madre y se suicida. La cuestión no es la violencia de género sino cómo la viven los testigos, los que conviven con ella sin padecerla corporalmente. El libro está centrado en cómo ese personaje que invento puede reelaborar -o no- su tragedia.

-T: "El olvido es una forma de traición" dice la narradora de otro libro suyo, La limpieza es una mentira provisoria. ¿Álvaro se obliga a evocar todo el tiempo su pasado porque siente que de otro modo estaría traicionado a su madre?
-S.S.: La intromisión del pasado tiene que ver más con la idea de no haber podido superar ser el gran excluido de esta historia. En un momento incluso se plantea que hubiera querido estar en el momento de la muerte de su madre, aún para ser asesinado por su padre. Se siente excluido de todo y no sólo a partir de la muerte de ellos. Durante toda su vida se sintió así: la violencia de la pareja excluye al hijo... y la muerte lo excluye definitivamente.

-T: Hay en la novela una paradoja sobre la figura del testigo: por un lado no hay testigos de la escena del crimen -una situación que a Álvaro lo obsesiona-, y por el otro ésa es la posición que él elige en la vida cuando hace de testigo de las conversaciones de las personas que visitan los departamentos que él muestra...
-S.S.: Alvaro cree que le corresponde eso: ser testigo de la vida de los demás. En algún sentido reproduce aquello que vivió de niño cuando sólo podía ser testigo de lo que les pasaba a sus padres.

En cualquier estructura familiar, todos hemos ocupado un lugar del cual es muy difícil zafar. Y no necesariamente esto transcurre en el contexto de una tragedia como sí pasa en la novela. Álvaro no logra salirse del lugar donde sus padres lo han colocado.

Este tópico lo repito en libros como "Qué hacer con lo no dicho" que investigan los vínculos, particularmente cómo se construye el sujeto en la matriz familiar. Tal vez aprender en la vida signifique eso: desaprender lo que está en la matriz de nuestra educación, salirse de esa estructura familiar que nos moldeó.

-T: El protagonista vuelve una y otra vez la escena que no presenció: el asesinato de la madre y el suicidio del padre. ¿Cómo conviven evocación y construcción en el proceso de la memoria?
-S.S.: El pasado se construye en relación con otros. La soledad implica tener que construir el pasado sin esos otros. La memoria aparece en la novela como una posibilidad solitaria, por lo tanto limitada y fragmentaria, casi imposible.

Hay una escena en la que Alvaro ve una foto de él pequeño con su madre. Piensa que nunca le podrán contar qué pasó antes y después de esa foto... cómo fue la trastienda. La memoria nunca es una construcción individual, es el resultado del entramado de los vínculos y la confrontación con la memoria de los otros.

Esto se vincula con cómo, a veces, los adultos no terminamos de ser transmisores. Hay algo de desborde del presente en el que la memoria queda marginada y son los propios adultos los que no se hacen cargo de las posibilidades que tienen de trasmisión.

-T: Su narrativa está atravesada por la relación con los objetos: puertas, llaves, cerraduras que aparecen resignificadas y tienen un peso específico tan significativo como los personajes...
- S: Los objetos son muy sugerentes. Tengo una relación particular con ellos, distante y de cierta torpeza, que me lleva a incluirlos como material literario. Entran en mi universo narrativo como puntos centrales, como posibilidades de resignificación simbólica.

A su vez, la memoria tiene que ver con el lenguaje, con qué palabras elegimos para la historia que cada uno se cuenta. Y también con las limitaciones: cuando alguien es limitado en el lenguaje tiene menos posibilidades de reconstruirse.

La memoria que es sensorial, visual, olfativa, requiere de ese sostén pero construido desde la palabra. Yo intento construir con palabras la memoria del personaje. Alvaro es un hombre de pocas palabras. Las palabras de nuestro mundo interior están totalmente vinculadas a la posibilidad de diálogo con los otros. Cuando no tenemos diálogo, tenemos mucho más silencio adentro.

Fuente: Télam

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