Catamarca
Jueves 28 de Marzo de 2024
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Las tumbas con nombre me producen cierta tranquilidad

En Alguien camina sobre tu tumba, la escritora y periodista Mariana Enriquez propone un recorrido a medio camino entre la narrativa y la antropología para retratar antes que una serie de cementerios, cómo se piensa y representa la muerte en los diferentes lugares que los alberga, ilustrada siempre por alguna anécdota que transforma a su propia figura en un personaje más de esa trama sin golpes bajos, sin vagones que transportan humo.
El libro, publicado por la editorial Galerna, junto a la reedición de la novela Bajar es lo peor, lleva por subtítulo Mis viajes a cementerios pero su lectura está lejos de cualquier estereotipo turístico.

Enriquez nació en Buenos Aires en 1973; es licenciada en Comunicación Social por la Universidad de La Plata (UNLP), donde también es docente. Es subeditora del suplemento Radar del diario Página/12. Publicó, entre otros libros, Cómo desaparecer completamente, Los peligros de fumar en la cama y Chicos que vuelven.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.
T : ¿De dónde creés nace tu fascinación por los cementerios? ¿Son los cementerios o los muertos?
E : Creo que nace, primero, de una fascinación estética, juvenil en principio -con lo macabro, lo fantástico, lo desconocido. Más tarde, estilizada: los cementerios me parecen hermosos. Y más recientemente, con el lugar como narración: los epitafios, las historias, las leyendas urbanas, el uso que le da la gente a los cementerios, su inserción en las ciudades o los pueblos -sea nula o muy obvia-; y sospecho, también, cierta tranquilidad que me provoca una tumba con nombre, los huesos con destino. Me siguen pareciendo, igual, lugares hermosos, tranquilos; además suelen estar muy vacíos. Los cementerios se están muriendo de a poco también, no son lugares pensados para albergar tantos muertos. Esa decadencia de la decadencia me fascina. Y no, definitivamente no son los muertos -las historias de esos muertos cuando estuvieron vivos sí, pero no tengo el fetiche de la tumba del famoso, traté de evitarlo en el libro cuando era posible.

T : El acercamiento al vudú no es precisamente turístico. ¿Podés contar algo de esa experiencia?
E : Más o menos es un poco turístico. O contra-turístico, digamos. En Nueva Orleans y Louisiana se supone que sobrevive la tradición de Haití y de Africa Occidental, pero la verdad es que lo que se ve, en general, son souvenirs alusivos. Yo quería algo más: entonces fui al Museo del Vudú, que está en el Barrio Francés, el centro del turismo, aunque es sencillo y lo lleva adelante un sacerdote real. Y al templo de la sacerdotisa Miriam, que está en el borde del Barrio Francés. Ella es un personaje colorido, muy visitado, incluso por famosos. Fue una breve búsqueda de los rastros no turísticos del vudú. La tumba de Marie Laveau, supuesta sacerdotisa vudú, es la segunda más visitada de los Estados Unidos, y es alucinante. Me encanta que aunque sea un lugar turístico, esa tumba, de una negra libre, de una curandera, sea un punto de reunión internacional, algo bueno tiene que personas de todo el mundo vayan y toquen esa bóveda, es un ritual que no te arruina ni una guía ni un contingente, tiene algo amoroso.

T : Te nombro un autor y decime que evoca respecto de tu libro: W. G. Sebald.
E : Nada. Nunca pude terminar un libro de Sebald. Ni siquiera diría que no me gusta, porque nunca pude avanzar con sus textos.

T : ¿Cuánto de registro antropológico y cuánto de registro estético hay en estos viajes, si recordamos las menciones a César Vallejo, a Easy Rider, etcétera?
E : Es un registro caprichoso que va en todas direcciones. Por eso yo creo que es como un diario, que no tiene limitaciones a priori. Incluye a Manic Street Preachers, Vallejo, historias de narcos, el cantante de AC/DC, cuestiones políticas, desde el entierro de la madre de Marta Dillon hasta los cementerios de indígenas que no están marcados (en Martín García, en Australia), referencias a Lost y al vampirismo, rock, pop, artistas outsider como Arthur Smith en Nueva Orleans, historias de fantasmas, la tumba del señor que inventó el Jukebox, tumbas de animitas, leyendas: creo que es un registro desordenado guiado por mis obsesiones y mis gustos, que termina mezclando pop, política, estética, antropología pero sin un a priori, todo esto incorporado en mis lecturas, mis registros y mi experiencia: o mis búsquedas, mejor dicho.

T : ¿Qué te pasó en Alemania, en los terrenos que alguna vez fueron campos de exterminio?
E : No fui a ningún campo de exterminio en Alemania; el cementerio de Frankfurt siempre fue cementerio nada más, hasta donde sé.

T : ¿Cómo pensar este libro en una época que niega la muerte, que la encajona en terapias intensivas y condena al suicidio, la eutanasia mientras promueve todos los fetichismos posibles respecto de los muertos famosos?
E : La negación de la muerte me impresiona mucho y me perturba mucho también; los cementerios campos de golf, la juventud eterna, el horror a la enfermedad, todo eso aleja de los rituales del fin que son necesarios porque sin saber hacer duelos no se puede vivir. Me gustan los cementerios porque exponen la muerte, la estetizan, la celebran, son como templos. Obligan a construir sobre la muerte, a pensarla. El suicidio no me parece un problema, la verdad; es una decisión, creo, respetable. La prolongación de la vida por medios mecánicos es un tema que me excede, como todo lo biomédico. Y los muertos famosos: creo que se vienen fetichizando hace muchos años y no me horroriza tanto. Tienen algo de religión pagana, de santos colectivos. En todo caso, me parecen una forma, un tanto retorcida quizá, de pensar la muerte. Yo misma soy parte de esta cultura, no visito tumbas de familiares y me cuesta pensar en duelos. No estoy afuera. Por eso también me interesaba escribir este libro.



Fuente: Télam

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